====== «DEUS», «HOMO», «NATURA» ====== Compararemos todavía a la Gran Tríada extremo oriental otro ternario, que pertenece originalmente a las concepciones tradicionales occidentales, tales como existían en la edad media, y que, por lo demás, es conocido incluso en el orden exotérico y simplemente «filosófico»: este ternario es el que se enuncia habitualmente por la fórmula Deus, Homo, Natura. Se ven generalmente en sus tres términos los objetos a los que pueden referirse los diferentes conocimientos que, en el lenguaje de la tradición hindú, se llamarían «no supremos», es decir, en suma, todo lo que no es el conocimiento metafísico puro y transcendente. Aquí, el término medio, es decir, el Hombre, es manifiestamente el mismo que en la Gran Tríada; pero nos es menester ver de qué modo y en qué medida los otros dos términos, designados como «Dios» y la «Naturaleza», corresponden respectivamente al Cielo y a la Tierra. Primeramente, es menester subrayar bien que Dios, en este caso, no puede ser considerado como el Principio tal cual es en sí, ya que éste, al estar más allá de toda distinción, no puede entrar en correlación con nada, y la manera en que el ternario se presenta implica una cierta correlación, e incluso una suerte de complementarismo, entre Dios y la Naturaleza; así pues, se trata necesariamente de un punto de vista que se puede llamar más bien «inmanente» que «transcendente» en relación al Cosmos, del que estos dos términos son como los dos polos, y que, incluso si están fuera de la manifestación, no obstante no pueden ser considerados distintivamente más que desde el punto de vista de ésta. Por lo demás, en este conjunto de conocimientos que se designaba por el término general de «filosofía», según la acepción antigua de esta palabra, Dios era solo el objeto de lo que se llamaba «teología racional», para distinguirla de la «teología revelada», que, ciertamente, es también «no suprema», pero que representa al menos el conocimiento del Principio en el orden exotérico y específicamente religioso, es decir, en la medida en que es posible teniendo en cuenta a la vez los límites inherentes al dominio correspondiente y las formas especiales de expresión de las que la verdad debe revestirse para adaptarse a este punto de vista particular. Ahora bien, lo que es «racional», es decir, lo que no depende más que del ejercicio de las facultades individuales humanas, evidentemente no podría alcanzar de ninguna manera el Principio mismo, y, en las condiciones más favorables (NA: Estas condiciones son realizadas cuando se trata de un exoterismo tradicional auténtico, por oposición a las concepciones puramente profanas tales como las de la filosofía moderna), no puede aprehender más que su relación con el Cosmos (NA: Relación de subordinación del Cosmos al respecto del Principio, bien entendido, y no relación de correlación; importa precisarlo para evitar hasta la menor apariencia de contradicción con lo que hemos dicho un poco más atrás). Desde entonces, es fácil ver que, bajo la reserva de la diferencia de los puntos de vista que siempre hay que tener en cuenta en parecido caso, esto coincide precisamente con lo que es designado como Cielo por la tradición extremo oriental, puesto que, desde el Universo manifestado, el Principio, según ésta, no puede ser alcanzado de una cierta manera más que por y a través del Cielo (NA: Por eso es por lo que, según la «perspectiva» de la manifestación, el Principio aparece como el «techo del Cielo» (NA: Tien-ki), así como lo hemos dicho precedentemente. — Es bastante curioso observar que los misioneros cristianos, cuando quieren traducir «Dios» en chino, lo hacen siempre, ya sea por Tien, ya sea por Chang-ti, el «Soberano de arriba», que es, bajo otra denominación, la misma cosa que el Cielo; esto parece indicar, probablemente sin que tengan claramente consciencia de ello, que, para ellos, el punto de vista «teológico» mismo, en el sentido más propio y más completo de esta palabra, no va realmente hasta el Principio; por lo demás, en eso se equivocan sin duda, pero en todo caso, con ello muestran las limitaciones efectivas de su propia mentalidad y su incapacidad de distinguir los diferentes sentidos que la palabra «Dios» puede tener en las lenguas occidentales, a falta de términos más precisos como los que existen en las tradiciones orientales. — En relación con Chang-ti, citaremos este texto: «Cielo y Soberano, es todo uno: se dice Cielo cuando se habla de su ser; se dice Soberano cuando se habla de su gobierno. Puesto que su ser es inmenso, se le llama Espléndido Cielo; puesto que la sede de su gobierno está arriba, se le llama Sublime Soberano» (NA: Comentario de Tcheou-li)), ya que «el Cielo es el instrumento del Principio» (NA: Tchoang-tseu, cap XI). Por otra parte, si se entiende la Naturaleza en su sentido primero, es decir, como la Naturaleza primordial e indiferenciada que es la raíz de todas las cosas (la Mûla-Prakriti de la tradición hindú), no hay que decir que se identifica a la Tierra de la tradición extremo oriental; pero lo que aporta aquí una complicación, es que, cuando se habla de la Naturaleza como objeto de conocimiento, se la toma ordinariamente en un sentido menos estricto y más extenso que éste, y a ella se refiere el estudio de todo lo que se puede llamar la naturaleza manifestada, es decir, de todo lo que constituye el conjunto mismo del medio cósmico todo entero (NA: El empleo de la misma palabra «natura» en los dos sentidos, en las lenguas occidentales, aunque es inevitable, no deja de prestarse a algunas confusiones; en árabe, la Naturaleza primordial es El-Fitrah, mientras que la naturaleza manifestada es et-tabiyah). Se podría justificar esta extensión, hasta un cierto punto, diciendo que esta naturaleza es considerada entonces bajo el aspecto «substancial» más bien que bajo el aspecto «esencial», o que, como en el Sânkhya hindú, las cosas son consideradas en ella propiamente como las producciones de Prakriti, reservando por así decir la influencia de Purusha, sin la cual, no obstante, ninguna producción podría ser realizada efectivamente, ya que, partiendo solo de la potencia pura, evidentemente no podría pasar nada de la potencia al acto; en efecto, en esta manera de considerar las cosas, quizás hay un carácter inherente al punto de vista mismo de la «física» o «filosofía natural» (NA: Tomamos aquí la palabra «física» en el sentido antiguo y etimológico de «ciencia de la naturaleza» en general; pero, en inglés, la expresión natural philosophy, que era originariamente sinónima de la primera, ha servido durante mucho tiempo en los tiempos modernos, y al menos hasta Newton, para designar incluso la «física» en el sentido restringido y «especializado» en el que se la entiende ordinariamente en nuestra época). No obstante, puede sacarse una justificación más completa de la precisión de que, en relación al hombre, el conjunto cósmico es considerado como formando el «mundo exterior»; en efecto, no se trata entonces más que de un simple cambio de nivel, si se puede decir, que responde más propiamente al punto de vista humano, ya que, de una manera relativa al menos, todo lo que es «exterior» puede llamarse «terrestre», del mismo modo que todo lo que es «interior» puede llamarse «celeste». Aquí podemos acordarnos también de lo que hemos expuesto sobre el tema del Azufre, del Mercurio y de la Sal: lo que es «divino», puesto que es necesariamente «interior» a todas las cosas (NA: A este propósito, se podrá recordar la palabra del Evangelio: «Regnum Dei intra vos est»), actúa, en relación al hombre, a la manera de un principio «sulfuroso» (NA: Volvemos a encontrar aquí el doble sentido de la palabra griega theion), mientras que lo que es «natural», puesto que constituye el «ambiente», juega por eso mismo el papel de un principio «mercurial», como ya lo hemos explicado al hablar de las relaciones del ser con el medio; y el hombre, producto de lo «divino» y de la «naturaleza» a la vez, se encuentra situado así, como la Sal, en el límite común de ese «interior» y de ese «exterior», es decir, en otros términos, en el punto donde se encuentran y equilibran las influencias celestes y las influencias terrestres (NA: Naturalmente, estas consideraciones, que dependen propiamente del hermetismo, van mucho más lejos que la simple filosofía exotérica; pero ésta tiene en efecto necesidad, por eso mismo de que es exotérica, de ser justificada por algo que la rebasa). Dios y la Naturaleza, considerados así como correlativos o como complementarios (y, bien entendido, es menester no perder de vista lo que hemos dicho al comienzo sobre la manera limitada en que el término «Dios» debe ser entendido aquí, a fin de evitar, por una parte, todo «panteísmo», y, por otra, toda «asociación» en el sentido de la palabra árabe shirk (NA: Es en este sentido como «Dios» y la «Naturaleza» se encuentran inscritos en cierto modo simétricamente en los símbolos del grado 14 de la Masonería escocesa)), aparecen respectivamente como el principio activo y el principio pasivo de la manifestación, o como el «acto» y la «potencia» en el sentido aristotélico de estos dos términos: acto puro y potencia pura en relación a la totalidad de la manifestación universal (NA: Se ve con esto que la definición bien conocida de Dios como «acto puro» no se aplica en realidad al Ser mismo, como algunos lo creen, sino solo al polo activo de la manifestación; en términos extremo orientales, se diría que se refiere a Tien y no a Tai-ki), acto relativo y potencia relativa en todo otro nivel más determinado y más restringido de ésta, es decir, en suma, siempre «esencia» y «substancia» en las diferentes acepciones que hemos explicado en muchas ocasiones. Para marcar este carácter respectivamente activo y pasivo, se emplean también, de una manera equivalente, las expresiones de Natura naturans y Natura naturata (NA: Los historiadores de la filosofía tienen bastante generalmente el hábito de atribuir estas expresiones a Spinoza; pero se trata de un error, ya que, si bien es cierto que éste las ha empleado efectivamente, acomodándolas a sus concepciones particulares, no es ciertamente su autor, puesto que son muy anteriores en realidad. — Cuando se habla de Natura sin especificar otra cosa, se trata casi siempre de la Natura naturata, aunque a veces este término pueda comprender también a la vez la Natura naturans y la Natura naturata; en este último caso, no tiene correlativo, ya que no hay fuera de él más que el Principio por una parte y la manifestación por la otra, mientras que, en el primer caso, es propiamente la Natura del ternario que acabamos de considerar), en las cuales el término Natura, en lugar de no aplicarse más que al principio pasivo como lo era precedentemente, designa a la vez y simétricamente los dos principios inmediatos del «devenir» (NA: La palabra natura en latín, lo mismo que su equivalente phusis en griego, contiene esencialmente la idea de «devenir»: la naturaleza manifestada es «lo que deviene», y los principios de que se trata aquí son «lo que hace devenir»). Aquí también, nos encontramos con la tradición extremo oriental, según la cual es por el yang y el yin, y por consiguiente por el Cielo y la Tierra, como todos los seres son modificados, y, en el mundo manifestado, la «revolución de los dos principios yin y yang (que corresponde a las acciones y reacciones recíprocas de las influencias celestes y terrestres) gobierna todas las cosas» (NA: Lie-tseu). «Habiéndose diferenciado las dos modalidades del ser (yin-yang) en el Ser primordial (NA: Tai-ki), comenzó su revolución, y de ello se siguió la modificación cósmica. El apogeo del yin (condensado en la Tierra), es la pasividad tranquila; el apogeo del yang (condensado en el Cielo), es la actividad fecunda. De la pasividad de la Tierra ofreciéndose al Cielo, de la actividad del Cielo ejerciéndose sobre la Tierra, de ambas nacieron todos los seres. Fuerza invisible, la acción y reacción del binomio Cielo-Tierra produce toda modificación. Comienzo y cesación, plenitud y vacío (NA: Aquí se trata propiamente de lo «vacío de forma», es decir, del estado informal), revoluciones astronómicas (ciclos temporales), fases del Sol (estaciones) y de la Luna, todo esto es producido por esa causa única, que nadie ve, pero que funciona siempre. La vida se desenvuelve hacia una meta, la muerte es un retorno hacia un término. Las génesis y las disoluciones (condensaciones y disipaciones) se suceden sin cesar, sin que se sepa su origen, sin que se vea su término (puesto que el origen y el término están ambos ocultos en el Principio). La acción y la reacción del Cielo y de la Tierra son el único motor de este movimiento» (NA: Tchoang-tseu, cap XXI), que, a través de la serie indefinida de las modificaciones, conduce a los seres a la «transformación» final (NA: Es la «salida del Cosmos» a la que hemos hecho alusión a propósito de la extremidad del mástil que rebasa el palio del carro) que les devuelve al Principio uno del que han salido.