Er-Rûh
Según los dones Tradicionales de la «ciencia de las letras», Allah creó el mundo, no por el alif que es la primera de las letras, sino por el ba que es la segunda; y, en efecto, aunque la unidad sea necesariamente el principio primero de la manifestación, es la dualidad que ésta presupone inmediatamente, y entre los dos términos de la cual será producida, como entre los dos polos complementarios de esta manifestación, figurados por las dos extremidades del ba, toda la multiplicidad indefinida de las existencia contingentes. Es pues el ba el que es propiamente el origen de la creación, y ésta se cumple por él y en él, es decir, que es a la vez el «medio» y el «lugar» de la misma, siguiendo los dos sentidos que tiene esta letra cuando se toma como la preposición bi (NA: es también por lo que el ba o su equivlaente es la letra inicial de los Libros sagrados: la Thorah comienza por Bereshith, el Qorân por Bismi'Llah y, aunque no se tenga actualmente el texto del Evangelio en una lengua sagrada, se puede al menos precisar que el primer término del Evangelio de San Juan, en hebreo, sería también Bereshith). El ba, en ese papel primordial, representa Er-Rûh, el «Espíritu», que es menester entender como el Espíritu total de la Existencia universal, y que se identifica esencialmente a la «Luz» (En-Nûr); es producido directamente por el «mandato divino» (min amri' Llah), y, desde que es producido, es en cierto modo el instrumento por el cual este «mandato» operará todas las cosas, que serán así «ordenadas» todas en relación a él (NA: es de la raíz amr que deriva en hebreo el verbo yâmer, empleado en el Génesis para expresar la acción creadora y representada como «palabra» divina); antes de él, no hay pues más que el-amr, afirmación del Ser puro y formulación primera de la Voluntad suprema, como antes de la dualidad no hay más que la unidad, o como antes del ba no hay más que el alif. Ahora bien, el alif es la letra «polar» (qutbâniyah) (NA: como lo hemos indicado ya en otra parte, alif = qutb = III (un jeroglífico del Polo, n de mayo de 1937); añadimos que el nombre de Aâlâ, «Altísimo», tiene también el mismo número), cuya forma misma es la del «eje» siguiendo el cual se cumple el «orden» divino; y la punta superior del alif, que es el «secreto de los secretos» (sirr el-asrâr), se refleja en el punto del ba, en tanto que este punto es el centro de la «circunferencia primera» (ed-dâirah el-awwaliyah) que delimita y envuelve el dominio de la Existencia universal, circunferencia que por lo demás, vista en simultaneidad en todas las direcciones posibles, es en realidad una esfera, la forma primordial y total de la cual nacerán por diferenciación todas las formas particulares. Si se considera la forma vertical del alif y la forma horizontal del ba, se ve que su relación es la de un principio activo y un principio pasivo; y esto es conforme a los dones de la ciencia de los números sobre la unidad y la dualidad, no solamente en la enseñanza pitagórica, que es la más generalmente conocida a este respecto, sino también en la de todas las Tradiciones. Este carácter de pasividad es efectivamente inherente a la doble función de «instrumento» y de «medio» universal de que hablábamos hace un momento; es así que Er-Rûh es, en árabe, un término femenino; pero sería menester guardar bien que, según la ley de la analogía, lo que es pasivo o negativo en relación a la Verdad divina (El-Haqq) deviene activo o positivo en relación a la creación (el-khalq) (NA: este doble aspecto corresponde en un cierto sentido, en la Qabbalah hebraica, al de la Shekinah, femenina, y de Metatron, masculino, así como lo que sigue lo hará comprender mejor). Es esencial considerar aquí estas dos caras opuestas, puesto que lo que se trata es precisamente, si puede expresarse así, del «límite» puesto entre El-Haqq y el-khalq, «límite» por el cual la creación es separada de su Principio divino y se le une a la vez, según el punto de vista bajo el cual se lo considere; es pues, en otros términos, el barzakh por excelencia (NA: consultar T Burchkhardt, Del «barzakh» (número de diciembre de 1937)); y, de igual modo que Allah es «el Primero y el Último» (El-Awwal wa El-Akhir) en el sentido absoluto, Er-Rûh es «el primero y el último» relativamente a la creación. No es decir, bien entendido, que el término Er-Rûh no se tome a veces en acepciones más particulares, como el término «espíritu» o sus equivalentes más o menos exactos en otras lenguas; es así que, en algunos textos qorânicos concretamente, ha podido pensarse que se trataba, sea de una designación de Seyidnâ Jibraîl (Gabriel), sea de algún otro ángel a quien esta denominación de Er-Rûh sería aplicada más especialmente; y todo eso puede seguramente ser verdad según los casos o según las aplicaciones que se hacen del mismo, ya que todo lo que es participación o especificación del Espíritu universal, o de lo que juega la función suya bajo una cierta relación y a agrados diversos, es también rûh en un sentido relativo, comprendido el espíritu en tanto que reside en el ser humano o en todo otro ser particular. Sin embargo, hay un punto al cual muchos comentadores exotéricos parecen no prestar una atención suficiente: Cuando Er-Rûh se designa expresamente y en modo distinto al lado de los ángeles (el-malâïkah) (NA: por ejemplo en la Sûrat El-Qadr (XCVII, 4): «Tanazzalu'l-malâïkatu wa'r-rûhu fthâ…»), ¿cómo sería posible admitir que, en realidad, se trate simplemente de uno de éstos? La interpretación esotérica es que se trata entonces de Seyidnâ Mîtatrûn (el Metatron de la Qabbalah hebraica); por otra parte, eso permite explicar el equívoco que se produce a este respecto, puesto que Metatron es también representado como un ángel, aunque, estando más allá del dominio de las existencias «separadas», sea verdaderamente otra cosa y más que un ángel; y eso, por lo demás, corresponde bien todavía al doble aspecto del barzakh (NA: en algunas fórmulas esotéricas, el nombre de Er-Rûh se asocia a los de cuatro ángeles en relación a los cuales es, en el orden celeste, lo que es, en el orden terrestre, el Profeta en relación a los cuatro primeros Kholafâ; esto conviene también a Mitatrûn, quien por lo demás se identifica claramente a Er-Rûh el-mohammediyah). Otra consideración que concuerda enteramente con esta interpretación es ésta: en la figuración del «Trono» (El-Arsh), Er-Rûh está colocado en el centro, y ese lugar es efectivamente el de Metatron; El «Trono» es el lugar de la «Presencia divina», es decir, de la Shekinah que, en la Tradición hebraica, es el «paredro» o el aspecto complementario de Metatron. Por lo demás, puede decirse inclusive que, de una cierta manera, Er-Rûh se identifica al «Trono» mismo, ya que éste, rodeando y envolviendo a todos los mundos (de donde el epíteto El-Muhît que se le da), coincide por ahí con la «circunferencia primera» que hemos cuestionado más atrás (NA: sobre este punto del «Trono» y de Metatron, considerado bajo el punto de vista de la Qabbalah y de la angeleología hebraicas, consultar Basilides, Notas sobre el mundo celeste (número de julio de 1934, p 274-275), y Los Ángeles (n de febrero de 1935, p 88-90)). Se reencuentran todavía aquí las dos caras del barzakh: del lado de El-Haqq, es Er-Rahmân quien reposa sobre el «Trono» (NA: según este versículo de la Sûrat Tohâ (XX, 5): «Er-Rahmânu al' arshi estawâ»); pero, del lado de el-Khalq, no aparece en cierto modo más que por refracción a través de Er-Rûh, lo que está en conexión directa con el sentido de este hadîth: «El que me ve, ese ve la Verdad» (man raanî faqad raa el-Haqq). Queda ahí, en efecto, el misterio de la manifestación «profética» (NA: puede hacerse observar que por ahí se juntan de una cierta manera la concepción del Profeta y la del Avatâra, que proceden en sentido inverso la una de la otra, partiendo la segunda de la consideración del principio que se manifiesta, mientras que la primera parte de la consideración del «soporte» de esta manifestación (y el «Trono» es también el «soporte» de la Divinidad)); y se sabe que, según la Tradición hebraica igualmente, Metatron es el agente de las «teofanías» y el principio mismo de la profecía (NA: consultar El Rey del Mundo, p 30-33 (Edición francesa)), lo que, expresado en lenguaje islámico, viene a decir que no es otro que Er-Rûh el-mohammediyah, en quien todos los profetas y los enviados divinos no son más que uno, y que tiene, en el «mundo de aquí abajo», su expresión última en el que es su «sello» (Khâtam el-anbiâï wa'l-mursalîn), es decir, en el que los reúne en una síntesis final que es el reflejo de su unidad principal en el «mundo de allá arriba» (donde es awwal Khalqi' Llah, siendo lo que es lo último en el orden manifestado, analógicamente lo primero en el orden principal), y que es así el «señor de los primeros y de los últimos» (seyid el-awwalîna wa'l-akhirîn). Es por ahí, y por ahí solamente, que pueden realmente comprenderse, en su sentido profundo, todos los nombres y los títulos del Profeta, que son en definitiva los mismos del «Hombre Universal» (El-Insân el-Kâmil), totalizando finalmente en él todos los grados de la Existencia, como los contenía a todos en él desde el origen: alayhi çalatu Rabbil-Arshi dawman, ¡«Qué sobre él la plegaría del Señor del Trono sea perpetuamente»!
