MENTALIDAD ESCOLAR Y PSEUDOINICIACIÓN
Una de las marcas características de la mayoría de las organizaciones pseudoiniciáticas modernas es la manera en la que usan algunas comparaciones tomadas de la «vida ordinaria», es decir, en suma a la actividad profana bajo una u otra de las formas que reviste más corrientemente en el mundo contemporáneo. En eso no se trata sólo de analogías que, a pesar de la enojosa banalidad de las imágenes así empleadas y del hecho de que están tan alejadas como es posible de todo simbolismo tradicional, podrían ser todavía más o menos válidas en algunos límites; más o menos, decimos, ya que es menester no olvidar que, en el fondo, el punto de vista profano como tal conlleva siempre en sí mismo algo de ilegítimo, en tanto que es una verdadera negación del punto de vista tradicional; pero lo que es más grave aún, es que estas cosas se toman de la manera más literal, que llega incluso hasta una suerte de asimilación de pretendidas realidades espirituales a formas de actividad que, al menos en las condiciones actuales, son propiamente lo opuesto de toda espiritualidad. Es así como, en algunas escuelas ocultistas que hemos conocido antaño, se trataba sin cesar de «pagar deudas», y esta idea se llevaba hasta la obsesión; en el teosofismo y sus diferentes derivados más o menos directos, se trata sobre todo, constantemente, de «aprender lecciones», y todo se describe en términos «escolares», lo que nos conduce todavía a la confusión del conocimiento iniciático con la instrucción profana. El Universo todo entero no se concibe sino como una vasta «escuela» en la que los seres pasan de una clase a otra a medida que han «aprendido sus lecciones»; por lo demás, la representación de estas clases sucesivas está ligada íntimamente a la concepción «reencarnacionista», pero este punto no es el que nos interesa al presente, ya que es sobre el error inherente a estas imágenes «escolares», y sobre la mentalidad esencialmente profana de la que proceden, sobre lo que nos proponemos llamar la atención, independientemente de la relación que pueden tener de hecho con tal o cual teoría particular.
La instrucción profana, tal como está constituida en el mundo moderno, y sobre la que se modelan todas las representaciones en cuestión, es evidentemente una de las cosas que presentan en su punto más alto el carácter antitradicional; se puede decir incluso que, en cierto modo, no se ha hecho más que para eso, o al menos que es en este carácter donde reside su razón de ser primera y principal, ya que es evidente que se trata de uno de los instrumentos más poderosos de los que se pueda disponer para llegar a la destrucción del espíritu tradicional. Es inútil insistir aquí una vez más sobre estas consideraciones; pero hay otro punto que puede parecer menos evidente a primera vista, y que es éste: aunque no se hubiera producido una tal desviación, semejantes representaciones «escolares» serían todavía erróneas desde que se pretende aplicarlas al orden iniciático, ya que la instrucción exterior, aunque no sea profana como lo es actualmente, y aunque sea al contrario legítima e incluso tradicional en su orden, por eso no resulta menos, por su naturaleza y por su destino mismo, algo enteramente diferente de lo que se refiere al dominio iniciático. Así pues, en todo caso, habría una confusión entre el exoterismo y el esoterismo, confusión que no sólo da testimonio de una ignorancia de la verdadera naturaleza del exoterismo, sino incluso de una pérdida del sentido tradicional en general, y que, por consiguiente, es, en sí misma, una manifestación de la mentalidad profana; pero, para hacerlo comprender mejor todavía, conviene precisar un poco más de lo que lo hemos hecho hasta aquí algunas de las diferencias profundas que existen entre la instrucción exterior y la iniciación, lo que, por lo demás, hará aparecer más claramente un defecto que se encuentra ya en algunas organizaciones iniciáticas auténticas, pero en estado de degeneración, y que naturalmente se encuentra con mayor razón, acentuado hasta la caricatura, en las organizaciones pseudoiniciáticas a las que hemos hecho alusión. A este propósito, debemos decir primeramente que, en la enseñanza universitaria misma, hay, o más bien había en su origen, algo que es mucho menos simple e incluso más enigmático de lo que se cree de ordinario, a falta de plantearse una cuestión que, no obstante, debiera presentarse inmediatamente al pensamiento de quienquiera que es capaz de la menor reflexión: en efecto, si hay una verdad evidente, es que no se puede conferir o transmitir a otros algo que uno mismo no posee (NA: Hemos visto a un escritor masónico afirmar que «ha sido menester que el primer iniciado se haya iniciado a sí mismo», y eso con la intención evidente de negar el origen «no humano» de la iniciación; sería difícil llevar la absurdidad más lejos, como ya lo hemos mostrado al explicar cual es la verdadera naturaleza de la iniciación; pero, en cualquier dominio que sea, apenas es menos absurdo suponer que alguien haya podido darse a sí mismo lo que no tenía, y con mayor razón transmitirlo; ya hemos suscitado en otra parte una cuestión de este género sobre el tema del carácter eminentemente sospechoso de la «transmisión» psicoanalítica (NA: Ver RQST, cap. XXXIV).); así pues, ¿cómo han podido ser instituidos los grados universitarios en su comienzo, si no es por la intervención, bajo una forma o bajo otra, de una autoridad de orden superior? En eso debe haber habido una verdadera «exteriorización» (NA: Ya hemos hablado de una tal «exteriorización», en un orden diferente, a propósito de la relación que existe entre algunos ritos exotéricos y ritos iniciáticos.), que también puede considerarse al mismo tiempo como un «descenso» a este orden inferior al que pertenece necesariamente toda enseñanza «pública», aunque esté constituida sobre las bases más estrictamente tradicionales (entonces la llamaríamos de buena gana «escolástica», según el uso de la edad media, para reservar preferentemente a la palabra «escolar» el sentido profano habitual); y, por lo demás, es en virtud de este «descenso» por lo que esta enseñanza podía participar efectivamente, en los límites de su dominio propio, en el espíritu mismo de la tradición. Esto concuerda bien, por una parte, con lo que se sabe de los caracteres generales de la época a la que se remonta el origen de las Universidades, es decir, de la edad media, y también, por otra parte y más particularmente, con el hecho muy poco observado de que la distinción de los tres grados universitarios está calcada bastante manifiestamente sobre la constitución de una jerarquía iniciática (NA: Los tres grados de bachiller, de licenciado y de doctor reproducen la división ternaria que es adoptada frecuentemente por las organizaciones iniciáticas, y que se encuentra concretamente en la Masonería con los tres grados de Aprendiz, de Compañero y de Maestro.). Recordamos igualmente, a este respecto, que, como ya lo hemos indicado en otra parte (NA: Ver El Esoterismo de Dante, pp. 10-15, ed. francesa.), las ciencias del trivium y del quadrivium, al mismo tiempo que representaban, en su sentido exotérico, divisiones de un programa de enseñanza universitaria, estaban también en correspondencia, por una transposición apropiada, con grados de iniciación (NA: Se tiene entonces otra división, no ya ternaria, sino septenaria, que estaba concretamente en uso en la organización medieval de los «Fieles de Amor», y también, en la antigüedad, en los misterios mitraicos; en estos dos casos, los siete grados o «escalones» de la iniciación estaban paralelamente puestos en relación con los siete cielos planetarios.); pero, no hay que decir que una tal correspondencia, que respetaba rigurosamente las relaciones normales de los diferentes órdenes, no podría implicar de ninguna manera el transporte, al dominio iniciático, de cosas tales como un sistema de clases y de exámenes como el que conlleva forzosamente la enseñanza exterior. Apenas hay necesidad de agregar que, puesto que en los tiempos modernos, las Universidades occidentales han sido completamente desviadas de su espíritu original, y puesto que desde entonces ya no pueden tener el menor lazo con un principio superior capaz de legitimarlas, los grados que se han conservado en ellas, en lugar de ser como una imagen exterior de grados iniciáticos, no son más que una simple parodia de ellos, del mismo modo que una ceremonia profana es la parodia o la contrahechura de un rito, y que las ciencias profanas mismas son, bajo más de un aspecto, una parodia de las ciencias tradicionales; por lo demás, este último caso es completamente comparable al de los grados universitarios, que si se han mantenido de una manera continua, representan actualmente un verdadero «residuo» de lo que han sido en el origen, como las ciencias profanas son, así como ya lo hemos explicado en más de una ocasión, un «residuo» de las antiguas ciencias tradicionales.
Hace un momento hemos hecho alusión a los exámenes, y es sobre este punto donde querríamos insistir un poco ahora: estos exámenes, como se puede constatar por su práctica constante en las civilizaciones más diferentes, están en su lugar y tienen su razón de ser en la enseñanza exterior, incluso tradicional, donde, en cierto modo, por definición, no se dispone de ningún criterio de otro orden; pero, cuando se trata al contrario de un dominio puramente interior como el de la iniciación, devienen completamente vanos e ineficaces, y, normalmente, no podrían desempeñar, todo lo más, más que un papel exclusivamente simbólico, algo así como el secreto concerniente a algunas formas rituales no es más que un símbolo del verdadero secreto iniciático; por lo demás, son perfectamente inútiles en una organización iniciática en tanto que ésta es verdaderamente todo lo que debe ser. Solamente, de hecho, es menester tener en cuenta algunos casos de degeneración, donde, puesto que ya nadie es capaz de aplicar los criterios reales (sobre todo en razón del olvido completo de las ciencias tradicionales, que son las únicas que pueden proporcionárselos, así como lo hemos dicho a propósito de las cualificaciones iniciáticas), se los suple tanto como se puede instituyendo, para el paso de un grado a otro, exámenes más o menos similares en su forma, que no en su programa, a los exámenes universitarios, y que, como éstos, no pueden recaer en suma más que sobre cosas «aprendidas», del mismo modo que, en ausencia de una autoridad interior efectiva, se instituyen formas administrativas comparables a las de los gobiernos profanos. Estas dos cosas, que no son en el fondo más que dos efectos de una misma causa, aparecen por lo demás como bastante estrechamente ligadas entre ellas, y se constatan casi siempre simultáneamente en las mismas organizaciones; se las encuentra también asociadas la una a la otra, no sólo en realidad, sino todavía en tanto que representaciones imaginarias, en las organizaciones pseudoiniciáticas: así, los teosofistas, que usan tan gustosamente las imágenes «escolares», conciben por otra parte lo que ellos llaman «el gobierno oculto del mundo» como dividido en diferentes «departamentos», cuyas atribuciones se inspiran muy manifiestamente en las de los ministerios y de las administraciones del mundo profano. Esta última precisión nos conduce a reconocer cuál puede ser la fuente principal de los errores de este género: es que los inventores de las organizaciones pseudoiniciáticas, puesto que no conocen, ni siquiera desde afuera, ninguna organización auténticamente iniciática diferente de aquellas que han llegado a este estado de degeneración (y es completamente natural que la cosa sea así, puesto que son las únicas que subsisten todavía en nuestros días en el mundo occidental), no han creído poder hacer nada mejor que imitarlas, e, inevitablemente, las han imitado en lo más exterior que tienen, que es también lo que está más afectado por la degeneración en cuestión y donde ésta se afirma más claramente por cosas como las que acabamos de considerar; y, no contentos con introducir esta imitación en la constitución de sus propias organizaciones, la han proyectado por así decir en imaginación a un supuesto «otro mundo», es decir, a la representación que se hacen del mundo espiritual o de lo que creen que es tal. El resultado es que, mientras que las organizaciones iniciáticas, en tanto que no han sufrido ninguna desviación, están constituidas a la imagen del verdadero mundo espiritual, inversamente, se encuentra que la caricatura de éste es la imagen de las organizaciones pseudoiniciáticas, que, ellas mismas, al querer copiar a algunas organizaciones iniciáticas auténticas para adoptar sus apariencias, no les han tomado en realidad más que los lados deformados por las apropiaciones sacadas del mundo profano.
Ya se trate de organizaciones iniciáticas más o menos degeneradas o de organizaciones pseudoiniciáticas, se ve que lo que se produce así, por la introducción de las formas profanas, es exactamente lo inverso del «descenso» que considerábamos al hablar del origen de las instituciones universitarias, y por el cual, en una época de civilización tradicional, lo exotérico se modelaba de alguna manera sobre lo esotérico, y lo inferior sobre lo superior; pero la gran diferencia entre los dos casos es que, en el de una iniciación menguada o incluso desviada hasta un cierto punto, la presencia de estas formas parásitas no impide que la transmisión de una influencia espiritual exista siempre a pesar de todo, mientras que, en el de la pseudoiniciación, no hay detrás de esas mismas formas más que el vacío puro y simple. Lo que los promotores de la pseudoiniciación no sospechan, ciertamente, es que, al transportar sus ideas «escolares» y otras cosas del mismo género hasta en su representación del orden universal, han puesto ellos mismos simplemente sobre ésta la marca de su mentalidad profana; lo que resulta más deplorable, es que aquellos a quienes presentan estas concepciones fantasiosas no son tampoco capaces de discernir esta marca, que, si pudieran darse cuenta de todo lo que significa, debería bastar para ponerles en guardia contra tales empresas e incluso para alejarles de ellas para siempre.
