guenon:rgai:verbum_lux_et_vita

«VERBUM, LUX ET VITA»

Hemos hecho alusión hace un momento al acto del Verbo que produce la «iluminación» que está en el origen de toda manifestación, y que se encuentra analógicamente en el punto de partida del proceso iniciático; esto, aunque esta cuestión pueda parecer un poco fuera del tema principal de nuestro estudio (pero, en razón de la correspondencia de los puntos de vista «macrocósmico» y «microcósmico», eso no es más que una apariencia), nos lleva a señalar la estrecha conexión que existe, desde el punto de vista cosmogónico, entre el sonido y la luz, y que se expresa muy claramente por la asociación e incluso la identificación establecida en el comienzo del Evangelio de San Juan, entre los términos Verbum, Lux et Vita (NA: No carece de interés notar a este propósito que, en las organizaciones masónicas que han conservado más completamente las antiguas formas rituales, la Biblia colocada sobre el altar debe estar abierta precisamente en la primera página del Evangelio de San Juan.). Se sabe que la tradición hindú, que considera la «luminosidad» (taijasa) como caracterizando propiamente al estado sutil (y veremos enseguida la relación de ésta con el último de los tres términos que acabamos de recordar), afirma por otra parte la primordialidad del sonido (shabda) entre las cualidades sensibles, como correspondiendo al éter (âkâsha) entre los elementos; así enunciada, esta afirmación se refiere inmediatamente al mundo corporal, pero, al mismo tiempo, es susceptible también de transposición a otros dominios (NA: Por lo demás, esto resulta evidentemente por el hecho de que la teoría sobre la que reposa la ciencia de los mantras (mantra-vidyâ) distingue diferentes modalidades del sonido: parâ o no manifestado, pashyantî y vaikharî, que es la palabra articulada; únicamente esta última se refiere propiamente al sonido como cualidad sensible, perteneciente al orden corporal.), ya que, en realidad, no hace más que traducir, al respecto de este mundo corporal que no representa en suma más que un simple caso particular, el proceso mismo de la manifestación universal. Si se considera ésta en su integridad, esta misma afirmación deviene la de la producción de todas las cosas en cualquier estado que sea, por el Verbo o la Palabra Divina, que está así en el comienzo o, para decirlo mejor (puesto que en eso se trata de algo esencialmente «intemporal»), en el principio de toda manifestación (NA: Son las primeras palabras mismas del Evangelio de San Juan: In principio erat Verbum.), lo que se encuentra también indicado expresamente en el comienzo del Génesis hebraico, donde se ve, así como ya lo hemos dicho, que la primera palabra proferida, como punto de partida de la manifestación, es el Fiat Lux por el que es iluminado y organizado el caos de las posibilidades; esto establece precisamente la relación directa que existe, en el orden principial, entre lo que puede designarse analógicamente como el sonido y la luz, es decir, en suma, aquello de lo que el sonido y la luz, en el sentido ordinario de estas palabras, son las expresiones respectivas en nuestro mundo.

Aquí, hay lugar a hacer una precisión importante: el verbo amar, que se emplea en el texto bíblico, y que se traduce habitualmente por «decir», tiene en realidad como sentido principal, tanto en hebreo como en árabe, el de «mandar» u «ordenar»; la Palabra divina es la «orden» (amr) por la que se efectúa la creación, es decir, la producción de la manifestación universal, ya sea en su conjunto, ya sea en una cualquiera de sus modalidades (NA: Debemos recordar aquí la conexión que existe entre los dos sentidos diferentes de la palabra «orden», que ya hemos mencionado en una nota precedente.). Según la tradición islámica igualmente, la primera creación es la de la Luz (NA: En-Nûr), que se dice min amri'Llah, es decir, que procede inmediatamente de la orden o del mandato divino; y, si puede decirse, esta creación se sitúa en el «mundo», es decir, en el estado o en el grado de existencia, que, por esta razón, se designa como âlamul-amr, y que, hablando propiamente, constituye el mundo espiritual puro. En efecto, la Luz inteligible es la esencia (dhât) del «Espíritu» (NA: Er-Rûh), y éste, cuando se considera en el sentido universal, se identifica a la Luz misma; por eso es por lo que las expresiones En-Nûr el-muhammadî y Er-Rûh el-muhammadî son equivalentes, designando una y otra la forma principial y total del «Hombre Universal» (NA: Ver El Simbolismo de la Cruz, p. 58, ed. francesa.), que es awwalu khalqi'Llah, «el primero de la creación Divina». Ese es el verdadero «Corazón del Mundo», cuya expansión produce la manifestación de todos los seres, mientras que su contracción los conduce finalmente a su Principio (NA: El simbolismo del doble movimiento del corazón debe considerarse aquí como equivalente al movimiento bien conocido, concretamente en la tradición hindú, de las dos fases inversas y complementarias de la respiración; en los dos casos, se trata siempre de una expansión y de una contracción alternadas, que corresponden también a los dos términos coagula y solve del hermetismo, pero a condición de tener cuidado de observar que las dos fases deben tomarse en sentido inverso según que las cosas se consideren en relación al Principio o en relación a la manifestación, de tal suerte que es la expansión principial la que determina la «coagulación» de lo manifestado, y es la contracción principial la que determina su «solución».); y así es a la vez «el primero y el último» (el-awwal wa el-akher) en relación a la creación, como Allâh mismo es «el Primero y el Último» en el sentido absoluto (NA: Todo esto tiene igualmente una relación con el papel de Metatron en la Kabbala hebraica.). «Corazón de los corazones y Espíritu de los espíritus» (NA: Qalbul-qulûbi wa Rûhul-arwâh), es en su seno donde se diferencian los «espíritus» particulares, los ángeles (el-malâikah) y los «espíritus separados» (el-arwâh el mujarradah), que son así formados de la Luz primordial como de su única esencia, sin mezcla de los elementos que representan las condiciones determinantes de los grados inferiores de la existencia (NA: Es fácil ver que esto de lo que se trata aquí puede ser identificado al dominio de la manifestación supraindividual.).

Si pasamos ahora a la consideración más particular de nuestro mundo, es decir, del grado de existencia al que pertenece el estado humano (considerado aquí íntegramente, y no restringido únicamente a su modalidad corporal), debemos encontrar en él, como «centro», un principio correspondiente a éste «Corazón universal» y que no sea en cierto modo más que su especificación en relación al estado de que se trata. Es este principio el que la doctrina hindú designa como Hiranyagarbha: es un aspecto de Brahmâ, es decir, del Verbo productor de la manifestación (NA: Es «productor» en relación a nuestro mundo, pero, al mismo tiempo, es «producido» en relación al Principio supremo, y por eso es por lo que también es llamado Kârya-Brahma.), y, al mismo tiempo, es también «Luz», como lo indica la designación de Taijasa dada al estado sutil que constituye su propio «mundo», y del que contiene esencialmente en sí mismo todas las posibilidades (NA: Ver El hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XIV. - Esta naturaleza luminosa está claramente indicada en el nombre mismo de Hiranyagarbha, ya que la luz es simbolizada por el oro (hiranya), que es, el mismo, la «luz mineral», y que corresponde, entre los metales, al sol entre los planetas; y se sabe que el sol es también, en el simbolismo de todas las tradiciones, una de las figuras del «Corazón del Mundo».). Es aquí donde encontramos el tercero de los términos que hemos mencionado primeramente: esta Luz cósmica, para los seres manifestados en este dominio, y en conformidad con sus condiciones particulares de existencia, aparece como «Vida»; Et Vita erat Lux hominun, dice, exactamente en este sentido, el Evangelio de San Juan. Así pues, bajo este aspecto, Hiranyagarbha es como el «principio vital» de este mundo todo entero, y es por eso por lo que es llamado jîva-ghana, puesto que toda vida está sintetizada principialmente en él; la palabra ghana indica que aquí nos encontramos de nuevo con esta forma «global» de la que hablábamos más atrás a propósito de la Luz primordial, de suerte que la «Vida» aparece en ella como una imagen o una reflexión del «Espíritu» en un cierto nivel de manifestación (NA: Esta precisión puede ayudar a definir las relaciones del «espíritu» (er-ruh) y del «alma» (en-nefs), siendo ésta propiamente el «principio vital» de cada ser particular.); y esta misma forma es también la del «Huevo del Mundo» (NA: Brahmânda), del que, según la significación de su nombre, Hiranyagarbha es el «germen» vivificante (NA: Ver RQST, cap. XX.).

En un cierto estado, que corresponde a esta primera modalidad sutil del orden humano que constituye propiamente el mundo de Hiranyagarbha (pero, bien entendido, sin que haya todavía identificación con el «centro» mismo) (NA: El estado de que se trata es lo que la terminología del esoterismo islámico designa como un hâl, mientras que el estado que corresponde a la identificación con el centro es propiamente un maqâm.), el ser se siente como una ola del «Océano primordial» (NA: Conformemente al simbolismo general de las Aguas, el «Océano» (en sánscrito samudra) representa el conjunto de las posibilidades contenidas en un cierto estado de existencia; cada ola corresponde entonces, en ese conjunto, a la determinación de una posibilidad particular.), sin que sea posible decir si esta ola es una vibración sonora o una onda luminosa; en realidad, es a la vez la una y la otra, indisolublemente unidas en principio, más allá de toda diferenciación que no se produce más que en una etapa ulterior del desarrollo de la manifestación. No hay que decir que aquí hablamos analógicamente, ya que es evidente que, en el estado sutil, no podría tratarse del sonido y de la Luz en el sentido ordinario, es decir, en tanto que cualidades sensibles, sino sólo de aquello de lo que proceden respectivamente; y, por otra parte, la vibración o la ondulación, en su acepción literal, no es más que un movimiento que, como tal, implica necesariamente las condiciones de espacio y de tiempo que son propias al dominio de la existencia corporal; pero la analogía no es por eso menos exacta, y, por lo demás, aquí es el único modo de expresión posible. Así pues, el estado de que se trata está en relación directa con el principio mismo de la Vida, en el sentido más universal en que pueda considerársele (NA: En la tradición islámica, esto se refiere más especialmente al aspecto o atributo expresado por el nombre divino El-Hayy, que se traduce ordinariamente por «El Viviente», pero que se podría traducir mucho más exactamente por «El Vivificador».); se encuentra como una imagen suya en las principales manifestaciones de la vida orgánica misma, aquellas que son propiamente indispensables para su conservación, tanto en las pulsaciones del corazón como en los movimientos alternados de la respiración; y ese es el verdadero fundamento de las múltiples aplicaciones de la «ciencia del ritmo», cuyo papel es extremadamente importante en la mayor parte de los métodos de realización iniciática. Esta Ciencia comprende naturalmente la mantra-vidyâ, que corresponde aquí al aspecto «sónico» (NA: No hay que decir que esto no se aplica exclusivamente a los mantras de la tradición hindú, sino también a aquello que se les corresponde en otras partes, por ejemplo al dhikr en la tradición islámica; de una manera enteramente general, se trata de los símbolos sonoros que se toman ritualmente como «soportes» sensibles del «encantamiento» entendido en el sentido que hemos explicado precedentemente.); y, por otra parte, puesto que el aspecto «luminoso» aparece más particularmente en las nadîs de la «forma sutil» (sûkshma-sharîra) (NA: Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XIV y XXI.), se puede ver sin dificultad la relación de todo esto con la doble naturaleza luminosa (jyotirmayî) y sonora (shabdamayî o mantramayî) que la tradición hindú atribuye a Kundalinî, la fuerza cósmica que, en tanto que reside especialmente en el ser humano, actúa en él propiamente como «fuerza vital» (NA: Puesto que Kundalinî se representa como una serpiente enrollada sobre sí misma en forma de anillo (kundala), se podría recordar aquí la relación estrecha que existe frecuentemente, en el simbolismo tradicional, entre la serpiente y el «Huevo del Mundo», al que hemos hecho alusión hace un momento a propósito de Hiranyagarbha: así, en los antiguos Egipcios, kneph, bajo la forma de una serpiente, produce el «Huevo del Mundo» por su boca (lo que implica una alusión al papel esencial del Verbo como productor de la manifestación); y mencionaremos también el símbolo equivalente del «huevo de serpiente» de los Druidas, que era figurado por el erizo fósil.). Así, encontramos siempre los tres términos Verbum, Lux et Vita, inseparables entre ellos en el principio mismo del estado humano; y, sobre este punto como sobre tantos otros, podemos constatar el perfecto acuerdo de las diferentes doctrinas tradicionales, que no son en realidad más que las expresiones diversas de la Verdad una.

guenon/rgai/verbum_lux_et_vita.txt · Last modified: by 127.0.0.1