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LOS GUARDIANES DE TIERRA SANTA

Entre las atribuciones de las Ordenes de Caballería y más particularmente de los Templarios, una de las más conocidas pero no de las mejor comprendidas en general, es la de «Guardianes de Tierra Santa». Seguramente, si nos atenemos al sentido más externo, se encuentra una explicación inmediata de este hecho en la conexión que existe entre el origen de estas Ordenes y las Cruzadas pues, tanto para los Cristianos como para los judíos, parece ser que la «Tierra Santa» no designa nada más que Palestina. Sin embargo la cuestión se completa cuando se observa que diversas organizaciones orientales cuyo carácter iniciático no es dudoso, como los Asacis y los Drusos, han tomado igualmente el mismo nombre de «guardianes de la Tierra Santa». En efecto, en ese caso ya no puede tratarse de Palestina, y además es remarcable que estas organizaciones presenten tan gran número de rasgos comunes con las órdenes de caballería occidentales, que incluso algunas de ellas hayan estado históricamente en relación con aquéllas, ¿Qué hay que entender pues en realidad por «Tierra Santa» y a quién corresponde exactamente ese papel de «guardianes» que parece relacionado con un género de iniciación determinado, que se puede llamar iniciación «caballeresca», dando a este término una extensión mayor que la que se le da de ordinario, pero que las analogías existentes entre las diferentes formas de las que hablamos bastarían ampliamente para legitimarla? Por lo demás ya hemos mostrado, particularmente en nuestro estudio sobre El Rey del Mundo, que la expresión «Tierra Santa» tiene un cierto número de sinónimos: «Tierra Pura», «Tierra de los Santos», «Tierra de Inmortalidad», «Tierra de los Vivos», que esas designaciones equivalentes se vuelven a encontrar en las tradiciones de todos los pueblos, y que se aplican siempre esencialmente a un centro espiritual cuya localización es una región determinada puede, según el caso, ser entendida literal o simbólicamente, o a la vez en uno y otro sentido. Toda «Tierra Santa» es también designada por expresiones como «Centro del Mundo» o «Corazón del Mundo» y esto requiere algunas explicaciones, pues esas designaciones uniformes aunque diversamente aplicadas, podrían fácilmente entrañar ciertas confusiones. Si consideramos por ejemplo la tradición hebrea, vemos que se habla en el Sepher Ietsirah del «Palacio Santo» o «Palacio interior», que es el verdadero «Centro del Mundo» en el sentido cosmogónico del término; y vemos también que este «Palacio Santo» tiene su imagen en el mundo humano, por su residencia en un cierto lugar de la Shekinah, que es la «presencia real» de la Divinidad (NA: Ver nuestros artículos sobre El Corazón del Mundo en la Qabbalah hebrea y la Tierra Santa y el Corazón del Mundo, en la revista Regnabit, julio-agosto y septiembre-octubre de 1926, cf también cap IV de El Simbolismo de la Cruz) para el pueblo de Israel, esta residencia de la Shekinah era el Tabernáculo (NA: Mishkan) que, por esta razón, era considerado como el «Corazón del Mundo» porque era efectivamente el centro espiritual de su propia tradición. Este centro además, no fue al principio un lugar fijo; cuando se trata de un pueblo nómada, como era el caso, su centro espiritual debe desplazarse con él aun permaneciendo, no obstante, siempre el mismo en el curso de ese desplazamiento. «La residencia de la Shekinah dice el Sr. Vuillaud, no fue fijada más que el día en que el Templo fue construido, para lo cual David había preparado el oro, la plata y todo lo que Salomón necesitaba para concluir la obra. (NA: Es bueno hacer notar que las expresiones que son empleadas aquí evocan la asimilación que ha sido establecida frecuentemente entre la construcción del Templo, considerado en su significado ideal, y la «Gran Obra» de los hermetistas) El Tabernáculo de la Santidad de Jehovah, la residencia de la Shekinah, es el Santo de los Santos, que es el corazón del Templo, que es el mismo centro de Sión en el centro de la Tierra de Israel, como la Tierra de Israel es el centro del mundo». (NA: La Kabbale juive, París, 1923, t. p 509) Se puede resaltar que hay aquí una serie de extensiones dadas gradualmente a la idea del centro en las aplicaciones que son hechas sucesivamente, de manera que el nombramiento de «Centro del Mundo» o de «Corazón del Mundo» es finalmente extendido a la Tierra de Israel entera, en tanto que ésta es considerada como la «Tierra Santa»; es necesario añadir que bajo el mismo punto de vista recibe también, entre otras denominaciones, la de «Tierra de los Vivos». Se ha hablado de que la «Tierra de los Vivos comprende siete tierras», y el Sr. Vuillaud observa que «esta Tierra es Canaan en la que había siete pueblos», (NA: Ibid, t. II, p 116) lo que es exacto en sentido literal, aunque una interpretación simbólica sea igualmente posible. Esta expresión de «Tierra de los Vivos» es exactamente sinónima de «morada de inmortalidad», y la liturgia católica la aplica a la morada celeste de los elegidos que estaba representada por la Tierra prometida, puesto que Israel al penetrar en ella debía ver el fin de sus tribulaciones. Desde otro punto de vista aún, la Tierra de Israel en tanto que centro espiritual, era una imagen del cielo, pues según la tradición judía «todo lo que hacen los israelitas sobre la tierra es cumplido según las pautas de lo que pasa en el mundo celeste». (NA: Ibid, t. I, p 501) Lo que se dice aquí de los israelitas puede decirse paralelamente de todos los pueblos poseedores de una tradición verdaderamente ortodoxa; y de hecho, el pueblo de Israel no es el único que ha asimilado su país al «Corazón del Mundo» y que lo ha considerado como una imagen del Cielo, dos ideas que, por lo demás, no son sino una realidad. El uso del mismo simbolismo se reencuentra en otros pueblos que poseyeron igualmente una «Tierra Santa», es decir un país donde estaba establecido un centro espiritual, teniendo por ello un papel comparable al del Templo de Jerusalén para los hebreos. A este respecto, la «Tierra Santa» es como el Omphalos, que era siempre la imagen visible del «Centro del Mundo» para el pueblo que habitaba la región donde era colocado. (NA: Ver nuestro artículo sobre Las Piedras de rayo, en Le Voile d'Isis, de mayo de 1929) El simbolismo del que tratamos se vuelve a encontrar claramente en los antiguos egipcios; en efecto, según Plutarco, «Los egipcios dan a su región el nombre de Chemia, (NA: Kémi en lengua egipcia significa «tierra negra», designación cuyo equivalente se encuentra también en otros pueblos; de esta palabra deriva la de alquimia (NA: siendo al el artículo árabe), que designaba originariamente la ciencia hermética, es decir la ciencia sacerdotal de Egipto) y la comparan a un corazón». (NA: Isis y Osiris, 33; traducción Mario Meunier, París, p 116) La razón que da este autor es bastante extraña: «Esta región es cálida, húmeda, contenida en las partes meridionales de la tierra habitada, extendida al Sur, como en el cuerpo del hombre el corazón se extiende a la izquierda, pues los egipcios consideran el Oriente como el rostro del mundo, el Norte como la derecha y el Sur como la izquierda». (NA: Ibid 32, p 112. En la India es al contrario, el Sur es el que es designado como el «lado de la derecha» (NA: dakshina); pero, a pesar de las apariencias, esto quiere decir lo mismo, pues es necesario entender el lado que se tiene a la derecha cuando se mira hacia Oriente, y es fácil representarse el lado izquierdo del mundo extendiéndose hacia la derecha del que lo contempla e inversamente, como ocurre a dos personas colocadas una frente a otra) Esto no son más que similitudes bastante superficiales, y la verdadera razón debe ser otra, puesto que la misma comparación con el corazón ha sido aplicada igualmente a toda tierra a la cual era atribuido un carácter sagrado y «central» en el sentido espiritual, sea cual fuese su situación geográfica. Por lo demás, refiere el mismo Plutarco, el corazón que representaba a Egipto, representaba al mismo tiempo al Cielo: «Los egipcios, dice, representan el Cielo, que no podría envejecer puesto que es eterno, por un corazón puesto sobre un brasero cuya llama conserva el ardor». (NA: Ibid, 10, p 49. Es de resaltar que este símbolo, con el significado que le es dado aquí, parece poder ser relacionado con el del fénix) Así, mientras que el corazón es representado por un vaso, que no es otro que el que las leyendas de la Edad Media occidental designarían como el «Santo Grial», es a su vez y simultáneamente, la hierografía de Egipto y éste del Cielo. La conclusión a sacar de estas consideraciones es que hay tantas «Tierras Santas» particulares como formas tradicionales regulares existen, puesto que representan los centros espirituales que corresponden respectivamente a esas diferentes formas; pero, si el mismo simbolismo se aplica uniformemente a todas esas «Tierras Santas», es que esos centros espirituales tienen todos una constitución análoga, y a menudo hasta en los detalles más precisos, porque son otras tantas imágenes de un mismo centro único y supremo, que es verdadera y únicamente el «Centro del Mundo» pero del que toman sus atributos, participando de su naturaleza por una comunicación directa en la cual reside la ortodoxia tradicional, y representándolo efectivamente de una forma más o menos exterior para tiempos y lugares determinados. En otras palabras, existe una «Tierra Santa» por excelencia, prototipo de todas las demás, centro espiritual al cual todos los demás centros están subordinados, sede de la Tradición primordial de la que todas las tradiciones particulares se derivan por adaptación a tales o cuales condiciones definidas, que son las de un pueblo o las de una época. Esta «Tierra Santa» por excelencia es la «región suprema» según el sentido del término sánscrito Paradesha, del que los Caldeos han hecho Pardes y los Occidentales Paradis; es en efecto el «Paraíso terrenal», que es el punto de partida de toda tradición, que tiene en su centro la fuente única de la que parten los cuatro ríos hacia los cuatro puntos cardinales (NA: Esta fuente es idéntica a la «fuente de enseñanza» a la que hemos tenido la ocasión de hacer diferentes alusiones (NA: ver p 29)) y que es también la «morada de inmortalidad» como es fácil de comprender remontándose a los primeros capítulos del Génesis. (NA: Es por eso que la «fuente de enseñanza» es al mismo tiempo la «fuente de la juventud» (NA: fons juventutis), porque el que bebe es liberado de la condición temporal; ella está además situada al pie del «Árbol de la Vida» (NA: ver más adelante nuestro estudio sobre El lenguaje secreto de Dante y de los «Fieles de Amor») y sus aguas se identifican evidentemente con el «elixir de la larga vida» de los hermetistas (NA: la idea de «longevidad» tiene aquí el mismo significado que en las tradiciones orientales), o del «brebaje de inmortalidad», el cual es objeto de diferentes denominaciones) No podemos volver aquí sobre todas las cuestiones que conciernen al Centro supremo y que además ya hemos tratado mas o menos completamente: su conservación de una manera mas o menos oculta según los períodos, del comienzo al fin de un ciclo, es decir, desde el «Paraíso terrenal» hasta la «Jerusalén celestial» que representan las dos fases extremas; los nombres múltiples bajo los cuales es designado, como los de Tula, Luz, Salem, Agartha; los diferentes símbolos que lo representan, como la montaña, la caverna, la isla y bastantes otros, en conexión inmediata, la mayor parte, con el simbolismo del «Polo» o del «Eje del Mundo». A estas representaciones podemos añadir las de una ciudad, una ciudadela, un templo o un palacio según el aspecto bajo el cual se lo considere más especialmente; he aquí la ocasión de recordar, al mismo tiempo, que el Templo de Salomón que se relaciona más directamente con nuestro tema, y su triple recinto, del que hemos hablado recientemente, representa la jerarquía iniciática de ciertos centros tradicionales (NA: Ver nuestro artículo sobre El triple recinto druídico, en Le Voile d'Isis, de junio de 1929; hemos señalado precisamente la relación de esta figura bajo sus dos formas, circular y cuadrada, con el simbolismo del «Paraíso terrenal» y de la «Jerusalén celestial») y también el misterioso laberinto que, bajo una forma más compleja, se refiere a una concepción similar, con la diferencia de que lo que es puesto en evidencia es la idea de un «encaminamiento» hacia el centro escondido. (NA: El laberinto cretense era el palacio de Minos, nombre idéntico al de Manu, que designa al Legislador primordial. Por otra parte se puede comprender por lo que decimos aquí, la razón por la cual el recorrido del laberinto trazado sobre el enlosado de ciertas iglesias en la Edad Media, era considerado como sustituto del peregrinaje a Tierra Santa para aquellos que no podían cumplirlo; es necesario recordar que el peregrinaje es precisamente una de las representaciones de la iniciación, de manera que el «peregrinaje a Tierra Santa» es, en el sentido esotérico lo mismo que la «búsqueda de la Palabra perdida» o la «conquista del Santo Grial») Debemos añadir ahora que el simbolismo de la «Tierra Santa» tiene un doble sentido: que sea referido al Centro supremo o a un centro subordinado, representa no solamente ese centro mismo sino también, por una asociación que es completamente natural, la tradición que emana o que es conservada, es decir, en el primer caso, la Tradición primordial y en el segundo, una cierta forma tradicional particular. (NA: Analógicamente, desde el punto de vista cosmogónico, el «Centro del Mundo» es el punto original desde donde es proferido el Verbo creador, y es también el Verbo mismo) Este doble sentido se vuelve a encontrar paralelamente y de una forma muy clara en el simbolismo del «Santo Grial», que es a la vez un vaso (NA: grasale) y un libro (NA: gradale o graduale); este último aspecto designa manifiestamente la tradición, mientras que el otro concierne más directamente al estado correspondiente a la comprensión efectiva de esa tradición; es decir, el «estado edénico» si se trata de la Tradición primordial, y aquel que ha llegado a este estado es, por ello mismo, reintegrado al Pardes, de tal manera que se puede decir que su residencia es desde entonces el «Centro del Mundo». (NA: Es importante tener en cuenta a este propósito que en todas las tradiciones, los lugares simbolizan estados. Por otra parte, resaltaremos que hay un parentesco evidente entre el símbolo del vaso o de la copa y el de la fuente que ha salido más arriba, se ha visto también que, en los egipcios, el vaso era el jeroglífico del corazón, centro vital del ser. Finalmente recordemos lo que ya hemos dicho en otras ocasiones respecto al vino como sustituto del soma védico y como símbolo de la doctrina oculta; todo esto, bajo una forma u otra, trata siempre del «brebaje de inmortalidad» y de la restauración del «estado primordial») No es sin motivo que recordamos aquí estos dos símbolos pues su estrecha similitud muestra que cuando se habla de la «Caballería del Santo Grial» o de los «guardianes de Tierra Santa», lo que debe entenderse por estas dos expresiones es exactamente lo mismo; nos queda por explicar, en la medida de lo posible, en qué consiste propiamente la función de estos «guardianes», función que en particular fue la de las Templarios. (NA: Saint-Yves d'Alveydre emplea para designar a los «guardianes» del Centro supremo, la expresión de «Templarios del Agartha»; las consideraciones que exponemos aquí harán ver la justicia de este término, que de por sí quizá no habría recogido plenamente todo el significado) Para comprender mejor lo que es, es necesario distinguir entre los detentadores de la tradición, cuya función es la de conservarla y transmitirla, y aquellos que reciben solamente, en uno u otro grado, una comunicación y podríamos decir, una participación. Los primeros, depositarios y dispensadores de la doctrina se atienen a la fuente, que es propiamente el centro, de allí, la doctrina se comunica y se reparte jerárquicamente a los diversos grados iniciáticos según las corrientes representadas por los ríos del Pardes, o si se quiere retomar la representación que hemos estudiado, por los canales que yendo del interior al exterior religan entre sí los recintos sucesivos que corresponden a los diversos grados. Todos aquellos que participan de la tradición no han llegado pues al mismo grado y no cumplen la misma función; será necesario hacer una distinción entre estas dos cosas que, aunque se correspondan generalmente de cierta manera, no son estrictamente solidarias, pues puede ocurrir que un hombre esté intelectualmente cualificado para alcanzar los grados más elevados pero que no sea apto por ello mismo para cumplir todas las funciones en la organización iniciática. Aquí, son éstas únicamente las funciones que vamos a considerar y, desde ese punto de vista, diremos que los «guardianes» llegan hasta el límite del centro espiritual, tomado en su sentido más extenso, o al último recinto, aquel por el cual este Centro está a la vez separado del «mundo exterior» y puesto en relación con él. Por consiguiente, estos «guardianes» tienen una doble función: por una parte son propiamente los defensores de la «Tierra Santa» en el sentido de que prohiben el acceso a aquellos que no poseen las cualificaciones que hemos llamado su «cobertura exterior», es decir que la ocultan a los ojos profanos; por otra parte, aseguran también ciertas relaciones regulares con el exterior, como lo explicaremos enseguida. Es evidente que el papel de defensores es, por hablar en el lenguaje de la tradición hindú, una función de los Kshatriyas; y precisamente toda iniciación «caballeresca» está esencialmente adaptada a la naturaleza propia de los hombres que pertenecen a la casta guerrera, es decir la de los Kshatriyas. De ahí proceden las características especiales de esta iniciación, el simbolismo particular del que hace uso, y particularmente la intervención de un elemento afectivo designado muy explícitamente por el término «Amor»; nos hemos explicado suficientemente ya en otras ocasiones para no tener que detenernos más. (NA: Ver más adelante el cap V: El lenguaje secreto de Dante y de los «Fieles de Amor») Pero en el caso de los Templarios, hay algo más a considerar: aunque su iniciación ha sido esencialmente «caballeresca», como convenía a su naturaleza y a su función, tenían un doble carácter, a la vez militar y religioso; debía ser así si estuvieron, como tenemos razones para pensarlo, entre los «guardianes» del Centro supremo, en donde la autoridad espiritual y el poder temporal están reunidos en su principio común, y que comunica la marca de esta reunión a todo lo que le atañe directamente. En el mundo occidental, todo lo espiritual toma forma específicamente religiosa, los verdaderos «guardianes de Tierra Santa», en cuanto que tuvieron una existencia de alguna manera «oficial», debían ser caballeros, pero caballeros que fuesen monjes al mismo tiempo; y efectivamente, esto es lo que fueron los Templarios. Esto nos lleva directamente a hablar del segundo papel de los «guardianes» del Centro supremo, papel que consiste, como acabamos de decir, en asegurar ciertas relaciones exteriores y sobre todo, añadiremos, mantener el nexo entre la Tradición primordial y las tradiciones secundarias y derivadas. Para que pueda ser así, es necesario que haya para cada forma tradicional una o varias organizaciones constituidas de esta forma, según todas las apariencias, pero compuestas de hombres que tengan consciencia de lo que está más allá de las formas, es decir, de la doctrina única que es la fuente y la esencia de todas las demás y que no es otra cosa que la Tradición Primordial. En un mundo de tradición judeocristiana tal organización debía, bastante naturalmente, tomar como símbolo el Templo de Salomón; éste, además, habiendo dejado de existir materialmente desde hacía mucho tiempo, no podía tener más que un significado ideal, siendo como una imagen del Centro supremo, así como lo es todo centro espiritual subordinado; y la etimología del nombre de Jerusalén indica bastante claramente que no es sino una imagen visible de la misteriosa Salem de Melquisedec. Si tal fue el carácter de los Templarios, debían, para cumplir el papel que les fue asignado y que concernía a una cierta tradición determinada, la de occidente, permanecer relacionados exteriormente con la forma de esa tradición; pero, al mismo tiempo, la consciencia interior de la verdadera unidad doctrinal debía hacerles capaces de comunicar con los representantes de otras tradiciones; (NA: Esto se relaciona con lo que hemos llamado simbólicamente el «don de lenguas»; sobre este tema nos remitimos a nuestro artículo contenido en el número especial de Le Voile d'Isis consagrado a los Rosa-Cruz, y convertido en el capítulo XXXVII de Apreciaciones sobre la Iniciación) esto es lo que explica sus relaciones con ciertas organizaciones orientales y sobre todo, como es natural, con las que jugaron por lo demás un papel similar al suyo. Por otra parte se puede comprender, en estas condiciones, que la destrucción de la Orden de los Templarios haya entrañado para Occidente la ruptura de las relaciones regulares con el «Centro del Mundo»; y es en el siglo XIV hasta el que hay que remontar la desviación que debía inevitablemente resultar de esta ruptura, y que ha ido en aumento gradualmente hasta nuestra época. Esto no quiere decir que todo ligamen haya sido cortado de un solo golpe; durante bastante tiempo, las relaciones pudieron ser mantenidas en cierta medida, pero solamente de forma oculta, por intermedio de organizaciones como la Fede Santa o los «Fieles de Amor», como la «Caballería del Santo Grial», y sin duda bastantes otras, todas herederas del espíritu de la Orden del Temple y la mayor parte relacionadas con ella por una filiación más o menos directa. Los que conservaron vivo este espíritu y que inspiraron esas organizaciones sin constituirse nunca ellos mismos en un grupo definido fueron los que se llamaron, con un nombre esencialmente simbólico, los Rosa-Cruces; pero llegó un día que esos Rosacruces debieron abandonar Occidente, donde las condiciones habían llegado a ser tales que su acción no podía ejercerse mas, y se dice que entonces se retiraron a Asia, reabsorbidos de alguna manera hacia el Centro supremo del que ellos eran una emanación. Para el mundo occidental no hay «Tierra Santa» que guardar, puesto que el camino que conduce a ella está completamente perdido desde entonces; ¿cuánto tiempo durará esta situación todavía? Ésta es una cuestión a la que no nos pertenece aportar una repuesta; no queremos arriesgar ninguna predicción, la solución depende de Occidente mismo, pues sólo volviendo a las condiciones normales y reinstaurando el espíritu de su propia tradición, tiene aún posibilidad de hacerlo, y podrá ver abrirse de nuevo la vía que lleva al «Centro del Mundo».

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