NUEVAS APRECIACIONES SOBRE EL LENGUAJE SECRETO DE DANTE
Al hablar anteriormente de los dos tomos del último libro del Sr. Valli, mencionamos la obra que, siguiendo las mismas ideas directrices, el Sr. Gaetano Scarlata ha consagrado al tratado De vulgari eloquentia de Dante o más bien, como prefiere llamarlo (NA: pues el título no ha sido fijado nunca exactamente) De vulgaris eloquentiae doctrina, según la expresión empleada por el autor mismo para definir el tema desde el principio, y a fin de poner en evidencia su intención en cuanto al contenido doctrinal de la poesía en lengua vulgar. (NA: Le origini della letteratura italiana nel pensiero di Dante, Palermo, 1930) En efecto, los que Dante llama poeti volgare, son aquellos cuyos escritos tenían como él dice, verace intendimento, es decir contenían un sentido oculto conforme al simbolismo de los «Fieles de Amor», puesto que los opone a los litterali (NA: y no litterati como se ha leído a veces incorrectamente), o aquellos que escribían solamente en sentido literal. Los primeros son para ellos verdaderos poetas, y los llama también trilingues doctores, lo que puede entenderse exteriormente por el hecho de que tal poesía existía en tres lenguas: italiana, provenzal (NA: no «francesa» como dice erróneamente el Sr. Scarlata) y española, pero en realidad significa (NA: ya que ningún poeta escribió en realidad en esas tres lenguas) que debía interpretarse en un triple sentido; (NA: Sin duda es necesario entender por ello tres sentidos superiores al sentido literal, de manera que, con éste, habría cuatro sentidos, de los que habla Dante en el Convito, como lo hemos indicado desde el principio en nuestro estudio sobre El Esoterismo de Dante) y Dante, a propósito de estos trilingues doctores dice que maxime conveniunt in hoc vocabulo quod est Amor, lo que es una alusión evidente a la doctrina de los «Fieles de Amor». Respecto a éstos, el Sr. Scarlata hace una puntualización muy justa: piensa que nunca debieron constituir una asociación con formas rigurosamente definidas, más o menos parecidas a las de la Masonería moderna por ejemplo, con un poder central estableciendo «filiales» en las diversas localidades; y podernos añadir, en apoyo de esto, que en la Masonería misma, no existió nada igual hasta la constitución de la Gran Logia de Inglaterra en 1717. No parece que por lo demás, el Sr. Scarlata haya entendido completamente el alcance de este hecho, puesto que cree que debe atribuirlo simplemente a las circunstancias poco favorables a la existencia de una institución que pudiese presentarse bajo apariencias más estables; en realidad, como ya lo hemos dicho a menudo, una organización verdaderamente iniciática no puede ser una «sociedad» en el sentido moderno de la palabra, con todo el formalismo exterior que implica; en cuanto aparecen estatutos, reglamentos escritos y otras cosas de este género, se puede estar seguro que ahí hay una degeneración que da a la organización un carácter «semiprofano», si se puede emplear tal expresión. Pero, en lo que respecta al orden propiamente iniciático, el Sr. Scarlata no ha ido hasta el fondo de las cosas, y parece incluso que no se ha acercado tanto como el Sr. Valli; ve sobre todo el lado político, del todo accesorio, y habla constantemente de «sectas», punto sobre el cual nos hemos explicado ampliamente en nuestro capítulo precedente; no obtiene de sus desarrollos más que pocas consecuencias de la afirmación de la doctrina (NA: esotérica y no herética) del amor sapientiae, que es sin embargo esencial, ateniéndose el resto solamente a las contingencias históricas. Por lo demás es posible que el tema de este estudio se haya prestado bastante fácilmente a lo que nos parece un error de perspectiva: el De vulgaris eloquentiae doctrina tiene un nexo directo con el De Monarchia y, por consiguiente, se relaciona con la parte de la obra de Dante en la que las aplicaciones sociales tienen el lugar más considerable; pero esas aplicaciones ¿pueden ser bien comprendidas si no se las relaciona constantemente con su principio? Lo más molesto es que el Sr. Scarlata, cuando pasa a visiones históricas de conjunto se deja arrastrar por interpretaciones más que discutibles; ¿no llega hasta hacer de Dante y de los «Fieles de Amor» adversarios del espíritu de la Edad Media y precursores de las ideas modernas, animadas de un espíritu «laico» y «democrático» que sería en realidad todo lo que hay de más «anti-iniciático»? Esta segunda parte de su libro, donde hay sin embargo indicaciones interesantes, particularmente sobre las influencias orientales en la corte de Federico II y en el movimiento franciscano, debería rehacerse sobre bases más conformes al sentido tradicional; es cierto que no presenta más que una «primera tentativa de reconstrucción histórica», y ¿quién sabe si el autor no será llevado por sus investigaciones ulteriores a rectificarla? Una de las causas del desconocimiento del Sr. Scarlata está quizá en la forma en que Dante opone el uso del vulgare al del latín, lengua eclesiástica, y también la manera de simbolizar de los poetas, según el verace intendimento, a la de los teólogos (NA: siendo esta última una simple alegoría); pero es a ojos de los adversarios de Dante, o (NA: lo que en tal caso viene a significar lo mismo) de los que no le comprendieron, para los que el vulgare no era más que el sermolaicus, mientras que para él mismo era otra cosa distinta; y por otra parte, desde el punto de vista estrictamente tradicional, la función de los iniciados, ¿no es verdaderamente más «sacerdotal» que la de un «clérigo» exoterista que no posee más que la letra y se detiene en la corteza de la doctrina? (NA: Según el orden jerárquico normal, el iniciado está por encima del «clero» ordinario (NA: siendo éste teológico), mientras que el «laico» está naturalmente por debajo de éste) El punto esencial aquí, es saber lo que Dante entiende por la expresión vulgare illustre que puede parecer extraña y contradictoria si nos atenemos al sentido ordinario de las palabras, pero que se explica si se subraya que él tomaba vulgare como sinónimo de naturale; es la lengua que el hombre aprende directamente por transmisión oral (NA: como el niño, que desde el punto de vista iniciático representa al neófito, aprende su propia lengua materna), es decir, simbólicamente, la lengua que sirve de vehículo a la tradición, y que puede, bajo este punto de vista, identificarse a la lengua primordial y universal. Esto toca de cerca, como se ve, a la cuestión de la misteriosa «lengua siria» (NA: loghah suryaniyah) de la que hemos hablado en artículos precedentes; (NA: La Science des lettres (NA: n° de febrero de 1931), y Le langage des oiseaux (NA: n° de noviembre de 1931). (NA: N del T): véase «Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada», Ed. Eudeba) es cierto que parece haber sido el hebreo pero, como ya dijimos, tal afirmación no debe ser tomada al pie de la letra, pudiendo ser dicha la misma cosa de toda lengua que tenga un carácter «sagrado», es decir que sirva para la expresión de una forma tradicional regular. (NA: No hay que decir que, cuando se opone «lenguas vulgares» a «lenguas sagradas», se toma la palabra «vulgar» en su sentido habitual; si se tomase en el sentido de Dante, esta expresión no podría aplicarse, y sería mejor la de «lenguas profanas» la que habría que tomar para evitar todo equívoco) Según Dante, la lengua hablada por el primer hombre, creado inmediatamente por Dios, fue continuada por sus descendientes hasta la edificación de la Torre de Babel; después «hanc formam locutionis hereditati sunt filii Heber…; hiis solis post confusionen remansit»; pero estos «hijos de Heber» ¿no son todos los que han guardado la tradición, más que un pueblo determinado? El nombre de «Israel» ¿no ha sido empleado a menudo para designar al conjunto de los iniciados, sea cual sea su origen étnico, y éstos, que de hecho forman realmente el «pueblo elegido», no poseen la lengua universal que les permite a todos comprenderse entre ellos, es decir, el conocimiento de la tradición única que está oculta bajo todas las formas particulares? (NA: Ver a este respecto el capítulo sobre El don de lenguas en «Apreciaciones sobre la Iniciación») Además, si Dante hubiera pensado que se trataba realmente de la lengua hebrea, no habría podido decir que la Iglesia (NA: designada por el nombre enigmático de Petramala) cree hablar la lengua de Adán, puesto que habla, no el hebreo, sino el latín, para el que nadie ha reivindicado nunca la cualidad de lengua primitiva; pero, si se entiende por ello que cree enseñar la verdadera doctrina de la revelación, todo se vuelve perfectamente inteligible. Por lo demás, incluso admitiendo que los primeros Cristianos, que poseían esta verdadera doctrina, hayan hablado efectivamente el hebreo (NA: lo que sería históricamente inexacto, pues el arameo no es el hebreo como el italiano no es el latín), los «Fieles de Amor», que se consideraban como sus continuadores, no han pretendido nunca retomar este lenguaje para oponerlo al latín, como hubiesen debido hacer lógicamente si se hubiesen atenido a la interpretación literal. (NA: Añadamos aún que, como lo nota el Sr. Scarlata, la idea de la continuación de la lengua primitiva es contradicha por las palabras que Dante mismo, en la Divina Comedia, atribuye a Adán (NA: Paraíso, XXVI, 124). Estas palabras pueden explicarse por la consideración de los períodos cíclicos, la lengua original fue tutta spenta desde el final del Krita-Yuga, es decir, antes de la tentativa del «pueblo de Nemrod», que sólo corresponde al principio del Kali-yuga) Se ve que todo esto está muy lejos del significado puramente filológico que se atribuye habitualmente al tratado de Dante, y que se trata en el fondo de algo muy distinto al idioma italiano, e incluso lo que se refiere a éste realmente, puede tener un valor simbólico. De manera que, cuando Dante opone tal ciudad o tal región a tal otra, no se trata simplemente de una oposición lingüística, sino que, cuando cita ciertos nombres como los de Petranala, los Papienses o los Aquilegienses, hay en esa elección (NA: sin llegar hasta la consideración de un simbolismo geográfico propiamente dicho) intenciones bastante transparentes, como ya lo había subrayado Rossetti; y, naturalmente, es necesario a menudo, para comprender el verdadero sentido de tal o cual palabra aparentemente insignificante, referirse a la terminología convencional de los «Fieles de Amor». El Sr. Scarlata hace muy bien en observar que son casi siempre los ejemplos (NA: comprendidos los que parecen no tener más que un valor puramente retórico o gramatical) los que dan la clave del contexto; había en ello, en efecto, un excelente medio de desviar la atención de los «profanos» que no podían ver más que frases sin importancia; se podría decir que esos ejemplos juegan un papel bastante parecido al de los «mitos» en los diálogos platónicos, y no hay más que ver lo que hacen de ellos los «críticos» universitarios para darse cuenta de la eficacia del procedimiento que consiste en poner en «fuera de juego», si se puede decir así, lo que precisamente tiene mayor importancia. En suma, lo que Dante parece haber tenido en mente de forma esencial es la constitución de un lenguaje apto, por la superposición de múltiples sentidos, para explicar en la medida de lo posible la doctrina esotérica; y si la codificación de tal lenguaje puede ser calificada de «retórica», es en todo caso, una retórica de un género muy especial, tan alejada de lo que hoy se entiende por esa palabra, como la poesía de los «Fieles de Amor» lo está de la de los modernos, cuyos predecesores son esos litterali a los que Dante reprochaba de rimar «tontamente» (NA: stoltamente) sin encerrar en sus versos ningún sentido profundo. (NA: Más o menos de la misma forma que los predecesores de los químicos actuales son, no los verdaderos alquimistas, sino los «sopladores»; se trata de ciencias o de artes, la concepción puramente «profana» de los modernos resulta siempre de una degeneración parecida) Según las palabras del Sr. Valli que ya hemos citado, Dante se proponía algo totalmente distinto a hacer «literatura», su obra, lejos de oponerse al espíritu de la Edad Media, es una de sus más perfectas síntesis, al mismo nivel que las de los constructores de catedrales; y los más simples datos iniciáticos permiten comprender sin esfuerzo que existen para esta relación razones muy profundas.
