LA TUMBA DE HERMES
Lo que hemos dicho sobre algunas empresas «pseudo-iniciáticas» puede hacer comprender fácilmente las razones por las cuales estamos poco tentado a abordar cuestiones tocantes, más o menos directamente, a la antigua Tradición egipcia. Podemos todavía, a este propósito, agregar esto: El hecho mismo de que los egipcios actuales no se preocupen de ningún modo de las búsquedas concernientes a aquella civilización desaparecida bastaría para mostrar que no puede haber en eso, bajo el punto de vista que nos interesa, ningún beneficio efectivo; si la cosa fuera de otro modo, en efecto, es bien evidente que no habrían abandonado el monopolio de las mismas a unos extranjeros, que por lo demás jamás hacen de las búsquedas en cuestión nada más que un asunto de erudición. La verdad es que entre el Egipto antiguo y el Egipto actual, no hay más que una coincidencia geográfica, sin la menor continuidad histórica; es así que la Tradición de que se trata es todavía más completamente extraña en los países donde existió antiguamente, de lo que lo es el druidismo para los pueblos que habitan hoy los antiguos países célticos; y el hecho de que subsistan de aquella monumentos mucho más numerosos no cambia nada en este estado de cosas. Tenemos a bien precisar este punto de una vez por todas, a fin de cortar a secas todas las ilusiones que se hacen demasiado fácilmente a este respecto los que jamás han tenido la ocasión de examinar las cosas de cerca; y, al mismo tiempo, esta precisión destruirá todavía más completamente las pretensiones de los «pseudo-iniciados» que, escudándose en el antiguo Egipto, querrían dar a entender que se vinculan a algo que subsistirá en Egipto mismo; sabemos por lo demás que esto en punto ninguno es una suposición puramente imaginaria, y que algunos, contando con la ignorancia general, en lo que desafortunadamente no carecen del todo de razón, llevan efectivamente sus pretensiones hasta ahí. Sin embargo, a despecho de todo eso, sucede que nos encontramos casi en la obligación de dar, en la medida de lo posible, algunas explicaciones que nos han sido pedidas desde diversos lados en estos últimos tiempos, a consecuencia de la increíble multiplicación de algunas historias fantásticas de las que hemos debido hablar un poco al rendir cuentas de los libros a los cuales hacíamos alusión hace un momento. Es menester decir, por otra parte, que estas explicaciones no se referirán en realidad a la Tradición egipcia misma, sino solo a lo que la concierne en la Tradición árabe; en efecto, hay en eso algunas indicaciones bastante curiosas, y que son quizás susceptibles de contribuir a pesar de todo a esclarecer algunos puntos obscuros, si bien que no entendemos de ningún modo exagerar la importancia de las conclusiones que es posible extraer de las mismas. Hemos hecho destacar precedentemente que, de hecho, nadie sabe realmente para lo que ha podido servir la Gran Pirámide, y podríamos también decir la misma cosa de las Pirámides en general; es verdad que la opinión más comúnmente extendida quiere ver ahí tumbas, y, sin duda, esta hipótesis nada tiene de imposible en sí misma; pero, de otro lado, sabemos bien que los arqueólogos modernos, en virtud de algunas ideas preconcebidas, se esfuerzan de buena gana en descubrir tumbas por todas partes, incluso allí donde jamás hubo el menor rastro de las mismas, y eso no deja de despertar en nos alguna desconfianza. En todo caso, jamás hasta ahora, se ha encontrado ninguna tumba en la Gran Pirámide; pero, incluso si hubiera alguna, el enigma no estaría todavía enteramente resuelto por ello, pues, evidentemente, eso no excluiría que la misma haya podido tener al mismo tiempo otros usos, más importantes quizás incluso, como pueden haberlos tenido también algunas otras Pirámides que, ellas sí, han servido en efecto de tumbas; y es posible todavía que, como algunos lo han pensado, la utilización funeraria de esos monumentos haya sido más o menos tardía, y que tal no hay sido su destinación primitiva, en el tiempo mismo de su construcción. Si bien se objeta a eso que ciertos datos antiguos, y de un carácter más o menos Tradicional, parecerían confirmar que se trata en efecto de tumbas, diremos esto, que puede parecer extraño a primera vista, pero que sin embargo es precisamente lo que tendería a hacer admitir las consideraciones que van a seguir: ¿No deben entenderse las tumbas en cuestión en un sentido puramente simbólico? En efecto, se dice por algunos que la Gran Pirámide sería la tumba de Seyidna Idris, de otro modo dicho el Profeta Henoch, mientras que la segunda Pirámide sería la de otro personaje que habría sido el Maestro de éste, y sobre el cual habremos de volver; pero, presentada de esta manera y tomada en el sentido literal, la cosa encerraría una obscuridad manifiesta dado que Henoch no murió, sino que fue elevado vivo al Cielo; ¿Cómo podría pues tener una tumba? Sería menester empero no apresurarse demasiado a hablar aquí, al modo occidental, de «leyendas» desprovistas de fundamento, pues he aquí la explicación que de esto se da; no es el cuerpo de Idris lo que fue enterrado en la Pirámide, sino su ciencia; y, por ahí, algunos comprender que se trata de sus libros; pero, ¿qué verosimilitud hay en que unos libros hayan sido enterrados así pura y simplemente, y qué interés habría podido presentar eso bajo un punto de vista cualquiera? (Apenas hay necesidad de hacer observar que el caso de libros depositados ritualmente en una verdadera tumba es del todo diferente de éste). Sería mucho más plausible, seguramente, que el contenido de esos libros haya sido gravado en caracteres jeroglíficos en el interior del monumento; pero, desafortunadamente para una tal suposición, no se encuentra en la Gran Pirámide ni inscripciones ni figuraciones simbólicas de ninguna especie (Sobre todo eso todavía, uno encuentra a veces aserciones singulares y más o menos completamente fantásticas; así, en el Occult Magazine, órgano de la H B of L, hemos relevado una alusión a las «78 láminas del Libro de Hermes, que yace enterrado en una de las Pirámides» (número de diciembre de 1885, p 57); se trata manifiestamente aquí del Tarot, pero éste jamás ha representado un Libro de Hermes, de Thoth o de Henoch más que en algunas concepciones muy recientes, y no es «egipcio» si ello no es de la misma manera que los son los Bohemios a quienes también se les ha dado este nombre. Sobre la H B of L, ver nuestro libro sobre El Teosofismo). Entonces, no queda más que una sola hipótesis aceptable: Es la de que la ciencia de Idris está en efecto verdaderamente oculta en la Pirámide, pero porque se encuentra inclusa en su estructura misma, en su disposición exterior e interior y en sus proporciones; y todo lo que puede haber de válido en los «descubrimientos» que los modernos han hecho o creído hacer a este respecto no representan en suma más que algunos fragmentos ínfimos de esta antigua ciencia Tradicional. Esta interpretación concuerda por otra parte bastante bien, en el fondo, con otra versión árabe del origen de las Pirámides, que atribuye la construcción de las mismas al rey antediluviano Surid: Éste, habiendo sido advertido por un sueño de la inminencia del Diluvio, las hizo edificar según el plano de los sabios, y ordenó a los sacerdotes depositar en ellas los secretos de sus ciencias y los preceptos de su sabiduría. Ahora bien, se sabe que Henoch o Idris, antediluviano él también, se identifica a Hermes o Thoth, que representa la fuente de la cual el sacerdocio egipcio tenía sus conocimientos, y después, por extensión, a ese sacerdocio en sí mismo en tanto que continuador de la misma función de enseñanza Tradicional; es pues siempre la misma ciencia sagrada la que, de esta manera todavía, habría sido depositada en las Pirámides (Otra versión todavía, no ya árabe, sino copta, atribuye el origen de las Pirámides a Shedîd et Sheddâd, hijo de Ad; no sabemos demasiado sobre las consecuencias que podrían extraerse de ello, y no parece que haya lugar a vincular a la misma una gran importancia, pues, aparte del hecho de que se trata aquí de «gigantes», uno no ve que intención simbólica podría recubrir en efecto la versión en cuestión). Por otro lado, este monumento destinado a asegurar la conservación de los conocimientos Tradicionales, en previsión del cataclismo, recuerda también otra historia bastante conocida, la de las dos columnas elevadas, según algunos precisamente por Henoch, según otros por Seth, y sobre las cuales habría sido escrito lo esencial de todas las ciencias; y la mención que se hace aquí de Seth nos recuerda al personaje del cual se dice que la segunda Pirámide fue la tumba. En efecto, si éste fue el Maestro de Seyidna Idris, no puede ser otro que Seyidna Shîth, es decir, Seth, hijo de Adam; verdad es que antiguos autores árabes le designaban por los nombres, extraños de apariencia, de Aghatîmun y de Adhîmûn; pero esos nombres no son visiblemente más que deformaciones del griego Agathodaimôn, que, refiriéndose al simbolismo de la serpiente considerado bajo su aspecto benéfico, se aplica perfectamente a Seth, así como lo hemos explicado en otra ocasión (Ver nuestro estudio sobre Seth, capítulo XX de Símbolos fundamentales de la Ciencia sagrada. El Agathodaimôn de los griegos es frecuentemente identificado también a Kueph, representado igualmente por la serpiente, y en conexión con el «Huevo del Mundo», lo que se refiere siempre al mismo simbolismo; en cuanto al Kakodaimôn, aspecto maléfico de la serpiente, es evidentemente idéntico al Set-Typhon de los egipcios). La conexión particular que se establece así entre Seth y Henoch es todavía muy destacable, tanto más cuanto que el uno y el otro están también puestos en relación, por otra parte, con ciertas Tradiciones concernientes a un retorno al Paraíso terrestre, es decir, al «estado primordial», y por consecuencia con un simbolismo «polar» que no deja de tener algún lazo con la orientación de las Pirámides; pero esto es todavía otra cuestión, y anotaremos solamente de pasado que este hecho, que implica bastante claramente una referencia a los «centros espirituales», tendería a confirmar la hipótesis que hace de las Pirámides un lugar de iniciación, lo que, por lo demás, no habría sido en suma más que el medio normal de mantener «vivos» los conocimientos que en la mismas habían sido inclusos, y ello, por tanto tiempo al menos como subsistiera esta iniciación. Añadiremos todavía otra precisión: se dice que Idris o Henoch escribió numerosos libros inspirados, según lo que Adam mismo y Seth ya habían escrito en otros (Los números indicados para estos libros varían, y, en muchos casos, pueden ser únicamente números simbólicos; este punto por lo demás no tiene más que una importancia bastante secundaria); esos libros fueron los prototipos de los libros sagrados de los egipcios, y los «Libros herméticos» más recientes no representan en cierto modo más que una «readaptación», del mismo modo también que los diversos «Libros de Henoch» que han llegado bajo este nombre hasta nosotros. Por otra parte, los Libros de Adam, de Seth y de Henoch debían naturalmente expresar respectivamente aspectos diferentes del conocimiento Tradicional, implicando una relación más especial con tales o cuales ciencias sagradas, así como la cosa es siempre para la enseñanza transmitida por los diversos Profetas. Podría ser interesante pues, en estas condiciones, preguntarse si no habría algo que corresponda de una cierta manera a estas diferencias, en lo que concierne a Henoch y a Seth, en la estructura de las dos Pirámides de las cuales hemos hablado, e incluso también quizás, si la tercera Pirámide no podría entonces tener del mismo modo alguna relación con Adam, dado que, aunque no hayamos encontrado en ninguna parte ninguna alusión explícita a esto, sería, en suma, bastante lógico suponer que la misma deba completar el ternario de los grandes Profetas antediluvianos (Va de suyo que esto no quiere decir en punto ninguno que la construcción de las Pirámides deba serles literalmente atribuida, sino solo que la misma ha podido constituir una «fijación» de las ciencias Tradicionales que les son atribuidas respectivamente). Entiéndase bien que no pensamos de ningún modo que estas cuestiones sean susceptibles de ser resueltas actualmente; por lo demás, todos los «buscadores» modernos, por así decir, se han «hipnotizado» casi exclusivamente sobre la Gran Pirámide, aunque, después de todo, la misma no sea de tal modo mayor que las otras dos, en realidad, y aunque la diferencia entre ellas no sea muy notable; y, cuando aseguran, para justificar la importancia excepcional que ellos la atribuyen, que es la única que está exactamente orientada, quizás cometen la sinrazón de no reflexionar en que algunas variaciones en la orientación podrían en efecto no ser debidas a ninguna negligencia de los constructores, sino reflejar precisamente algo que se refiere a diferentes «épocas» Tradicionales; pero, ¿cómo podría esperarse que haya occidentales modernos que tengan, para dirigirles en sus búsquedas, nociones al menos un poco justas y precisas sobre las cosas de este género? (La idea de que la Gran Pirámide difiere esencialmente de las otras dos parece ser muy reciente; se dice que el Khalifa El-Mamûn, queriendo darse cuenta de lo que contenían las Pirámides, decidió abrir una de ellas; se encontró que ésta fue la Gran Pirámide, pero no parece que haya pensado que la misma debía tener un carácter absolutamente especial). Otra observación que tiene también su importancia, es la de que el nombre mismo de Hermes está lejos de ser desconocido a la Tradición árabe (Al lado de la forma correcta Hermes, se encuentra también, en algunos autores, la forma Armis que es evidentemente una alteración); y, ¿es menester no ver más que una «coincidencia» en la similitud que presenta con el término Haram (en plural Ahrâm), designación árabe de la Pirámide, del cual no difiere más que por la simple agregación de una letra final que no forma parte en punto ninguno de su raíz? Hermes es llamado El-muthalleth bil-hikam, literlamente «triple por la sabiduría» (Hikam es el plural de hikmah, pero las dos formas del singular y del plural son igualmente empleadas con el sentido de «sabiduría» ), lo que equivale al epíteto griego Trimegistos, ello, aún siendo más explícito, ya que la «magnitud» que expresa este último no es en el fondo más que la consciencia de la sabiduría que es el atributo propio de Hermes (Puede ser curioso destacar que el término muthalleth designa también el triángulo, pues se podría, sin forzar demasiado las cosas, encontrar en el mismo alguna relación con la forma triangular de las caras de la Pirámide, que ha debido ser determinada también «por la sabiduría» de los que establecieron sus planos, sin contar con que el triángulo se vincula por otras partes al simbolismo del «Polo» y, bajo este último punto de vista, es bien evidente que la Pirámide misma no es en suma más que una de las imágenes de la «Montaña Sagrada»). Esta «triplicidad» tiene por lo demás todavía otra significación, ya que la misma se encuentra a veces desarrollada bajo la forma de tres Hermes distintos: El primero, llamado «Hermes de los Hermes» (Hermes El-Harâmesah), y considerado como antediluviano, es el que se identifica propiamente a Seyidna Idris; los otros dos, que serían postdiluvianos, son el «Hermes Babilonio» (El-Bâbelî) y el «Hermes Egipcio» (El-Miçrî); esto parece indicar bastante claramente que las dos Tradiciones caldea y egipcia habrían sido derivadas directamente de una sola y misma fuente principal, la cual, siendo dado el carácter antediluviano que le es reconocido, no puede apenas ser otra que la Tradición atlantiana (Es fácil de comprender que todo esto se sitúa, en todo caso, bastante lejos ya de la Tradición Primordial; y sería por lo demás bien poco útil designar especialmente ésta como la fuente común de dos Tradiciones particulares, dado que la misma es necesariamente la fuente común de todas las formas Tradicionales sin excepción.- Por otra parte, se podría concluir del orden de enumeración de los tres Hermes, en tanto que parece haber alguna significación cronológica, en una cierta anterioridad de la Tradición caldea en relación a la Tradición egipcia). Sea como fuere lo que se pueda pensar de todas estas consideraciones, que están seguramente tan alejadas de las opiniones de los egiptólogos como de las de los modernos investigadores del «secreto de las Pirámides», es permisible decir que la Pirámide en cuestión representa verdaderamente la «tumba de Hermes», pues los misterios de su sabiduría y de su ciencia han sido ocultados en ella del tal manera que es ciertamente bien difícil descubrirlos ahí (Ya que estamos en este punto, señalaremos todavía otra fantasía moderna: Hemos constatado que algunos atribuyen una importancia considerable al hecho de que la Gran Pirámide jamás habría sido acabada: la cima o cúspide falta en efecto, pero todo lo que puede decirse de seguro a ese respecto, es que los más antiguos autores de los cuales se tenga el testimonio, y que son todavía relativamente recientes, la han visto siempre truncada como lo está hoy día. De ahí, a pretender que esa cúspide que falta corresponde a la «piedra angular» de la cual se habla en diversos pasajes de la Biblia y del Evangelio, hay verdaderamente mucho terreno, tanto más cuanto que, según datos mucho más auténticos y más Tradicionales, la piedra en cuestión sería, no punto ninguno un «piramidión», sino antes bien una «clave de bóveda» (Key-stone), y, si la misma fue «rechazada por los constructores», es porque éstos, no estando iniciados más que en la Square Masonry, ignoraban los secretos del Arch Masonry.- Cosa bastante curiosa, el escudo de los Estados Unidos figura la Pirámide truncada, encima de la cual hay un triángulo radiante que, aún estando separado, e incluso aislado por el círculo de nubes que le rodea, parece en cierto modo reemplazar a la cúspide; pero hay también es ese escudo del cual algunas organizaciones «pseudo-iniciáticas» buscan por otra parte sacar partido de una manera algo sospechosa, otros detalles que son por lo menos bizarros: Así, el número de las basas de la Pirámide, que en el escudo en cuestión es de trece, se dice que corresponde al de las tribus de Israel (contando separadamente las dos semitribus de los hijos de José), y esto no carece quizás de relación del todo con los orígenes reales de ciertas divagaciones contemporáneas sobre la Gran Pirámide, tendientes, como ya lo hemos dicho precedentemente, a hacer de ésta, para designios ante todo obscuros, una especie de monumento «judeo-cristiano»).
