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LA CIUDAD DE LOS SAUCES

Aunque, como lo hemos dicho desde el comienzo, no teníamos la intención de estudiar especialmente aquí el simbolismo ritual de la Tien-ti-houei, en él se encuentra no obstante un punto sobre el que tenemos que llamar la atención, ya que se refiere claramente a un simbolismo «polar» que no carece de relación con algunas de las consideraciones que hemos expuesto. El carácter «primordial» de un tal simbolismo, cualesquiera que sean las formas particulares que puede revestir, aparece concretamente por lo que hemos dicho al respecto de la orientación; y esto es fácil de comprender, puesto que el centro es el «lugar» que corresponde al «estado primordial», y puesto que, por otra parte, el centro y el polo son en el fondo una sola y misma cosa, ya que en eso se trata siempre del punto único que permanece fijo e invariable en todas las revoluciones de la «rueda del devenir» (NA: Para lo que concierne más particularmente al simbolismo del polo, remitimos a nuestro estudio sobre El Rey del Mundo). Así pues, el centro del estado humano puede ser representado como el polo terrestre, y el centro del Universo total como el polo celeste; y se puede decir que el primero es así el «lugar» del «hombre verdadero», y que el segundo es el «lugar» del «hombre transcendente». Además, el polo terrestre es como el reflejo del polo celeste, puesto que, en tanto que está identificado al centro, es el punto donde se manifiesta directamente la «Actividad del Cielo»; y estos dos polos están unidos uno al otro por el «Eje del Mundo», según la dirección del cual se ejerce esta «Actividad del Cielo» (NA: Son las dos extremidades del eje del «carro cósmico», cuando las dos ruedas de éste representan el Cielo y la Tierra, con la significación que estos dos términos tienen en el Tribhuvana). Por eso es por lo que símbolos estelares, que pertenecen propiamente al polo celeste, pueden ser referidos también al polo terrestre, donde se reflejan, si se puede expresar así, por «proyección» en el dominio correspondiente. Desde entonces, salvo en los casos donde estos dos polos se marcan expresamente por símbolos distintos, no hay lugar a diferenciarlos, teniendo así su aplicación el mismo simbolismo en dos grados de universalidad diferentes; y esto, que expresa la identidad virtual del centro del estado humano con el centro del ser total (NA: Ver las consideraciones que hemos expuesto sobre este punto en El Simbolismo de la Cruz), corresponde también, al mismo tiempo, a lo que decíamos más atrás, que, desde el punto de vista humano, el «hombre verdadero» no puede ser distinguido de la «huella» del «hombre transcendente». En la iniciación a la Tien-ti-houei, el neófito, después de haber pasado por diferentes etapas preliminares, de las que la última es designada como el «Círculo del Cielo y de la Tierra» (NA: Tien-ti-kiuen), llega finalmente a la «Ciudad de los Sauces» (NA: Mou-yang-tcheng), que es llamada también la «Casa de la Gran Paz» (NA: Tai-ping-chouang) (NA: Ver B Favre, Les Societés secrètes en Chine, cap VIII — El autor ha visto bien lo que es el simbolismo del celemín del que hablaremos enseguida, pero no ha sabido sacar las consecuencias más importantes). El primero de estos dos nombres se explica por el hecho de que, en China, el sauce es un símbolo de inmortalidad; equivale pues a la acacia en la Masonería, o al «ramo de oro» en los misterios antiguos (NA: Cf El Esoterismo de Dante, cap V); y, en razón de esta significación, la «Ciudad de los Sauces» es propiamente la «morada de los Inmortales» (NA: Sobre la «morada de inmortalidad», cf El Rey del Mundo, cap VII, y El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap XXIII). En cuanto a la segunda denominación, indica también tan claramente como es posible que se trata de un lugar considerado como «central» (NA: En el simbolismo masónico, la acacia se encuentra también en la «Cámara del Medio»), ya que la Gran Paz (en árabe Es-Sakînah) (NA: Cf el Rey del Mundo, cap III, y El Simbolismo de la Cruz, cap VII y VIII — Es también la Pax profunda de los Rosa-Cruz; se recordará, por otra parte, que el nombre de la «Gran Paz» (NA: Tai-ping) fue adoptado, en el siglo XIX, por una organización emanada de la Pe-lien-houei), es la misma cosa que la Shekinah de la Qabbalah hebraica, es decir, la «presencia divina» que es la manifestación misma de la «Actividad del Cielo», y que, como ya lo hemos dicho, no puede residir efectivamente más que en un lugar tal, o en un «santuario» tradicional que se le asimila. Por lo demás, este centro puede representar, según lo que acabamos de decir, ya sea el centro del mundo humano, o ya sea el centro del Universo total; el hecho de que está más allá del «Círculo del Cielo y de la Tierra» expresa, según la primera significación, que aquel que ha llegado a él escapa por eso mismo al movimiento de la «rueda cósmica» y a las vicisitudes del yin y del yang, y, por consiguiente, a la alternancia de las vidas y de las muertes que es su consecuencia, de suerte que se le puede ser llamar verdaderamente «inmortal» (NA: No es todavía, para el «hombre verdadero», más que la inmortalidad virtual, pero que devendrá plenamente efectiva por el paso directo, a partir del estado humano, al estado supremo e incondicionado (cf El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap XVIII)); y, según la segunda significación, hay en eso una alusión bastante explícita a la situación «extracósmica» del «techo del Cielo». Ahora, lo que también es muy destacable, es que la «Ciudad de los Sauces» es representada ritualmente por un celemín lleno de arroz, en el que están plantados diversos estandartes simbólicos (NA: Se podría hacer aquí una aproximación con los estandartes del «Campo de los Príncipes» en el «cuadro» del grado 32 de la Masonería escocesa, donde, por una coincidencia más extraordinaria todavía, se encuentra además, entre varias palabras extrañas y difíciles de interpretar, la palabra Salix que significa precisamente «sauce»; por lo demás, no queremos sacar ninguna consecuencia de este último hecho, que solo indicamos a título de curiosidad. — En cuanto a la presencia del arroz en el celemín, evoca los «vasos de abundancia» de las diversas tradiciones, cuyo ejemplo más conocido en Occidente es el Grial, y que tienen también una significación central (cf El Rey del Mundo, cap V); el arroz representa aquí el «alimento de la inmortalidad», que, por lo demás, tiene como equivalente el «brebaje de inmortalidad»); esta figuración puede parecer más bien extraña, pero se explica sin esfuerzo desde que se sabe que, en China, el «Celemín» (NA: Teou) es el nombre de la Osa Mayor (NA: Aquí no hay ningún «retruécano», contrariamente a lo que dice B Favre; el celemín es muy realmente aquí el símbolo mismo de la Osa Mayor, como la balanza lo fue en una época anterior, ya que, siguiendo la tradición extremo oriental, la Osa Mayor era llamada la «Balanza de jade», es decir, según la significación simbólica del jade, Balanza perfecta (como en otras partes la Osa Mayor y la Osa Menor fueron asimiladas a los dos platillos de una balanza), antes de que este nombre de la Balanza fuera transferido a una constelación zodiacal (cf El Rey del Mundo, cap X)). Ahora bien, se sabe cual es la importancia dada tradicionalmente a esta constelación; y, en la tradición hindú, concretamente, la Osa Mayor (sapta-riksha) es considerada simbólicamente como la mansión de los siete Rishis, lo que hace de ella efectivamente un equivalente de la «morada de los Inmortales». Además, como los siete Rishis representan la sabiduría «suprahumana» de los ciclos anteriores al nuestro, es también como una suerte de «arca» en el que está encerrado el depósito del conocimiento tradicional, a fin de asegurar su conservación y su transmisión de edad en edad (NA: El arroz (que equivale naturalmente al trigo en otras tradiciones) tiene también una significación en relación con este punto de vista, ya que el alimento simboliza el conocimiento, puesto que el primero es asimilado corporalmente por el ser como el segundo lo es intelectualmente (cf El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap IX). Por lo demás, esta significación se vincula inmediatamente a la que ya hemos indicado: en efecto, es el conocimiento tradicional (entendido en el sentido de conocimiento efectivo y no simplemente teórico) el que es el verdadero «alimento de inmortalidad», o, según la expresión evangélica, el «pan descendido del Cielo» (NA: San Juan, 6), ya que, «no solamente de pan (terrestre) vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (NA: San Mateo 4:4; San Lucas 4:4), es decir, de una manera general, el que emana de un origen «suprahumano». — Señalamos a este propósito que la expresión ton arton ton epiousion, en el texto griego del Pater Noster, no significa de ningún modo el «pan cotidiano», como se tiene costumbre de traducirlo, sino muy literalmente «el pan supraesencial» (y no «suprasubstancial» como lo dicen algunos, debido a la confusión sobre el sentido del término ousia que hemos indicado en El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap I), o «supraceleste» si se entiende el Cielo en el sentido extremo oriental, es decir, que procede del Principio mismo y que, por consiguiente, da al hombre el medio de ponerse en comunicación con éste); por eso también, es una imagen de los centros espirituales que tienen en efecto esta función, y, ante todo, es una imagen del centro supremo que guarda el depósito de la Tradición primordial. A este propósito, mencionaremos otro símbolo «polar» no menos interesante, que se encuentra en los antiguos rituales de la Masonería operativa: según algunos de estos rituales, la letra G está figurada en el centro de la bóveda, en el punto mismo que corresponde a la Estrella Polar (NA: Por otra parte, la Osa Mayor está figurada también actualmente todavía en el techo de muchas Logias masónicas, incluso «especulativas»); una plomada, suspendida de esta letra G, cae directamente en el centro de un swastika trazado sobre el piso, que representa así el polo terrestre (NA: Señalamos muy particularmente esto a la atención de aquellos que pretenden que «hacemos del swastika el signo del polo», cuando solo decimos que tal es en realidad su sentido tradicional; ¡quizás no podrán igualmente llegar hasta suponer que somos nosotros quienes hemos «hecho» también los rituales de la Masonería operativa!): es la «plomada del Gran Arquitecto del Universo», que, suspendida del punto geométrico de la «Gran Unidad» (NA: Este mismo punto es también, en la Qabbalah hebraica, del que está suspendida la balanza de que se habla en el Siphra di-Tseniutha, ya que es sobre el polo donde reposa el equilibrio del mundo; y este punto es designado como «un lugar que no es», es decir, como lo «no manifestado», lo que corresponde, en la tradición extremo oriental, a la asimilación de la Estrella polar, en tanto que «techo del Cielo», al «lugar» del Principio mismo; esto está igualmente en relación con lo que hemos dicho más atrás de la balanza a propósito de la Osa Mayor. Los dos platillos de la balanza, con su movimiento alternativo de subida y de bajada, se refieren naturalmente a las vicisitudes del yin y del yang; por lo demás, la correspondencia con el yin de un lado y el yang del otro vale, de una manera general, para todos los símbolos que presentan una simetría axial), desciende del polo celeste al polo terrestre, y es así la figura del «Eje del Mundo». Puesto que hemos sido llevado a hablar de la letra G, diremos que ésta debería ser en realidad un iod hebraico, al que sustituyó, en Inglaterra, a consecuencia de una asimilación fonética de iod con God, lo que, por lo demás, en el fondo, no cambia en nada su sentido (NA: La substitución del iod por la G está indicada concretamente, pero sin que la razón de ello sea explicada, en la Récapitulation de toute la Maçonnerie ou description et explication de l'Hiéroglyphe universel du Maître des Maîtres, obra anónima atribuida a Delaulnaye); puesto que las diversas interpretaciones que se han dado de ello ordinariamente (y de las que la más importante es la que se refiere a la «Geometría»), no son en su mayor parte posibles más que en las lenguas occidentales modernas, no representan, digan lo que digan algunos (NA: Hay quienes parecen creer incluso que no es sino después que la letra G habría sido considerada como la inicial de God; éstos ignoran evidentemente el hecho de que sustituyó al iod, que es lo que le da toda su verdadera significación bajo el punto de vista esotérico e iniciático), más que acepciones secundarias que han venido a agruparse accesoriamente alrededor de esta significación esencial (NA: Los rituales recientes del grado de Compañero, para encontrar cinco interpretaciones a la letra G, le dan frecuentemente sentidos que son más bien forzados e insignificantes; por lo demás, este grado ha sido particularmente maltratado, si se puede decir así, a consecuencia de los esfuerzos que se han hecho para «modernizarle». — En el centro de la Estrella radiante, la letra G representa el principio divino que reside en el «corazón» del hombre «dos veces nacido» (cf Apercepciones sobre la Iniciación, cap XLVIII)). La letra iod, primera del Tetragrama, representa el Principio, de suerte que es considerada como constituyendo ella sola un nombre divino; por lo demás, por su forma, ella es en sí misma el elemento principal del que se derivan todas las demás letras del alfabeto hebraico (NA: Se sabe que el valor numérico de esta letra es 10, y, a este propósito, remitimos a lo que ha sido dicho más atrás sobre el simbolismo del punto en el centro del círculo). Es menester agregar que la letra correspondiente I del alfabeto latino es también, tanto por su forma rectilínea como por su valor en las cifras romanas, un símbolo de la unidad (NA: Quizás tendremos algún día la ocasión de estudiar el simbolismo geométrico del algunas letras del alfabeto latino y el uso que se ha hecho de ellas en las iniciaciones occidentales); y lo que es al menos curioso, es que el sonido de esta letra es el mismo que el de la palabra china i, que, como lo hemos visto, significa igualmente la unidad, ya sea en su sentido aritmético, o ya sea en su transposición metafísica (NA: El carácter i es también un trazo rectilíneo; no difiere de la letra latina I más que en que está colocado horizontalmente en lugar de estarlo verticalmente. — En el alfabeto árabe, es la primera letra alif, que vale numéricamente la unidad y que tiene la forma de un trazo rectilíneo vertical). Lo que es quizás más curioso aún, es que Dante, en la Divina Comedia, hace decir a Adam que el primer nombre de Dios fue I (NA: Paradiso XXVI, 133-l34. — En un epigrama atribuido a Dante, la letra I es llamada la «novena figura», según su rango en el alfabeto latino, aunque el iod, al cual corresponde, sea la décima letra del alfabeto hebraico; por otra parte, se sabe que el número 9 tenía para Dante una importancia simbólica muy particular, como se ve concretamente en la Vita Nuova (cf El Esoterismo de Dante, cap II y VI)) (lo que corresponde todavía, según lo que acabamos de explicar, a la «primordialidad» del simbolismo «polar»), siendo el nombre que vino después Él, y que Francesco da Barberino, en su Tractatus Amoris, se ha hecho representar a sí mismo en una actitud de adoración delante de la letra I (NA: Ver Luigi Valli, Il Linguaggio segreto di Dante e dei «Fedeli d'Amore», volumen II, pp 120-l21, donde se encuentra la reproducción de esta figura). Es fácil comprender ahora lo que significa esto: ya sea que se trate del iod hebraico o del i chino, este «primer nombre de Dios», que era también, según toda verosimilitud, su nombre secreto en los Fedeli d'Amore, no es otra cosa, en definitiva, que la expresión misma de la Unidad principial (NA: Estas precisiones habrían podido ser utilizadas por aquellos que han buscado establecer aproximaciones entre la Tien-ti-houei y las iniciaciones occidentales; pero es probable que las hayan ignorado, ya que, sin duda, no tenían apenas datos precisos sobre la Masonería operativa, y todavía menos sobre los Fedeli d'Amore).

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