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LA RUEDA CÓSMICA

En ciertas obras que se vinculan a la tradición hermética (NA: Concretamente en el Absconditorum Clavis de Guillaume Postel. — Se podrá observar que el título de este libro es el equivalente literal de la expresión coránica que hemos citado un poco más atrás), se encuentra mencionado el ternario Deus, Homo, Rota, es decir, que, en el ternario que hemos considerado precedentemente, el tercer término, Natura, es reemplazado por Rota o la «Rueda»; se trata aquí de la «rueda cósmica», que es, como ya lo hemos dicho en diversas ocasiones, un símbolo del mundo manifestado, y que los Rosacrucianos llamaban Rota Mundi (NA: Cf la figura de la Rota Mundi dada por Leibnitz en su tratado De Arte combinatoria (ver Los Principios del Cálculo infinitesimal, Prefacio); se observará que esta figura es una rueda de ocho radios, como el Dharma-chakra, del que hablaremos más adelante). Así pues, se puede decir que, en general, este símbolo representa a la «Naturaleza» tomada, según lo que hemos dicho, en su sentido más extenso; pero, además, es susceptible de diversas significaciones más precisas, entre las cuales aquí solo consideraremos las que tienen una relación directa con el tema de nuestro estudio. La figura geométrica de la que se deriva la rueda es la figura del círculo con su centro; en el sentido más universal, el centro representa el Principio, simbolizado geométricamente por el punto como lo es aritméticamente por la unidad, y la circunferencia representa la manifestación, que es «medida» efectivamente por el radio emanado del Principio (NA: Cf El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap III); pero esta figura, aunque muy simple en apariencia, tiene no obstante múltiples aplicaciones desde puntos de vista diferentes y más o menos particularizados (NA: En astrología, es el signo del Sol, que es en efecto, para nosotros, el centro del mundo sensible, y que, por esta razón, se toma tradicionalmente como un símbolo del «Corazón del Mundo» (cf Apercepciones sobre la Iniciación, cap XLVII); ya hemos hablado suficientemente sobre el simbolismo de los «rayos solares» como para que apenas haya necesidad de recordarle a este propósito. En alquimia, es el signo del oro, que, en tanto que «luz mineral», corresponde, entre los metales, al Sol entre los planetas. En la ciencia de los números, es el símbolo del denario, en tanto que éste constituye un ciclo numeral completo; desde este punto de vista, el centro es 1 y la circunferencia 9, que forman juntos el total de 10, ya que la unidad, al ser el principio mismo de los números, debe ser colocada en el centro y no sobre la circunferencia, cuya medida natural, por lo demás, no se efectúa por la división decimal, así como lo hemos explicado más atrás, sino por una división según múltiplos de 3, 9 y 12). Concretamente, y es esto lo que nos importa sobre todo en este momento, puesto que el Principio actúa en el Cosmos por medio del Cielo, éste podrá ser representado igualmente por el centro, y entonces la circunferencia, en la que se detienen de hecho los radios emanados de éste, representará el otro polo de la manifestación, es decir, la Tierra, correspondiendo la superficie misma del círculo, en este caso, al dominio cósmico todo entero; por lo demás, el centro es unidad y la circunferencia es multiplicidad, lo que expresa bien los caracteres respectivos de la Esencia y de la Substancia universales. Podremos limitarnos también a la consideración de un mundo o de un estado de existencia determinado; entonces, el centro será naturalmente el punto donde la «Actividad del Cielo» se manifiesta en ese estado, y la circunferencia representará la materia secunda de ese mundo, que desempeña, relativamente a él, un papel correspondiente al de la materia prima al respecto de la totalidad de la manifestación universal (NA: Para todo esto, uno podrá remitirse a las consideraciones que hemos desarrollado en El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos). La figura de la rueda no difiere de la que acabamos de hablar más que por el trazado de un cierto número de radios, que marcan más explícitamente la relación de la circunferencia en la que acaban con el centro del que han salido; entiéndase bien que la circunferencia no podría existir sin su centro, mientras que éste es absolutamente independiente de ella y contiene principialmente todas las circunferencias concéntricas posibles, que son determinadas por la mayor o menos extensión de los radios. Estos radios pueden ser figurados evidentemente en número variable, puesto que son realmente en multitud indefinida como los puntos de la circunferencia que son sus extremidades; pero, de hecho, las figuraciones tradicionales conllevan siempre números que tienen por sí mismos un valor simbólico particular, valor que se agrega a la significación general de la rueda para definir las diferentes aplicaciones que se hacen de ella según los casos (NA: Las formas que se encuentran más habitualmente son las ruedas de seis y de ocho radios, y también de doce y dieciséis, números dobles de los primeros). La forma más simple es aquí la que presenta solo cuatro radios que dividen la circunferencia en parte iguales, es decir, dos diámetros rectangulares que forman una cruz en el interior de la circunferencia (NA: Hemos hablado en otra parte de la relaciones de esta figura con la del swastika (NA: El Simbolismo de la Cruz, cap X)). Esta figura corresponde naturalmente, desde el punto de vista espacial, a la determinación de los puntos cardinales (NA: Ver más atrás, Figuras 13 y 14); por otra parte, desde el punto de vista temporal, la circunferencia, si uno la representa como recorrida en un cierto sentido, es la imagen de un ciclo de manifestaciones, y las divisiones determinadas sobre esta circunferencia, por las extremidades de los brazos de la cruz, corresponden entonces a los diferentes períodos o fases en las que se divide este ciclo; una tal división puede ser considerada naturalmente, por así decir, a escalas diversas, según se trate de ciclos más o menos extensos (NA: Se tendrán así por ejemplo, solo en el orden de la existencia terrestre, los cuatro momentos principales del día, las cuatro fases de la lunación, las cuatro estaciones del año, y también, por otra parte, las cuatro edades tradicionales de la humanidad, así como las de la vida humana individual, es decir, en suma, de una manera general todas las correspondencias cuaternarias del género de aquellas a las que ya hemos hecho alusión en lo que precede). Por lo demás, la idea de la rueda evoca inmediatamente por sí misma la de «rotación»; esta rotación es la figura del cambio continuo al que están sometidas todas las cosas manifestadas, y es por eso por lo que se habla también de la «rueda del devenir» (NA: Cf la «rueda de la Fortuna» en la antigüedad occidental, y el simbolismo de la décima lámina del Tarot); en un tal movimiento, no hay más que un punto único que permanece fijo e inmutable, y este punto es el centro (NA: Por lo demás, el centro debe ser concebido como conteniendo principialmente a la rueda toda entera, y es por eso por lo que Guillaume Postel describe el centro del Edén (que, él mismo, es a la vez el «centro del mundo» y su imagen) como «la Rueda en el medio de la Rueda», lo que corresponde a lo que hemos explicado a propósito del Ming-tang). Aquí no es necesario insistir más sobre todas estas nociones; solo agregaremos que, si el centro es primeramente un punto de partida, es también un punto de conclusión: todo ha salido de él, y todo debe finalmente volver a él. Puesto que todas las cosas no existen más que por el Principio (o por lo que le representa relativamente a la manifestación o a un cierto estado de ésta), debe haber entre ellas y él un lazo permanente, figurado por los radios que unen al centro todos los puntos de la circunferencia; pero estos radios pueden ser recorridos en dos sentidos opuestos: primeramente del centro a la circunferencia, y después de la circunferencia en retorno hacia el centro (NA: Así pues, se podría concebir la reacción del principio pasivo como una «resistencia» que detiene las influencias emanadas del principio activo y que limita su campo de acción; por lo demás, es lo que indica también el simbolismo del «plano de reflexión»). Así pues, hay ahí dos fases complementarias, de las que la primera es representada por un movimiento centrífugo y la segunda por un movimiento centrípeto (NA: Es menester poner mucho cuidado en precisar que, aquí, estos dos movimientos son tales en relación al Principio, y no en relación a la manifestación; esto a fin de evitar los errores a los que se podría ser conducido si se olvidara hacer la aplicación del «sentido inverso»); estas dos fases son las que se comparan tradicionalmente, como lo hemos dicho frecuentemente, a las fases de la respiración, así como al doble movimiento del corazón. Se ve que tenemos aquí un ternario constituido por el centro, el radio y la circunferencia, un ternario en el que el radio desempeña exactamente el papel del término mediano tal como lo hemos definido precedentemente; por eso es por lo que, en la Gran Tríada extremo oriental, el Hombre es asimilado a veces al radio de la «rueda cósmica», cuyo centro y cuya circunferencia corresponden entonces respectivamente al Cielo y a la Tierra. Como el radio emanado del centro «mide» el Cosmos o el dominio de la manifestación, se ve también por esto que el «hombre verdadero» es propiamente la «medida de todas las cosas» en este mundo, y de igual modo el «Hombre Universal» lo es para la integralidad de la manifestación (NA: Cf El Simbolismo de la Cruz, cap XVI); y se podrá observar también a este propósito que, en la figura de la que hablábamos hace un momento, la cruz formada por los diámetros rectangulares, y que equivale de una cierta manera al conjunto de todos los radios de la circunferencia (puesto que todos los momentos de un ciclo están resumidos en sus fases principales), da precisamente, bajo su forma completa, el símbolo mismo del «Hombre Universal» (NA: Sobre esta misma figura, explicada por la equivalencias numéricas de sus elementos, ver también L-Cl. de Saint-Martin, Tableau naturel des rapports qui existent entre Dieu, l'Homme et l'Univers, cap XVIII — Habitualmente se designa esta obra por el título abreviado de Tableau naturel, pero damos aquí el título completo para hacer observar que, al tomarse en él la palabra «Universo» en el sentido de «Naturaleza» en general, contiene la mención explícita del ternario Deus, Homo, Natura). Naturalmente, este último simbolismo es diferente, en apariencia al menos, del que muestra al hombre como situado en el centro mismo de un estado de existencia, y al «Hombre Universal» como identificado al «Eje del Mundo», puesto que corresponde a un punto de vista igualmente diferente en una cierta medida; pero, en el fondo, por ello no concuerdan menos exactamente en cuanto a su significación esencial, y solo es menester tener cuidado, como siempre en parecido caso, de no confundir los diversos sentidos de los que sus elementos son susceptibles (NA: Para dar aquí otro ejemplo que se refiere al mismo tema, en la tradición hindú y a veces también en la tradición extremo oriental, el Cielo y la Tierra son representados como las dos ruedas del «carro cósmico»; el «Eje del Mundo» es figurado entonces por el eje que une estas dos ruedas en sus centros, y que, por esta razón, debe ser supuesto vertical, como el «puente» de que hemos hablado precedentemente. En este caso, la correspondencia de las diferentes partes del carro no es evidentemente la misma que cuando, como lo hemos dicho más atrás, son el palio y el piso los que representaban respectivamente el Cielo y la Tierra, siendo entonces el mástil la figura del «Eje del Mundo» (lo que corresponde a la posición normal de un carro ordinario); aquí, por lo demás, las ruedas del carro no se toman en consideración especialmente). A este respecto, hay lugar a observar que, en todo punto de la circunferencia y para este punto, la dirección de la tangente puede ser considerada como la horizontal, y, por consiguiente, la dirección del radio que le es perpendicular como la vertical, de suerte que todo radio es en cierto modo un eje vertical. Así pues, lo alto y lo bajo pueden ser considerados como correspondiendo siempre a esta dirección del radio, considerado en los dos sentidos opuestos; pero, mientras que, en el orden de las apariencias sensibles, lo bajo está hacia el centro (que es entonces el centro de la tierra) (NA: Cf El Esoterismo de Dante, cap VIII), aquí es menester hacer la aplicación del «sentido inverso» y considerar el centro como siendo en realidad el punto más alto (NA: Por lo demás, esta «inversión» resulta del hecho de que, en el primer caso, el hombre está situado en el exterior de la circunferencia (que representa entonces la superficie de la tierra), mientras que, en el segundo caso, está en su interior); y así, desde cualquier punto de la circunferencia que uno parta, este punto, el más alto, permanece siempre el mismo. Por consiguiente, uno debe representarse al Hombre, asimilado al radio de la rueda, como teniendo los pies sobre la circunferencia y la cabeza tocando el centro; y en efecto, en el «microcosmo», se puede decir que bajo todas las relaciones, los pies están en correspondencia con la Tierra y la cabeza con el Cielo (NA: Es para afirmar aún más esta correspondencia, ya marcada por la forma misma de las partes del cuerpo así como por su situación respectiva, por lo que los antiguos Confucionistas llevaban un bonete redondo y zapatos cuadrados, lo que hay que aproximar también a lo que hemos dicho más atrás sobre el tema de la forma de la indumentaria ritual de los príncipes).

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