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ASCESIS Y ASCETISMO

Hemos constatado en diversas ocasiones que algunos hacían entre los términos de «ascético» y de «místico» una aproximación bastante poco justificada; para disipar toda confusión a este respecto, basta con darse cuenta de que el término «ascesis» designa propiamente un esfuerzo metódico para alcanzar una cierta meta, y más particularmente una meta de orden espiritual (NA: Quizás no es inútil decir que la palabra «ascesis», que es de origen griego, no tiene ninguna relación etimológica con el latín ascendere, pues hay quien se deja confundir a este respecto por una similitud puramente fonética y completamente accidental entre esas dos palabras; por lo demás, incluso si la ascesis apunta a obtener una «ascensión» del ser hacia estados más o menos elevados, es evidente que el medio no debe ser confundido en ningún caso con el resultado), mientras que el misticismo, en razón de su carácter pasivo, implica más bien, como ya lo hemos dicho frecuentemente, la ausencia de todo método definido (NA: Ver Apercepciones sobre la Iniciación, págs. 12-l3 de la edic. francesa). Por otra parte, la palabra «ascético» ha tomado un sentido más restringido que el de «ascesis», ya que se aplica casi exclusivamente en el dominio religioso, y es quizás eso lo que explica hasta un cierto punto la confusión de que hablamos, pues no hay que decir que todo lo que es «místico», en la acepción actual de esta palabra, pertenece también a este mismo dominio; pero es menester guardarse bien de creer que, inversamente, todo lo que es de orden religioso está por eso mismo más o menos estrechamente emparentado al misticismo, lo que es un extraño error cometido por algunos modernos, y sobre todo, es bueno anotarlo, por aquellos que son más abiertamente hostiles a toda religión. Hay otra palabra derivada de «ascesis», la de «ascetismo», que se presta quizás más todavía a las confusiones, porque ha sido claramente desviada de su sentido primitivo, hasta tal punto que, en el lenguaje corriente, apenas ha llegado a ser más que un seudónimo de «austeridad». Ahora bien, es evidente que la mayor parte de los místicos se libran a austeridades, a veces incluso excesivas, aunque no sean por lo demás los únicos, ya que esto es un carácter bastante general de la «vida religiosa» tal como se concibe en occidente, en virtud de la idea muy extendida que atribuye al sufrimiento, y sobre todo al sufrimiento voluntario, un valor propio en sí mismo; es cierto también que, de una manera general, esta idea, que no tiene nada en común con el sentido original de la ascesis y que no es en modo alguno solidaria de ella, está todavía más particularmente acentuada en los místicos, pero, repitámoslo, está lejos de pertenecerles exclusivamente (NA: Ver Apercepciones sobre la Iniciación, págs. 177-l78 de la edic. francesa). Por otro lado, y es esto sin duda lo que permite comprender que el ascetismo haya tomado comúnmente una tal significación, es natural que toda ascesis, o toda regla de vida que apunta a una meta espiritual, revista a los ojos de los «mundanos» una apariencia de austeridad, incluso si no implica de ninguna manera la idea de sufrimiento, y simplemente porque descarta o desdeña forzosamente las cosas que ellos mismos consideran como las más importantes, cuando no incluso como completamente esenciales para la vida humana, y cuya búsqueda llena toda su existencia. Cuando se habla de ascetismo como se hace habitualmente, eso parece implicar también otra cosa: es que lo que no debería ser normalmente más que un simple medio que tiene un carácter preparatorio se toma muy frecuentemente por un verdadero fin; no creemos exagerar nada al decir que, para muchos espíritus religiosos, el ascetismo no tiende a la realización efectiva de estados espirituales, sino que tiene como único móvil la esperanza de una «salvación» que solo se alcanzará en la «otra vida». No queremos insistir más en ello, pero parece que, en semejante caso, la desviación ya no está solo en el sentido de la palabra, sino en la cosa misma que designa; desviación, decimos, no ciertamente porque haya algo más o menos ilegítimo en el deseo de la «salvación», sino porque una verdadera ascesis debe proponerse resultados más directos y más precisos. Tales resultados, cualquiera que sea por lo demás el grado hasta donde pueden llegar, son, en el orden exotérico y religioso mismo, la verdadera meta de la «ascética»; ¿pero cuántos son, en nuestros días al menos, aquellos que sospechan que esos resultados pueden alcanzarse también por una vía activa, y por tanto muy diferente que la vía pasiva de los místicos? Sea como fuere, el sentido mismo de la palabra «ascesis», si no el de sus derivados, es suficientemente extenso como para aplicarse en todos los órdenes y a todos los niveles: puesto que se trata esencialmente de un conjunto metódico de esfuerzos que tienden a un desarrollo espiritual, se puede hablar igualmente bien, no sólo de una ascesis religiosa, sino también de una ascesis iniciática. Es menester solamente tener cuidado de destacar que la meta de esta última no está sometida a ninguna de las restricciones que limitan necesariamente, y en cierto modo por definición misma, la de la ascesis religiosa, puesto que el punto de vista exotérico al que está ligada ésta se refiere exclusivamente al estado individual humano (NA: Entiéndase bien que aquí se trata de la individualidad considerada en su integralidad, con todas las extensiones de que es susceptible, sin lo cual la idea religiosa de la «salvación» misma no podría tener verdaderamente ningún sentido), mientras que el punto de vista iniciático comprende la realización de los estados supraindividuales, hasta el estado supremo e incondicionado inclusive (NA: Apenas creemos útil recordar que esa es precisamente la diferencia esencial entre la «salvación» y la «Liberación»; estas dos metas no solo no son del mismo orden, sino que no pertenecen siquiera a órdenes que, aunque diferentes, serían todavía comparables entre ellos, puesto que no podría haber ninguna medida común entre un estado condicionado cualquiera y el estado incondicionado). Además, no hay que decir que los errores o las desviaciones concernientes a la ascesis que pueden producirse en el dominio religioso, no podrían encontrarse en el dominio iniciático ya que no residen en definitiva más que en las limitaciones mismas que son inherentes al punto de vista exotérico como tal; lo que decíamos hace un momento del ascetismo, concretamente, no es evidentemente explicable sino por el hecho del horizonte espiritual más o menos estrechamente limitado que es el de la generalidad de los exoteristas exclusivos, y, por consiguiente, el de los hombres «religiosos» en el sentido ordinario del término. El término de «ascesis», tal y como lo entendemos aquí, es el que, en las lenguas occidentales, corresponde más exactamente al sánscrito tapas; es verdad que éste contiene una idea que no es directamente expresada por el otro, pero esa idea por eso no entra menos estrictamente en la noción que uno puede hacerse de la ascesis. El sentido primero de tapas es en efecto el de «calor»; en el caso de que se trata, ese calor es evidentemente el de un fuego interior (NA: La relación de este fuego interior con el «azufre» de los hermetistas, que se concibe igualmente como un principio de naturaleza ígnea, es muy evidente como para que sea necesario hacer otra cosa que indicarlo de pasada (NA: Ver La Gran Tríada, cap XII)) que debe quemar lo que los kabbalistas llamarían las «cortezas», es decir, en suma destruir todo lo que, en el ser, constituye un obstáculo a una realización espiritual; así pues, eso es algo que caracteriza, de la manera más general, a todo método preparatorio a esta realización, método que, bajo este punto de vista puede considerarse como constituyendo una «purificación» previa a la obtención de todo estado espiritual efectivo (NA: Se podrá aproximar esto a lo que hemos dicho sobre el sujeto de la verdadera naturaleza de las pruebas iniciáticas (NA: Ver Apercepciones sobre la Iniciación, cap XXV)). Si tapas toma frecuentemente el sentido de esfuerzo penoso o doloroso, ello no quiere decir que se atribuya un valor o una importancia especial al sufrimiento como tal, ni que éste se considere aquí como algo más que un «accidente»; sino que, por la naturaleza misma de las cosas, el desapego de las contingencias es siempre forzosamente penoso para el individuo, cuya existencia misma pertenece también al orden contingente. En eso no hay nada que sea asimilable a una «expiación» o a una «penitencia», ideas que, al contrario, juegan un gran papel en el ascetismo entendido en el sentido vulgar, y que tienen sin duda su razón de ser en un cierto aspecto del punto de vista religioso, pero que, manifiestamente, no podrían encontrar ningún lugar en el dominio iniciático, ni por lo demás en las tradiciones que no están revestidas de una forma religiosa (NA: En las traducciones de los orientalistas, se encuentran frecuentemente las palabras «penitencia» y «penitente», que no se aplican en modo alguno a aquello de lo que se trata en realidad, mientras que los de «ascesis» y de «asceta» convendrían al contrario perfectamente en la mayoría de los casos). En el fondo, se podría decir que toda ascesis verdadera es esencialmente un «sacrificio», y hemos tenido la ocasión de ver en otras partes que, en todas las tradiciones, el sacrificio, bajo cualquier forma que se presente, constituye propiamente el acto ritual por excelencia, el acto en el que se resumen en cierto modo todos los demás. Lo que se sacrifica así gradualmente en la ascesis (NA: Decimos gradualmente por eso mismo de que se trata de un proceso metódico, y por lo demás es fácil comprender que, salvo quizás en algunos casos excepcionales, el desapego completo no puede operarse de un solo golpe), son todas las contingencias de las que el ser debe llegar a desprenderse como de otros tantos lazos u obstáculos que le impiden elevarse a un estado superior (NA: Para ese ser, puede decirse que esas contingencias son destruidas entonces como tales, es decir, en tanto que cosas manifestadas, pues ellas ya no existen verdaderamente para él, aunque subsistan sin cambio para los demás seres; pero, por lo demás, esta destrucción aparente es en realidad una «transformación», ya que no hay que decir que, desde el punto de vista principial, nada de lo que es podría ser destruido nunca); pero, si puede y debe sacrificar esas contingencias, es en tanto que ellas dependen de él y en tanto que de una cierta manera forman parte de sí mismo a un título cualquiera (NA: A propósito de esto se puede recordar también el simbolismo de la «puerta estrecha», que no puede ser pasada por el que, como los «ricos» que se citan en el Evangelio, no ha sabido despojarse de las contingencias, o que, «habiendo querido salvar su alma (es decir, el «mí mismo»), la pierde» porque, en esas condiciones, no puede unirse efectivamente al principio permanente e inmutable de su ser). Por lo demás, como la individualidad misma no es también más que una contingencia, la ascesis, en su significación más completa y más profunda, no es en definitiva otra cosa que el sacrificio del «mí mismo» cumplido para realizar la consciencia del «Sí mismo».

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