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XXII

EL SÍMBOLO EXTREMO ORIENTAL DEL YIN-YANG; EQUIVALENCIA METAFÍSICA DEL NACIMIENTO Y DE LA MUERTE

Volviendo de nuevo a la determinación de nuestra figura, no vamos a considerar en suma particularmente más que dos cosas: por una parte, el eje vertical, y, por otra, el plano horizontal de coordenadas. Sabemos que un plano horizontal representa un estado de ser, cada una de cuyas modalidades corresponde a una espira plana que hemos confundido con una circunferencia; por otro lado, las extremidades de esta espira, en realidad, no están contenidas en el plano de la curva, sino en dos planos inmediatamente vecinos, ya que esta misma curva, considerada en el sistema cilíndrico vertical, es “una espira, una función de hélice, pero cuyo paso es infinitesimal. Por eso es por lo que, dado que vivimos, actuamos y razonamos al presente sobre contingencias, podemos, y debemos incluso, considerar el gráfico de la evolución individual ( Ya sea para una modalidad particular, ya sea incluso para una individualidad integral si se considera aisladamente en el ser; cuando no se considera más que un solo estado, la representación debe ser plana. Recordaremos todavía una vez más, para evitar todo malentendido, que la palabra “evolución” no puede significar para nos nada más que el desarrollo de un cierto conjunto de posibilidades) como una superficie ( plana ). Y, en realidad, posee todos sus atributos y cualidades, y no difiere de la superficie más que considerada desde el Absoluto ( Es decir, considerando el ser en su totalidad). Así, en nuestro plano ( o grado de existencia ), el “círculus vital” es una verdad inmediata, y el círculo es en efecto la representación del ciclo individual humano” ( Matgioi, La Vía Metafísica, p 128).

El yin-yang que, en el simbolismo tradicional del extremo oriente, figura “el círculo del destino individual”, es en efecto un círculo, por las razones precedentes. “Es un círculo representativo de una evolución individual o específica ( La especie, en efecto, no es un principio transcendente en relación a los individuos que forman parte de ella; en sí misma es del orden de las existencias individuales y no le rebasa; se sitúa pues al mismo nivel en la Existencia universal, y se puede decir que la participación en la especie se efectúa según el sentido horizontal; quizás consagraremos algún día un estudio especial a esta cuestión de las condiciones de la especie). Y no participa más que por dos dimensiones en el cilindro cíclico universal. No teniendo espesor, no tiene opacidad, y se le representa diáfano y transparente, es decir, que los gráficos de las evoluciones, anteriores y posteriores a su momento ( Estas evoluciones son el desarrollo de los demás estados, repartidos así en relación al estado humano; recordamos que, metafísicamente, jamás puede tratarse de “anterioridad” y de “posterioridad” más que en el sentido de un encadenamiento causal y puramente lógico, que no podría excluir la simultaneidad de todas las cosas en el “eterno presente”), se ven y se imprimen en la mirada a través de él” ( Matgioi, La Vía Metafísica, p 129. — La figura esta dividida en dos partes, una oscura y la otra clara, que corresponden respectivamente a estas evoluciones anteriores y posteriores, puesto que los estados de que se trata, en comparación con el estado humano, pueden considerarse simbólicamente unos como sombríos y los otros como luminosos; al mismo tiempo, la parte oscura es el lado del yin, y la parte clara es el lado del yang, conformemente a la significación original de estos dos términos. Por otra parte, puesto que el yang y el yin son también los dos principios masculino y femenino, se tiene así, desde otro punto de vista, y como lo hemos indicado más atrás, la representación del “Andrógino” primordial cuyas dos mitades están ya diferenciadas sin estar todavía separadas. En fin, en tanto que representativa de las revoluciones cíclicas, cuyas fases están ligadas a la predominancia alternativa del yang y del yin, la misma figura también está en relación con el swastika, así como con el símbolo de la doble espiral al cual hemos hecho alusión precedentemente; pero esto nos llevaría a consideraciones extrañas a nuestro tema). Pero, bien entendido, “es menester no perder jamás de vista que si, tomado aparte, el yin-yang puede considerarse como un círculo, es, en la sucesión de las modificaciones individuales ( NA: Consideradas en tanto que se corresponden ( en sucesión lógica ) en los diferentes estados del ser, que por lo demás deben considerarse en simultaneidad para que las diferentes espiras de hélice puedan compararse entre ellas), un elemento de hélice: toda modificación individual es esencialmente un vórtice de tres dimensiones ( NA: Es un elemento del vórtice esférico universal que hemos tratado precedentemente; siempre hay analogía y en cierto modo “proporcionalidad” ( sin que pueda haber ninguna medida común ) entre el todo y cada uno de sus elementos, incluso infinitesimales); no hay más que un solo estado humano, y no se vuelve a pasar jamás por el camino ya recorrido” ( NA: Matgioi, La Vía Metafísica, pp 131-l32 ( nota ). — Esto excluye también formalmente la posibilidad de la “reencarnación”. A este respecto, se puede destacar también, que, desde el punto de vista de la representación geométrica, una recta no puede encontrar a un plano más que en un solo punto; esto es así, en particular, en el caso del eje vertical en relación a cada plano horizontal).

Como ya lo hemos dicho, las dos extremidades de la espira de hélice de paso infinitesimal son dos puntos inmediatamente vecinos sobre una generatriz del cilindro, una paralela al eje vertical ( situada por lo demás en uno de los planos de coordenadas ). Estos dos puntos no pertenecen realmente a la individualidad, o, de una manera más general, al estado de ser representado por el plano horizontal que se considera. “La entrada en el yin-yang y la salida del yin-yang no están a la disposición del individuo, ya que son dos puntos que, aunque en el yin-yang, pertenecen a la espira inscrita sobre la superficie lateral ( vertical ) del cilindro, y que están sometidos a la atracción de la “Voluntad del Cielo”. Y en realidad, el hombre no es libre, en efecto, de su nacimiento ni de su muerte. Para su nacimiento, no es libre ni de la aceptación, ni de la negación, ni del momento. Para la muerte, no es libre de sustraerse a ella; y, en toda justicia analógica, no debe ser libre tampoco del momento de su muerte… En todo caso, no es libre de ninguna de las condiciones de estos dos actos: el nacimiento le lanza invenciblemente sobre el círculo de una existencia que ni ha pedido ni ha escogido; la muerte le retira de este círculo y le lanza invenciblemente a otro, prescrito y previsto por la “Voluntad del Cielo”, sin que pueda modificarlo en nada ( Esto es así porque el individuo como tal no es más que un ser contingente, que no tiene en sí mismo su razón suficiente; por eso es por lo que el curso de su existencia, si se considera sin tener en cuenta la variación según el sentido vertical, aparece como el “círculo de la necesidad”). Así, el hombre terrestre es esclavo en cuanto a su nacimiento y en cuanto a su muerte, es decir, en relación a los dos actos principales de su vida individual, a los únicos que resumen en suma su evolución especial al respecto de lo Infinito” ( Matgioi, La Vía Metafísica, pp 132-l33. — “Pero, entre su nacimiento y su muerte, el individuo es libre, en la emisión y en el sentido de todos sus actos terrestres; en el “circulus vital” de la especie y del individuo, la atracción de la “Voluntad del Cielo” no se hace sentir”).

Debe comprenderse bien que “los fenómenos muerte y nacimiento, considerados en sí mismos y fuera de los ciclos, son perfectamente iguales” ( NA: Matgioi, La Vía Metafísica, pp 138-l39 ( nota )); se puede decir incluso que no es en realidad más que un solo y mismo fenómeno considerado bajo dos caras opuestas, es decir, desde el punto de vista de uno y otro de los dos ciclos consecutivos entre los cuales interviene. Por lo demás, eso se ve inmediatamente en nuestra representación geométrica, puesto que el fin de un ciclo cualquiera coincide siempre necesariamente con el comienzo de otro, y puesto que nos no empleamos los términos “nacimiento” y “muerte”, tomándolos en su acepción enteramente general, más que para designar los pasos entre los ciclos, cualquiera que sea por lo demás la extensión de éstos, y ya sea que se trate tanto de mundos como de individuos. Estos dos fenómenos, “se acompañan pues y se completan uno al otro: el nacimiento humano es la consecuencia inmediata de una muerte ( a otro estado ); la muerte humana es la causa inmediata de un nacimiento ( en otro estado igualmente ). Cada una de estas circunstancias jamás se produce sin la otra. Y, puesto que el tiempo aquí no existe, podemos afirmar que, entre el valor intrínseco del fenómeno nacimiento y el valor intrínseco del fenómeno muerte, hay identidad metafísica. En cuanto a su valor relativo, y a causa de la inmediatez de las consecuencias, la muerte a la extremidad de un ciclo cualquiera es superior al nacimiento sobre el mismo ciclo, en todo el valor de la atracción de la “Voluntad del Cielo” sobre este ciclo, es decir, matemáticamente, en el paso de la hélice evolutiva” ( Matgioi, La Vía Metafísica, p 137. — Sobre esta cuestión de la equivalencia metafísica del nacimiento y de la muerte, ver también El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap VIII y XVII ).

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