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XXVII

LUGAR DEL ESTADO INDIVIDUAL HUMANO EN EL CONJUNTO DEL SER

Según lo que hemos dicho en el capítulo precedente sobre el tema del antropomorfismo, es claro que la individualidad humana, considerada incluso en su integralidad ( y no restringida únicamente a la modalidad corporal ), no podría tener un lugar privilegiado y “fuera de serie” en la jerarquía indefinida de los estados del ser total; ocupa en ella su rango como no importa cuál de los demás estados y al mismo título exactamente, sin nada de más ni de menos, conformemente a la ley de la armonía que rige las relaciones de todos los ciclos de la Existencia universal. Este rango está determinado por las condiciones particulares que caracterizan el estado del que se trata y que delimitan su dominio; y, si no podemos conocerle actualmente, es porque no nos es posible, en tanto que individuos humanos, salir de estas condiciones para compararlas a las de los demás estados, cuyos dominios nos son forzosamente inaccesibles; pero nos basta evidentemente, siempre como individuos, comprender que este rango es lo que debe ser y que no puede ser otro que el que es, puesto que cada cosa está rigurosamente en el lugar que debe ocupar como elemento del orden total. Además, en virtud de esta misma ley de armonía a la que acabamos de hacer alusión, “puesto que la hélice evolutiva es regular por todas partes y en todos sus puntos, el paso de un estado a otro se hace tan lógica y tan simplemente como el paso de una situación ( o modificación ) a otra en el interior de un mismo estado” ( Matgioi, La Vía Metafísica, pp 96-97), sin que, desde este punto de vista al menos, haya en ninguna parte del Universo la menor solución de continuidad.

No obstante, si debemos hacer una restricción en lo que concierne a la continuidad ( sin la que la casualidad universal no podría ser satisfecha, ya que exige que todo se encadene sin ninguna interrupción ), es porque, como lo hemos indicado más atrás, hay, desde un punto de vista diferente que el del recorrido de los ciclos, un momento de discontinuidad en el desarrollo del ser: este momento que tiene un carácter absolutamente único, es aquél donde, bajo la acción del “Rayo Celeste” que opera sobre un plano de reflexión, se produce la vibración que corresponde al Fiat Lux cosmogónico y que ilumina, por su irradiación, todo el caos de las posibilidades. A partir de ese momento, el orden sucede al caos, la luz a las tinieblas, el acto a la potencia, la realidad a la virtualidad; y cuando esta vibración ha alcanzado su pleno efecto amplificándose y repercutiéndose hasta los confines del ser, éste, habiendo realizado desde entonces su plenitud total, evidentemente ya no está sujeto a recorrer tal o cual ciclo particular, puesto que los abarca a todos en la perfecta simultaneidad de una comprehensión sintética y “no distintiva”. Es eso lo que constituye hablando propiamente la “transformación”, concebida como implicando el “retorno de los seres en modificación al Ser inmodificado”, fuera y más allá de todas las condiciones especiales que definen los grados de la Existencia manifestada. “La modificación, dice el sabio Shi-ping-wen, es el mecanismo que produce todos los seres; la transformación es el mecanismo en el que se absorben todos los seres” ( Matgioi, La Vía Metafísica, pág. 76. — Para que la expresión sea correcta, sería menester reemplazar aquí por “proceso” la palabra completamente impropia de “mecanismo”, tomada bastante desafortunadamente por Matgioi a la traducción del Yi-King de Philastro).

Esta “transformación” ( en el sentido etimológico de paso más allá de la forma ), por la que se efectúa la realización del “Hombre Universal”, no es otra cosa que la “Liberación” ( en sánscrito Moksha o Mukti ) de que ya hemos hablado en otra parte ( El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap XVII ); ella requiere, ante todo, la determinación preliminar de un plano de reflexión del “Rayo Celeste”, de tal suerte que el estado correspondiente deviene por eso mismo el estado central del ser. Por lo demás, este estado, en principio, puede ser cualquiera, puesto que todos son perfectamente equivalentes cuando son considerados desde el Infinito; y el hecho de que el estado humano no se distingue en nada entre todos los demás conlleva evidentemente, para él tanto como para no importa cuál otro estado, la posibilidad de devenir ese estado central. Por consiguiente, la “transformación” puede alcanzarse a partir del estado humano tomado como base, e incluso a partir de toda modalidad de este estado, lo que equivale a decir que es concretamente posible para el hombre corporal y terrestre; en otros términos, y como lo hemos dicho en su lugar ( El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap XVIII ), la “Liberación” puede obtenerse “en vida” ( jîvan-mukti ), lo que no impide que implique esencialmente, para el ser que la obtiene así, como en todo otro caso, la liberación absoluta y completa de las condiciones limitativas de todas las modalidades y de todos los estados.

En lo que concierne al proceso efectivo de desarrollo que permite al ser llegar, después de haber atravesado algunas fases preliminares, a ese momento preciso donde se opera la “transformación”, no tenemos en modo alguno la intención de hablar aquí de ello, ya que es evidente que su descripción, incluso sumaria, no podría entrar en el cuadro de un estudio como éste, cuyo carácter debe permanecer puramente teórico. Hemos querido indicar solo cuáles son las posibilidades del ser humano, posibilidades que, por lo demás, son necesariamente, bajo la relación de la totalización, las del ser en cada uno de sus estados, puesto que éstos no podrían mantener entre ellos diferenciación ninguna al respecto del Infinito, donde reside la Perfección.

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