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EL JABALI Y LA OSA

Entre los celtas, el jabalí y la osa simbolizaban respectivamente a los representantes de la autoridad espiritual y a los del poder temporal, es decir a las dos castas, los druidas y los caballeros, equivalentes, por lo menos originariamente y en sus atribuciones esenciales, a lo que son en la India las de los brahmanes y los kshátriya. Como lo hemos indicado en otro lugar (Autorité spirituelle et Pouvoir temporel, cap I), este simbolismo, de origen netamente hiperbóreo, es una de las señales de la directa vinculación de la tradición céltica con la Tradición primordial del presente Manvántara, cualesquiera fueren, por lo demás, los otros elementos, provenientes de tradiciones anteriores pero ya secundarias y derivadas, que hayan podido venir a agregarse a esa corriente principal para reabsorberse en cierto modo en ella. Lo que queremos decir aquí es que la tradición céltica podría considerarse verosímilmente como uno de los “puntos de unión” de la tradición atlante con la hiperbórea, después del final del período secundario en que la tradición atlante representó la forma predominante y como el “sustituto” del centro original ya inaccesible para la humanidad ordinaria (Cf Le Roi du Monde, cap, X, particularmente en lo que se refiere a las relaciones de la Tula hiperbórea y la Tula atlante (Tula era una de las designaciones primeras de los centros espirituales); ver también nuestro artículo “Atlantide et Hyperborée”, en V I, octubre de 1929); y, también sobre este punto, el simbolismo que acabamos de mencionar puede aportar algunas indicaciones no carentes de interés. Notemos ante todo la importancia dada igualmente al símbolo del jabalí en la tradición hindú, que a su vez procede directamente de la Tradición primordial y en el Veda afirma expresamente su propio origen hiperbóreo. El jabalí (varâha) no solo figura en ella, como es sabido, el tercero de los diez avatâra de Vishnu en el Manvántara actual, sino que además nuestro kalpa íntegro, es decir, todo el ciclo de manifestación de nuestro mundo, se designa como, el Çveta-varâha-kalpa, o sea el 'ciclo del jabalí blanco'. Siendo así, y si se considera la analogía que existe necesariamente entre el ciclo mayor y los ciclos subordinados, es natural que la marca del kalpa, si es dado expresarse de este modo, se encuentre en el punto de partida del Manvântara; por eso la “tierra sagrada” polar, sede del centro espiritual primordial de este Manvántara, es denominada también Vârâhî o 'tierra del jabalí' (Ver también acerca de esto “Atlantide et Hyperborée”, cit. Allí hemos hecho notar que, al contrario de lo que parece haber creído Saint-Yves d'Alveydre, el nombre Várâhî no se aplica en modo alguno a Europa; a decir verdad, ésta nunca fue sino la “Tierra del Toro”, lo que se refiere a un período muy alejado de los orígenes). Por otra parte, ya que allí residía la autoridad espiritual primera, de la cual toda otra autoridad legítima del mismo orden no es sino una emanación, no menos natural resulta que los representantes de tal autoridad hayan recibido también el símbolo del jabalí como su signo distintivo y lo hayan mantenido en la sucesión del tiempo; por eso los druidas se designaban a sí mismos como “jabalíes”, aunque a la vez, ya que el simbolismo tiene siempre aspectos múltiples, pueda verse en ello, accesoriamente, una alusión al aislamiento en que los druidas se mantenían con respecto al mundo exterior, pues el jabalí se consideró siempre como el “solitario”; y ha de agregarse, por lo demás, que ese aislamiento mismo, realizado materialmente, entre los celtas como entre los hindúes, en forma de retiro en el bosque, no carece de relación con los caracteres de la “primordialidad”, un reflejo por lo menos de la cual ha debido mantenerse siempre en toda autoridad espiritual digna de la función que cumple. Pero volvamos al nombre de la Vârâhî, que da lugar a observaciones particularmente importantes: se la considera como un aspecto de la Çakti (energía, aspecto “femenino”) de Vishnu, y mas especialmente en relación con su tercer avatâra, lo cual, dado el carácter “solar” del dios, muestra inmediatamente que ella es idéntica a la “tierra solar” o “Siria” primitiva, de que hemos hablado en otras oportunidades (Ver “La Ciencia de las letras” (aquí cap VI) y “La Tierra del Sol” (aquí cap XII)), y que es además una de las designaciones de la Tula hiperbórea, es decir, del centro espiritual primordial. Por otra parte, la raíz var-, para el nombre del jabalí, se encuentra en las lenguas nórdicas con la forma bor- (De ahí el inglés boar y también el alemán Eber); el exacto equivalente de Vârâhî es, pues, “Bórea”; y lo cierto es que el nombre habitual de “Hiperbórea” solo fue empleado por los griegos en una época en que habían perdido ya el sentido de esa antigua designación; valdría más, pues, pese al uso desde entonces prevaleciente, calificar a la tradición primordial, no de “hiperbórea”, sino simplemente de “bórea”, afirmando así sin equívoco su conexión con la “Bórea” o “tierra del jabalí”. Hay todavía más: la raíz var- o vr-, en sánscrito, tiene el sentido de 'cubrir', 'proteger' y 'ocultar'; y, como lo muestran el nombre de Váruna y su equivalente griego Ouranós, sirve para designar el ciclo, tanto porque cubre la tierra como porque representa los mundos superiores, ocultos a los sentidos (Ver Le Roi du Monde, cap VII, donde hemos indicado además que la misma palabra caelum tiene originariamente igual significación). Ahora bien; todo esto se aplica perfectamente a los centros espirituales, sea porque están ocultos a los ojos de los profanos, sea porque protegen al mundo por su influjo invisible, sea porque constituyen en la tierra como imágenes del mundo celeste mismo. Agreguemos que la misma raíz tiene todavía otro sentido, el de 'elección' o 'selección' (vara), que, evidentemente, se adecua también a la región que en todas partes se designa con nombres como los de “tierra de los elegidos”, “tierra de los santos” o “tierra de los bienaventurados” (Señalemos también, con carácter de posible vinculación, la raíz germánica ur, con sentido de 'primordialidad'). En lo que acabamos de decir, se ha podido notar la unión de los simbolismos “polar” y “solar”; pero, en lo que concierne propiamente al jabalí, importa el aspecto “polar” sobre todo; y ello resulta, por lo demás, de este hecho: el jabalí representaba antiguamente la constelación llamada más tarde la Osa Mayor (Recordaremos que esta constelación ha tenido además muchos otros nombres, entre otros el de La Balanza (Libra); pero estaría fuera de nuestro propósito ocuparnos ahora de ello). En esta sustitución de nombres hay una de las señales de lo que los celtas simbolizaban precisamente por la lucha del jabalí y la osa, es decir, la rebelión de los representantes del poder temporal contra la supremacía de la autoridad espiritual, con las diversas vicisitudes que de ello se siguieron en el curso de las épocas históricas sucesivas. Las primeras manifestaciones de esta rebelión, en efecto, se remontan mucho más lejos que la historia ordinariamente conocida, e inclusive más lejos que el comienzo del Kali-Yuga, en el cual adquirió su máxima extensión; por eso el nombre de bor pudo ser transferido del jabalí al oso (En inglés bear, en alemán Bär), y la “Bórea” misma, la “tierra del jabalí”, pudo convertirse luego, en un momento dado, en la “tierra del oso”, durante un período de predominio de los kshátriya al cual, según la tradición hindú, puso fin Páraçu Râma (Ya hemos tenido ocasión de señalar a este respecto que Fabre d'Olivet y sus seguidores, como Saint-Yves d'Alveydre, parecen haber cometido una confusión harto extraña entre Páraçu-Rârna y Râma-Chandra, o sea entre el sexto y el séptimo avatâra de Vishnu). En la misma tradición, el nombre más común de la Osa Mayor es Sapta- Rksha; y la palabra sánscrita rksha es el nombre del oso, lingüísticamente idéntico al que se le da en otras lenguas: el céltico arth, el griego árktos, e inclusive el latín ursus. Empero, cabe preguntarse si es ése el sentido primero de la expresión Sapta-Rksha, o si más bien, en correspondencia con la sustitución a que acabamos de referirnos, no se trata de una especie de superposición de palabras etimológicamente distintas pero vinculadas y hasta identificadas por la aplicación de cierto simbolismo fónico. En efecto, rksha es también, de modo general, una estrella, es decir, en suma, una “luz” (archis, de la raíz arch- o ruch- 'brillar' o 'iluminar'); y por otra parte el Sapta-Rksha es la morada simbólica de los siete Rshi, los cuales, aparte de que su nombre se refiere a la “visión” y por lo tanto a la luz, son además las siete “Luces” por las cuales se trasmitió al ciclo actual la Sabiduría de los ciclos anteriores (Se advertirá la persistencia de estas “siete Luces” en el simbolismo masónico: la presencia de un mismo número de personas que las representan es necesaria para la constitución de una logia “justa y perfecta”, así como para la validez de la transmisión iniciática. Señalemos también que las siete estrellas de que se habla al comienzo del Apocalipsis (1, 16 y 20) serían, según ciertas interpretaciones, las de la Osa Mayor). La vinculación así establecida entre el oso y la luz no constituye, por lo demás, un caso aislado en el simbolismo animalístico, pues se encuentra algo semejante para el lobo, tanto entre los celtas como entre los griegos (En griego, el lobo es lykos y la luz lykê; de ahí el epíteto, de doble sentido, del Apolo Licio), de donde resultó la atribución de ese animal al dios solar, Belen o Apolo. En cierto período, el nombre de Sapta-Rksha no fue aplicado ya a la Osa Mayor sino a las Pléyades, que comprenden igualmente siete estrellas: esta transferencia de una constelación polar a una constelación zodiacal corresponde a un paso del simbolismo solsticial al equinoccial, que implica un cambio en el punto de partida del ciclo anual así como en el orden de predominio de los puntos cardinales, los cuales están en relación con las diferentes fases de ese ciclo (La transferencia de la Balanza al Zodiaco tiene, naturalmente, una significación similar). Tal cambio es del norte al oeste, que se refiere al período atlante; y esto se encuentra netamente confirmado por el hecho de que, entre los griegos, las Pléyades eran hijas de Atlas y, como tales, llamadas las Atlántidas. Las transferencias de este género son, por otra parte, causa frecuente de múltiples confusiones, pues los mismos nombres han recibido según los períodos aplicaciones diferentes, y ello tanto para las regiones terrestres como para las constelaciones, de modo que no siempre es fácil determinar a qué se refieren exactamente en cada caso, e inclusive no es realmente posible sino a condición de referir las diversas “localizaciones” a los caracteres propios de las formas tradicionales correspondientes, como acabamos de hacerlo para las del Sapta-Rksha. Entre los griegos, la rebelión de los kshátriya se figuraba por la caza del jabalí de Calidón, la cual representa manifiestamente, por lo demás, una versión en que los kshátriya mismos expresan su pretensión de atribuirse una victoria definitiva, ya que matan. al jabalí; y Ateneo refiere, siguiendo a autores más antiguos, que ese jabalí de Calidón era blanco (Deipnosophistarum, IX, 13), lo que lo identifica con el Çveta-varâha de la tradición hindú (Apenas será necesario recordar que el blanco es también el color atribuido simbólicamente a la autoridad espiritual; y sabido es que los druidas, en particular, llevaban vestiduras blancas). No menos significativo, desde nuestro punto de vista, es que el primer golpe fue dado por Atalanta, la cual, se dice, había tenido por nodriza una osa; y este nombre podría indicar que la rebelión se inició, ya en la Atlántida misma, ya entre los herederos de su tradición por lo menos (Hay también otras vinculaciones curiosas a este respecto, en especial entre las manzanas de oro de que se trata en la leyenda de Atalanta y las del jardín de las Hespérides o “Doncellas del Occidente”, que eran también, como las Pléyades, hijas de Atlas). Por otra parte, el nombre de Calidón se encuentra de modo exacto en el de Caledonia, antiguo nombre de Escocia: aparte de toda cuestión de “localización” particular, es propiamente el país de los “kaldes” o celtas (Por otra parte, es probable que el nombre de los celtas, como el de los caldeos, que le es idéntico, no fuera originariamente el de un pueblo particular sino el de una casta sacerdotal que ejercía la autoridad espiritual entre pueblos diferentes); y el bosque de Calidón no difiere en realidad del de Brocelianda, cuyo nombre es también el mismo, aunque en forma algo modificada y precedido de la palabra bro- o bor-, es decir, el nombre del jabalí. El que el oso esté a menudo tomado simbólicamente en su. aspecto femenino — como acabamos de verlo con motivo de Atalanta y como se lo ve también en las denominaciones de las constelaciones de la Osa Mayor y Menor — no carece de significación tampoco en cuanto a su atribución a la casta guerrera, dueña del poder temporal, y ello por diversas razones. En primer lugar, esa casta tiene normalmente un papel “receptivo”, es decir, femenino, con respecto a la casta sacerdotal, pues de ésta recibe no solo la enseñanza de la doctrina tradicional sino también la legitimación de su poder, en la cual consiste estrictamente el “derecho divino”. Además, cuando la casta guerrera, invirtiendo las relaciones normales de subordinación, se arroga la primacía, su predominio se acompaña generalmente del de los elementos femeninos en el simbolismo de la forma tradicional modificada por ella, y a veces inclusive también, como consecuencia de esta modificación, se instituye una forma femenina de sacerdocio, como lo fue el de las sacerdotisas entre los celtas. No hacemos aquí sino dejar indicado este punto, cuyo desarrollo nos llevaría demasiado lejos, sobre todo si quisiéramos indagar elementos concordantes en otros lugares; pero por lo menos esta indicación bastará para comprender por qué la osa más bien que el oso aparece simbólicamente opuesta al jabalí. Conviene agregar que los dos símbolos, el del jabalí y el de la osa, no siempre aparecen forzosamente en oposición o lucha, sino que, en ciertos casos, pueden representar también la autoridad espiritual y el poder temporal, o las castas de los druidas y de los caballeros, en sus relaciones armónicas normales, como se lo ve particularmente en la leyenda de Merlín y Arturo. En efecto, Merlín, el druida, es también el jabalí del bosque de Brocelianda (donde al cabo, por otra parte, no es muerto, como el jabalí de Calidón, sino solo sumido en sueño por una potencia femenina); y el rey Arturo lleva un nombre derivado del del oso, arth (Se encuentra también en Escocia el apellido MacArth, o “Hijo del Oso”, lo que indica evidentemente la pertenencia a un clan guerrero); más precisamente, este nombre Arthur es idéntico al de la estrella Arcturus, teniendo en cuenta la leve diferencia debida a sus derivaciones respectivas del celta y del griego. Dicha estrella se encuentra en la constelación del Boyero, y en estos nombres pueden también verse reunidas las señales de dos períodos diferentes: el “guardián de la Osa” se ha convertido en el Boyero cuando la Osa misma, o el Sapta-Rksha, se convirtió en los Septem triones, es decir, los “Siete bueyes” (de donde el nombre de “septentrión” para designar el norte); pero no hemos de ocuparnos ahora de estas transformaciones, relativamente recientes con respecto a lo que hemos tratado aquí (Arturo es el hijo de Úther Péndragon, 'el Jefe de los cinco', es decir, el rey supremo que reside en el quinto reino, el de Mide o del 'medio', situado en el centro de los cuatro reinos subordinados que corresponden a los cuatro puntos cardinales (ver Le Roi du Monde, cap, IX); y esta situación es comparable a la del Dragón celeste cuando, conteniendo la estrella polar, estaba “en medio del cielo como un rey en su trono”, según la expresión del Séfer Yetsiráh. Cf “La Tierra del Sol” (aquí cap XII)). De las consideraciones que acabamos de formular parece desprenderse una conclusión acerca del papel respectivo de las dos corrientes que contribuyeron a formar la tradición céltica: en el origen, la autoridad espiritual y el poder temporal no estaban separados como funciones diferenciadas, sino unidos en su principio común, y se encuentra todavía un vestigio de esa unión en el nombre mismo de los druidas (dru-vid, 'fuerza-sabiduría', términos respectivamente simbolizados por la encina y el muérdago) (Ver Autorité spitituelle et Pouvoir temporel, cap IV, donde hemos indicado la equivalencia de este simbolismo con el de la Esfinge); a tal título, y también en cuanto representaban más particularmente la autoridad espiritual, a la cual está reservada la parte superior de la doctrina, eran los verdaderos herederos de la tradición primordial, y el símbolo esencialmente “bóreo”, el del jabalí, les pertenecía propiamente. En cuanto a los caballeros, que tenían por símbolo el oso (o la osa de Atalanta), puede suponerse que la parte de la tradición más especialmente destinada a ellos incluía sobre todo los elementos procedentes de la tradición atlante; y esta distinción podría incluso, quizá, ayudar a explicar ciertos puntos más o menos enigmáticos en la historia ulterior de las tradiciones occidentales.

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