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IANUA CAELI

En su importante estudio “Svayamâtrinnâ Ianua Caeli” (En Zalmoxis, t. II, 1939), Ananda K Coomaraswamy expone el simbolismo de la superestructura del altar védico, y más especialmente el de los tres ladrillos perforados (svayamâtrinnâ) que constituyen una de sus partes esenciales. Esos ladrillos, que pueden también ser piedras (çárkara), deberían en principio, según su designacioón, ser “perforados de por sí”, es decir, naturalmente, aunque en la práctica tal perforación haya podido ser artificial. Como quiera que fuere, se trata de tres ladrillos o piedras de forma anular, que, superpuestos, corresponden a los “tres mundos” (Tierra, Atmósfera y Cielo) y que, con otros tres ladrillos que representan a las “Luces universales” (Agni, Vâtyu y Aditya), forman el Eje vertical del Universo. Por otra parte, en antiguas monedas indias (y figuraciones similares se ven también en sellos babilonios) se encuentra una representacioón de los “tres mundos” en forma de tres anillos vinculados entre sí por una línea vertical que pasa por sus centros (En la arquitectura islámica, se ve muy a menudo, en la sumidad de un minarete o de una qubbah, un conjunto de tres globos superpuestos y coronados por una media luna; esos tres globos representan igualmente tres mundos, que son 'àlam el-mulk, 'àlam el-malakút y 'àlam el-djabarût ('Mundo de la Realeza', 'Mundo de la Majestad', 'Mundo de la Omnipotencia'), y la media luna que los domina, símbolo de la Majestad (o Grandeza) divina (el-Djalâl), corresponde al cuarto mundo, 'àlam el-'izzah ('Mundo de la Potencia o Gloria), el cual es “extracósmico” y por lo tanto está más allá de la “puerta” de que tratamos aquí; el asta vertical que soporta el conjunto es, evidentemente, idéntica al mástil de un stûpa búdico, así como a los otros diversos símbolos axiales similares de que hemos hablado en otras ocasiones). De los tres ladrillos superpuestos, el más bajo corresponde arquitectónicamente al hogar (con el cual, por lo demás, el altar mismo se identifica por ser el lugar de manifestación de Agni en el mundo terrestre), y el más alto al “ojo” o abertura central del domo (Ver “La Porte étroite” (aquí, cap XLI: “La Puerta estrecha”)); forman así, como dice Coomaraswamy, a la vez una “chimenea” y un “camino” (y la semejanza de ambos vocablos ciertamente no carece de significación, aun si, como puede ser, no estén directamente relacionados por la etimología) (Coomaraswamy recuerda a este respecto el caso de los personajes “folklóricos” tales como san Nicolás y las diversas personificaciones de la Navidad, que se representan como descendiendo y reascendiendo por la chimenea, lo cual, en efecto, no deja de tener cierta relación con el asunto de que tratamos. (En cuanto a la semejanza entre las palabras “chimenea” y “camino”, mucho mayor en francés (cheminée, chemin) que en español, es también visible en los términos latinos (de origen diverso entre sí) de los cuales aquéllos proceden: caminus y camminus. (N del T))), “por donde Agni se encamina y nosotros mismos debemos encaminarnos hacia el Cielo”. Además, al permitir el paso de un mundo a otro, paso que se efectúa necesariamente según el Eje del Universo, y ello en los dos sentidos opuestos, son la vía por la cual los Deva suben y descienden a través de estos mundos, sirviéndose de las tres “Luces universales” como de otros tantos peldaños, conforme a un simbolismo cuyo más conocido ejemplo es la “escala de Jacob” (Ver “Le Symbolisme de l'échelle” (aquí, cap LIV: “El simbolismo de la escala”). Está claro que los Deva son, en la tradición hindú, lo mismo que los Ángeles en las tradiciones judeocristiana e islámíca). Lo que une estos mundos y les es en cierto modo común, aunque según modalidades diversas, es el “Hálito total” (sarvprâna), al cual corresponde aquí el vacío central de los ladrillos superpuestos (Esto está en evidente relación con el simbolismo general de la respiración y con el de los “hálitos vitales”); y es también, según otro modo de expresión en el fondo equivalente, el sûtrâtmâ que, como ya lo hemos explicado en otro lugar, vincula todos los estados del ser entre sí y con su centro total, generalmente simbolizado por el sol, de modo que el sûtrâtmâ mismo se representa entonces como un “rayo solar”, y, más precisamente, como el “séptimo rayo, que pasa directamente a través del sol (Todo este simbolismo debe entenderse a la vez en sentido macrocósmico y en sentido microcósmico, puesto que se aplica tanto a los mundos considerados en conjunto, según aquí se ve, como a cada uno de los seres manifestados en ellos. Esa conexión de todas las cosas con el sol se establece, naturalmente, por el “corazón”, es decir, por el centro; y es sabido que el corazón mismo corresponde al sol y es como su imagen en cada ser particular). Efectivamente, a este paso “a través del Sol” se refiere más propiamente el simbolismo del ladrillo superior, puesto que, como decíamos corresponde al “ojo” del domo o del “techo cósmico” (y recordaremos a este respecto que el sol se designa también como “Ojo del Mundo”), es decir, a la abertura por donde se cumple (y, en efecto, no puede cumplirse sino “por lo alto”) la salida del cosmos, estando éste, con los diversos mundos que encierra, representado por el conjunto del edificio en el simbolismo arquitectónico. La correspondencia de esa abertura superior es el Brahma-randhra en el ser humano, vale decir el orificio situado en la coronilla, por el cual la arteria sutil axial sushumnâ está en continuidad constante con el “rayo solar” llamado análogamente sushumnâ, el cual no es sino el sûtrâtmâ considerado en su relación particular con este ser; así, el ladrillo superior puede ser asimilado también al cráneo del “Hombre cósmico”, si se adopta un simbolismo “antropomórfico” para representar el conjunto del cosmos. Por otra parte, en el simbolismo zodiacal, esa misma abertura corresponde a Capricornio, que es la “puerta de los dioses” y está referido al Deva-yâna, en el cual se cumple el paso “más allá del Sol”; mientras que Cáncer es la “puerta de los hombres” y está referido al pitr-yâna, por el cual el ser no sale del cosmos (Ver “Les portes solsticiales” (aquí, cap XXXV: “Las puertas solsticiales”) y “Le Symbolisme du Zodiaque chez les pythagoriciens” (aquí, cap XXXVI: “El simbolismo del Zodiaco entre los pitagóricos”)); y puede decirse además que esas dos “puertas solsticiales” corresponden, para los seres que pasan por una u otra, a los casos en que la “puerta solar” está, respectivamente, abierta o cerrada. Como lo señala Coomaraswamy, los dos yâna, que están puestos así en relación con las dos mitades del ciclo anual, se refieren al norte y al sur en cuanto el movimiento aparente del sol es, por una parte, un ascenso hacia el norte partiendo de Capricornio, y por otra un descenso hacia el sur partiendo de Cáncer. Así, pues, el sol, o más bien lo que él representa en el orden principial (pues va de suyo que se trata en realidad del “Sol espiritual”) (Coomaraswamy emplea a menudo la expresión “Supernal Sun”, 'Sol Superno'. (La nota del autor, después del término inglés, agrega: “que no nos parece posible traducir exacta y literalmente en francés”, donde, efectivamente, no hay derivado del latín supernus. (N del T))), es verdaderamente, en tanto que “Ojo del Mundo”, la “puerta del Cielo”, Ianua Caeli, descripta también en términos variados como un “ojo” (Ver “Le 'trou de l'aiguille'” (aquí, cap LV: “El ojo de la aguja”)), como una “boca” (Volveremos más particularmente sobre este punto (en el capítulo siguiente)), o también como el cubo de la rueda de un carro; la significacioón axial de este último símbolo es, por lo demás, evidente (Las dos ruedas del “carro cósmico”, situadas en los dos extremos del eje (que es entonces el Eje del Universo), son el cielo y la tierra (ver “Le dóme et la roue” (aquí. cap XL: “La cúpula y la rueda”)); se trata, naturalmente, de la rueda “celeste”). Empero, cabe establecer aquí una distinción, para evitar lo que, para algunos por lo menos, podría dar lugar a confusiones: hemos dicho, en efecto, en otras oportunidades, con motivo del aspecto lunar del simbolismo de Jano (o, más exactamente, de Ianus-Iana, identificado, con Lunus-Luna), que la Luna es a la vez Ianua Caeli y Ianua Inferni; en este caso, en lugar de las dos mitades, ascendente y descendente, del ciclo anual, sería necesario, naturalmente, para establecer una correspondencia análoga (Análoga, decimos, pero no equivalente, pues, aun en el caso del pitrîyâna, jamás puede decirse que el sol sea Ianua Inferni), considerar las dos mitades, creciente y decreciente, de la lunación o del ciclo mensual. Ahora bien; si el sol y la luna pueden considerarse ambos como Ianua Caeli, ello se debe a que, en realidad, el cielo no ha sido tomado en igual sentido en ambos casos: de modo general, en efecto, el término “cielo” puede emplearse para designar todo lo que se refiere a los estados suprahumanos; pero es evidente, que ha de establecerse una gran diferencia entre aquellos de esos estados que pertenecen aún al cosmos (Son, propiamente, los estados de manifestación no-formal; debe considerarse que el Cosmos comprende toda la manifestación. tanto no-formal como formal, mientras que lo que está más allá del Cosmos es lo nomanifestado) y lo que, al contrario, está más allá del cosmos mismo. En lo que concierne a la “puerta solar”, se trata del cielo que puede denominarse supremo o “extracósmico”; en cambio, en lo que concierne a la “puerta lunar”, se trata solo del svarga, es decir, de aquel de los tres mundos que, aun siendo el más elevado, está empero comprendido en el cosmos lo mismo que los otros dos. Para volver a la consideración del más alto de los tres ladrillos perforados del altar védico, puede decirse que la “puerta solar” se sitúa en su cara superior (que es la verdadera sumidad del edificio en conjunto), y la “puerta lunar” en su cara inferior, pues ese ladrillo mismo representa el svarga; por otra parte, la esfera lunar está descripta, efectivamente, como tocando la parte superior de la atmósfera o mundo, intermediario (antariksha), representada aquí por el ladrillo del medio (Este mundo intermedio y la tierra (Bhûmi) pertenecen ambos al dominio del estado humano, del cual constituyen respectivamente, las modalidades sutil y burda o densa (grossière); por eso, como lo observa exactamente Coomaraswamy al señalar la correspondencia del simbolismo védico de los ladrillos perforados con el de los jades rituales pi y tsung de la tradición china que representan respectivamente el cielo y la tierra, el pi, que es un disco perforado en el centro, corresponde al ladrillo superior, mientras que el tsung, con forma de cilindro hueco por dentro y de paralelepípedo de base cuadrada por fuera debe considerarse como correspondiente al conjunto de los otros dos ladrillos, estando entonces el dominio humano total figurado por un solo objeto). Puede decirse entonces en los términos de la tradición hindú, que la “puerta lunar” da acceso al Indra-loka (ya que Indra es el regente del svarga) y la “puerta solar” al Brahma-loka; en las tradiciones de la Antigüedad occidental, al Indra-loka corresponde el “Elíseo” y al Brahma-loka el “Empíreo”, siendo el primero “intracósmico” y “extracósmico” el segundo; y debemos agregar que solo la “puerta solar” es propiamente la “puerta estrecha” de que hemos hablado antes, por la cual el ser, saliendo del cosmos y estando por consiguiente definitivamente liberado de las condiciones de toda existencia manifestada, pasa verdaderamente “de la muerte a la inmortalidad”.

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