SHET
Kâna el-insânu háyyatan fi-l-qídam ('Fue el hombre serpiente en lo antiguo')
En un curioso libro inglés sobre las “postrimerías”, The Antichrist (Personal. Future), de E H Moggridge ( (Comentado por Argos en una crónica de V I, julio de 1931, titulada: “…d'un curieux livre sur les derniers temps”)) ,hay un punto que ha atraído particularmente nuestra atención y sobre el cual quisiéramos aportar algunas luces: es la interpretación de los nombres de Nimrod y Seth. A decir verdad, la asimilación entre ambos por el autor impone muchas reservas, pero hay por lo menos cierta relación real, y las vinculaciones establecidas sobre la base del simbolismo animalístico nos parecen bien fundadas. Dejemos establecido, ante todo, que namar en hebreo, como nimr en árabe, es propiamente el “animal moteado”, nombre común al tigre, la pantera y el leopardo; y puede decirse, aun ateniéndose al sentido más exterior, que estos animales representan adecuadamente, en efecto, al “cazador” que fue Nimrod según la Biblia. Pero además el tigre, encarado en un sentido no forzosamente desfavorable, es, como el oso en la tradición nórdica, un símbolo del kshátriya; y la fundación de Nínive y del imperio asirio por Nimrod parece ser, efectivamente, producto de una rebelión de los kshátriya contra la autoridad de la casta sacerdotal caldea. De ahí la relación legendaria establecida entre Nimrod y los Nefilîm u otros “gigantes” antediluvianos, que figuran también a los kshátriya en períodos anteriores; y de ahí, igualmente, que Nimrod haya quedado proverbialmente como imagen del poder temporal que se afirma independiente de la autoridad. espiritual. Ahora bien; ¿cuál es la relación de todo esto con Seth? El tigre y los demás animales similares son, en cuanto “destructores”, emblemas del Set egipcio, hermano y matador de Osiris, al cual los griegos dieron el nombre de Tifón; y puede decirse que el espíritu “nemródico” procede del principio tenebroso designado con el nombre de Set, sin que se pretenda por eso que éste se identifique con el mismo Nimrod: hay aquí una distinción que es más que un simple matiz. Pero el punto que parece ofrecer la mayor dificultad es esa significación maléfica del nombre de Set o Seth, el cual, por otra parte, en cuanto designa al hijo de Adán, lejos de significar la destrucción evoca al contrario la idea de estabilidad y de restauración del orden. Por lo demás, si se quiere establecer vinculaciones bíblicas, el papel de Set con respecto a Osiris recordaría el de Caín con respecto a Abel; y a este propósito haremos notar que algunos hacen de Nimrod, uno de los “cainitas” a quienes se atribuye el haber escapado al cataclismo antediluviano. Pero el Seth del Génesis se opone a Caín, lejos de poder asimilársele: ¿cómo, pues, se encuentra su nombre aquí asociado? De hecho, el vocablo Seth tiene en hebreo mismo los dos sentidos contrarios: el de “fundamento” y el de “tumulto” y “ruina” (La palabra es idéntica en los dos casos, pero, cosa harto curiosa, es masculina en el primero y femenina en el segundo); y la expresión benì Seth (“hijo de Seth”) se encuentra también con esa doble significación. Verdad es que los lingüistas quieren ver en ese doble significado dos palabras distintas, provenientes de dos distintas raíces verbales: shyt para el primero y shat para el segundo; pero la distinción de las dos raíces aparece como enteramente secundaria, y en todo caso sus elementos constitutivos esenciales son ciertamente idénticos. En realidad, no ha de verse en ello sino una aplicación de ese doble sentido de los símbolos al cual hemos tenido frecuente ocasión de aludir; y tal aplicación tiene más particularmente lugar en el caso del simbolismo de la serpiente. En efecto, si el tigre o el leopardo es un símbolo del Set egipcio, la serpiente es el otro (Es muy notable que, el nombre griego Typhôn esté anagramáticamente formado por los mismos elementos que Pythôn); y ello se comprende sin dificultad, si se la encara según su aspecto maléfico, el que más comúnmente se le atribuye; pero se olvida casi siempre que la serpiente tiene además un aspecto benéfico, el cual se encuentra también en el simbolismo del antiguo Egipto, especialmente en la forma de la serpiente real, el uraeus o basilisco (Recordemos también a la serpiente que figura a Knef y produce el “Huevo del Mundo” por su boca (símbolo del Verbo); sabido es que éste, para los druidas, era igualmente el “huevo de serpiente” (representado por el erizo de mar fósil)) Aun en la iconografía cristiana, la serpiente es a veces símbolo de Cristo (En Le Roi du Mondè, cap III, hemos señalado a este respecto la figuración de la anfisbena (amphisbaina), serpiente de dos cabezas, una de las cuales representa a Cristo y la otra a Satán); y el Seth bíblico, cuyo papel en la leyenda del Graal hemos señalado en otra ocasión (Le Roi du Monde, cap V), se considera a menudo como una “prefiguración” de Cristo (Es verosímil que los gnósticos llamados “setianos” no difirieran en realidad de los “ofitas”, para los cuales la serpiente (óphis) era símbolo del Verbo y la Sabiduría, (Sophía)). Puede decirse que los dos Seth no son en el fondo sino las dos serpientes del caduceo hermético (Es muy curioso que el nombre de Seth, reducido a sus elementos esenciales S T en el alfabeto latino (que no es sino una forma del alfabeto fenicio), dé la figura de la “serpiente de bronce”. A propósito de esta última, señalemos que en realidad la misma palabra significa en hebreo “serpiente” (nahash) y “bronce” (nehash); se encuentra en árabe otra relación no menos extraña: nahas ('calamidad') y nahàs ('cobre')): son, si se quiere, la vida y la muerte, producidas ambas por un poder único en su esencia pero doble en su manifestación (Se podrá, sobre este punto, remitir al estudio que hemos dedicado a las “piedras del rayo” (cap XXV de esta compilación)). Si nos detenemos en esta interpretación en términos de vida y muerte, aunque no sea en suma sino una aplicación particular de la consideración de dos términos contrarios o antagónicos, ello se debe a que el simbolismo de la serpiente está ligado ante todo a la idea misma de vida (Este sentido es particularmente manifiesto para la serpiente que se enrolla en torno del bastón de Esculapio); en árabe, la serpiente se llama el-hayyah, y la vida el-hayàh (hebreo hayàh, a la vez 'vida' y 'animal', de la raíz hay, común a ambas lenguas) (El-Hay es uno de los principales nombres divinos; debe traducírselo, no por “el Viviente”, como a menudo se hace, sino por “el Vivificante”, el que da la vida o es el principio de ella). Esto, que se vincula con el simbolismo del “Árbol de Vida” (Ver Le Symbolisme de la Croix, cap XXV), permite a la vez entrever una singular relación entre la serpiente y Eva (Hawà, la 'viviente'); y pueden recordarse aquí las figuraciones medievales de la “tentación”, donde el cuerpo de la serpiente, enroscado al árbol, tiene encima un busto de mujer (Se encuentra un ejemplo en el portal izquierdo de Notre-Dame de París). Cosa no menos extraña, en el simbolismo chino Fu-hsi y su hermana Nü-kua, que, se dice, reinaron juntos formando una pareja fraterna, como se la encuentra igualmente en el antiguo Egipto (inclusive hasta en la época de los Tolomeos), se representan a veces con cuerpo de serpiente y cabeza humana; y hasta ocurre que las dos serpientes se entrelacen como las del caduceo, por alusión sin duda al complementarismo del yang y el yin (Se dice que Nü-kua fundió piedras de los cinco colores (blanco, negro, rojo, amarillo, azul) para reparar un desgarramiento en la bóveda celeste, y también que cortó las cuatro patas de la tortuga para asentar en ellas las cuatro extremidades del mundo). Sin insistir más, lo cual arriesgaría llevarnos demasiado lejos, podemos ver en todo ello la indicación de que la serpiente, desde épocas sin duda muy remotas, ha tenido una importancia insospechada hoy; y, si se estudiaran detenidamente todos los aspectos de su simbolismo, especialmente en Egipto y en la India, podría llegarse sin duda a muy inesperadas comprobaciones. Acerca del doble sentido de los símbolos, es de notar que el número 666 tampoco tiene significación exclusivamente maléfica; si bien es “el número de la Bestia”, es ante todo un número solar, y, como en otro lugar hemos dicho (Le Roi du Monde, cap V), el de Hajatrî'el o “Ángel de la Corona”. Por otra parte, el mismo número resulta del nombre Sôrat, que es, según los cabalistas, el demonio solar, opuesto como tal al arcángel Mîja'el, y esto se refiere a las dos caras de Metratón (Ibid, cap III); Sôrat es, además, el anagrama de setûr, que significa “cosa escondida”: ¿es éste el “nombre de misterio” de que habla el Apocalipsis? Pero, si satar significa 'ocultar', significa también 'proteger'; y en árabe la misma palabra sátar evoca casi únicamente la idea de 'protección', e incluso a menudo la de una protección divina y providencial (¿Se podría, sin exceso de fantasía lingüística, relacionar estas palabras con el griego sôtèr, 'salvador'? ¿Y ha de decirse, a este respecto, que puede y aun debe existir una singular semejanza entre las designaciones de Cristo (en árabe) (el-Messih) y del Anticristo (el MessÎj)? (Véase sobre este asunto Le Régne de la quantité et les signes des temps. cap XXXIX)); también aquí las cosas son, pues, mucho menos simples de lo que las creen quienes no las ven sino de un lado. Pero volvamos a los animales simbólicos del Set egipcio, entre los cuales está también el cocodrilo, lo que se explica de por sí, y el hipopótamo, en el cual algunos han querido ver el Behemôt del Libro de Job, y acaso no sin cierta razón, aunque esa palabra (plural de behemáh, en árabe bahîrnah) sea propiamente una designación colectiva de todos los grandes cuadrúpedos (La raíz baham o abham significa 'ser mudo' y también 'estar oculto'; si el sentido general de Behemôt se vincula a la primera de estas dos ideas, la segunda puede evocar más especialmente al animal “que se oculta entre los juncos”; y aquí es también bastante curiosa la relación con el sentido de la otra raíz, satar, a que acabamos de referirnos). Pero otro animal que, aunque pueda parecer muy extraño, tiene aquí por lo menos tanta importancia como el hipopótamo es el asno, y más en especial el asno de pelo rojo (Todavía otra extraña semejanza lingüística: en árabe, “asno” se dice hímar (en hebreo: hemôr), y “rojo”, áhmar; el “asno rojo” sería, pues, como la “serpiente de bronce”, una especie de “pleonasmo” en simbolismo fónico), que estaba representado como una de las entidades más temibles entre todas las que el difunto debía encontrar en el curso de su viaje de ultratumba, o, lo que esotéricamente es lo mismo, el iniciado en el curso de sus pruebas; ¿no sería ésa, más bien que el hipopótamo, la “bestia escarlata” del Apocalipsis? (En la India, el asno es la montura simbólica de Mudêvî, el aspecto infernal de la Çakti). En todo caso, uno de los aspectos más tenebrosos de los misterios “tifónicos” era el culto del “dios de cabeza de asno”, al cual, según es sabido, se acusó a los primeros cristianos de adherirse (El papel del asno en la tradición evangélica, cuando el nacimiento de Cristo, y cuando su entrada en Jerusalén, puede parecer en contradicción con el carácter maléfico que se le atribuye en casi todas las demás tradiciones; y la “fiesta del asno” que se celebraba en el Medioevo no parece haber sido explicada jamás de manera satisfactoria; nos guardaremos muy bien de arriesgar la menor interpretación sobre este tema tan oscuro. (Los dos puntos tocados en esta nota fueron tratados mucho más tarde por el autor, en un artículo “Sobre la significación de las fiestas 'carnavalescas'”, en É. T, diciembre de 1945, que constituye aquí el capítulo siguiente. Parecerá curioso, sin embargo, que, aun mencionando los puntos en cuestión, R Guénon lo haya hecho la primera vez de manera tan cuidadosamente limitada. La explicación podría buscarse, en las razones circunstanciales, y muy especiales, que tuvo el autor de encarar el tema mismo de este artículo, en una época en que, por otra parte, respondía a ciertos ataques dirigidos contra él y su obra por varios colaboradores de la Revue internationale des Sociétés secrétes. Es un asunto muy complejo, y bien instructivo, por lo demás, acerca de las fuerzas que intervienen en este orden de cosas, pero del cual no podemos aquí sino hacer simple mención, sin insistir en ello. Podrá solamente advertirse que la frase siguiente del texto se refiere a la conservación en nuestros días de esos tenebrosos misterios “tifónicos”)); tenemos ciertas razones para creer que, en una u otra forma, ese culto se ha continuado hasta nuestros días, y algunos afirman, inclusive, que ha de durar hasta el fin del ciclo actual. De este último punto, queremos sacar por lo menos una conclusión: al declinar una civilización, lo que persiste más tiempo es el lado más inferior de su tradición propia, el lado “mágico” particularmente, lo que contribuye, por otra parte, debido a las desviaciones a que da origen, a completar su ruina; es lo que, se dice, habría ocurrido con la Atlántida ( (Cfr. Le Régne de la quantité et les signes des temps, cap XXXVIII: “De l'anti-tradition à la contre-tradition”, pág. 258 y n° 1)). Eso es también lo único cuyos residuos han subsistido en el caso de civilizaciones que han desaparecido enteramente; la comprobación es fácil para Egipto, Caldea, e incluso para el druidismo; y sin duda el “fetichismo” de los pueblos negros tiene origen análogo. Podría decirse que la hechicería está formada por vestigios de las civilizaciones muertas; ¿será por eso que la serpiente, en las épocas más recientes, no ha conservado casi sino su significación maléfica, y que el dragón, antiguo símbolo oriental del Verbo, no suscita ya sino ideas “diabólicas” en el espíritu de los modernos occidentales? ( (Cfr. ibid, cap XXX: “Le renversement des symboles”, pág. 200)).
