Elementos – Estados – Qualidades (RG)

Habiendo hecho esas observaciones, debemos ahora, si queremos precisar la noción de los elementos, descartar en primer lugar, pero sin obligarnos por lo demás a insistir en ello demasiado largamente, varias opiniones erróneas muy comúnmente difundidas a este sujeto en nuestra época. Es así que, para comenzar, apenas hay necesidad de decir que, si los elementos son los principios constitutivos de los cuerpos, es en un sentido enteramente diferente de aquel con el que los químicos consideran la constitución de esos cuerpos, cuando los miran como resultado de la combinación de ciertos «cuerpos simples» o así dichos tales: De una parte, la multiplicidad de los cuerpos dichos «simples» se opone manifiestamente a esta asimilación, y, por otra parte, no está de ningún modo probado que haya cuerpos verdaderamente simples, siendo solamente dado el nombre en cuestión, a aquellos cuerpos que los químicos no saben ya descomponer. En todo caso los elementos no son cuerpos, ni siquiera simples, sino que son antes los principios substanciales a partir de los cuales los cuerpos son formados; uno no debe dejarse confundir por el hecho de que sean designados analógicamente por nombres que pueden ser al mismo tiempo los nombres de algunos cuerpos, cuerpos a los cuales, los elementos no son de ningún modo idénticos por eso; y todo cuerpo, cualesquiera que el mismo sea, procede en realidad del conjunto de los cinco elementos, ello, aunque pueda tener en su naturaleza un cierto predominio de uno o de otro.

Se ha querido también, más recientemente, asimilar los elementos a los diferentes estados físicos de la materia tal y como la entienden los físicos modernos, es decir, en suma a sus diferentes grados de condensación, produciéndose esta a partir del éter: Primordial homogeneidad, que rebosa toda la extensión, uniendo así entre ellas todas las partes del mundo corpóreo. Bajo ese punto de vista, se hace corresponder, yendo de lo más denso a lo más sutil, es decir, en un orden inverso del orden que se admite para su diferenciación, la tierra al estado sólido, el agua al estado líquido, el aire al estado gaseoso, y el fuego a un estado todavía más rarificado, muy parecido a lo que algunos físicos han denominado el «estado radiante», y que debería entonces ser distinguido del estado etérico. Se encuentra aquí esa vana preocupación, tan común en nuestros días, de concordar las ideas tradicionales con las concepciones científicas profanas; esto no es decir, por lo demás, que un tal punto de vista no pueda encerrar alguna parte de verdad, en el sentido de que se puede admitir que cada uno de esos estados físicos tiene ciertas relaciones más particulares con un elemento determinado; pero eso no es aquí, todo lo más, otra cosa que una correspondencia, y no en punto ninguno una asimilación, asimilación que sería por lo demás incompatible con la coexistencia constante de todos los elementos en un cuerpo cualquiera, bajo cualquier estado en que el mismo se presente; y sería todavía menos legítimo querer ir más lejos en aquello de pretender identificar los elementos con las cualidades sensibles, las que, bajo otro punto de vista, se les vinculan mucho más directamente. De otro lado, el orden de condensación creciente que es así establecido entre los elementos es el mismo que el orden que hemos encontrado en Platón: Platón sitúa el fuego ante el aire e inmediatamente después el éter, como si el fuego fuera el primer elemento diferenciado o que se diferencia antes en el seno de ese medio cósmico original; no es pues, de esta manera, como se puede encontrar la justificación del orden tradicional afirmado por la doctrina hindú. Por lo demás, es menester siempre poner el mayor cuidado en evitar atenerse exclusivamente a un punto de vista demasiado sistemático, es decir, demasiado estrechamente limitado y particularizado; y, sería seguramente malcomprender la teoría de Aristóteles y de los hermetistas que hemos mencionado, aquello de buscar, bajo pretexto de que la misma hace intervenir los principios de expansión y de condensación, interpretarla a favor de una identificación de los elementos con los diversos estados físicos que acabamos de cuestionar.

Si se hubiera de buscar bajo un punto de vista absoluto un punto de comparación con las teorías físicas, en la acepción actual de ese término, sería sin duda más justo considerar los elementos, refiriéndose a su correspondencia con las cualidades sensibles, en tanto que las mismas representan diferentes modalidades vibratorias de la materia, modalidades bajo las cuales se vuelve perceptible sucesivamente a cada uno de nuestros sentidos; y por lo demás, cuando decimos sucesivamente, debe ser bien entendido que no se trata en esto más que de una sucesión puramente lógica [[Va de suyo que uno no puede pensar de ningún modo en realizar, suponiendo una sucesión cronológica en el ejercicio de los diferentes sentidos, una concepción de las del género de la estatua ideal que ha imaginado Condillac en su muy famoso Tratado de las Sensaciones.]]. Solamente, que cuando se habla así de las modalidades vibratorias de la materia, como cuando es cuestión de sus estados físicos, hay un punto al cual es menester llamar la atención: ello es que, entre los hindúes al menos (NA: e inclusive también entre los griegos en una cierta medida), uno no encuentra la noción de materia en el sentido de los físicos modernos; la prueba de ello es que, como lo hemos hecho ya observar en otra parte, no existe en sánscrito término ninguno, ni siquiera aproximadamente, que pueda traducirse por «materia». Si pues nos es permitido servirnos a veces de esta noción de materia para interpretar las concepciones de los antiguos, a fin de hacernos comprender más fácilmente, uno no debe no obstante hacerlo jamás, si ello no es con algunas precauciones; pero es posible considerar estados vibratorios, por ejemplo, sin hacer llamada necesariamente a las propiedades especiales que los modernos atribuyen esencialmente a la materia. A pesar de esto, una tal concepción nos parece todavía más propia para indicar analógicamente lo que son los elementos, con la ayuda de una manera de hablar que los hace imaginar, si uno puede decirlo así, antes que definirlos verdaderamente; y quizás que sea esto, en el fondo, todo lo que es posible hacer con el lenguaje que al presente tenemos a nuestra disposición, a consecuencia del olvido en el que han caído las ideas tradicionales en el mundo occidental.

No obstante, añadiremos todavía esto: las cualidades sensibles expresan, en relación a nuestra individualidad humana, las condiciones que caracterizan y determinan la existencia corpórea, en tanto que modo particular de la Existencia Universal, pues que es mediante esas cualidades que nosotros conocemos los cuerpos, con la exclusión de toda cosa; en consecuencia podemos ver en los elementos la expresión de esas mismas condiciones de la existencia corpórea, no ya bajo el punto de vista humano, no, sino desde el punto de vista cósmico. No nos es posible dar aquí a esta cuestión los desarrollos que conllevaría; pero al menos, uno puede comprender de inmediato, por lo expuesto, de qué modo las cualidades sensibles proceden de los elementos, en tanto que traducción o reflexión «microcósmica», en su orden correspondiente. Se comprende también que los cuerpos, que quedan definidos por el conjunto de las cualidades en cuestión aquí, sean por lo mismo constituidos en tanto que tales, por los elementos en los cuales las cualidades de «substancializan»; y esto, ME parece, la noción más exacta, al mismo tiempo que la más general, que se pueda dar de esos mismos elementos.