blanca

En el sentido más inmediato, la yuxtaposición del blanco y del negro representa, naturalmente, la luz y las tinieblas, el día y la noche, y, por consiguiente, todos los pares de opuestos o de complementarios (apenas es menester recordar que lo que es oposición en cierto nivel se hace complementarismo en otro, de modo que el mismo simbolismo es igualmente aplicable a uno y otro); a este respecto, pues, se tiene el exacto equivalente del símbolo extremo-oriental del yin-yang (Ver La Grande Triade cap. IV. Hemos tenido oportunidad de leer un artículo donde el autor refería la parte BLANCA al yin y la negra al yang cuando lo cierto es lo contrario, y pretendía apoyar esa opinión errónea en experiencias “radiestésicas”; ¿qué ha de concluirse, sino que en tal caso, el resultado obtenido se debe pura y simplemente al influjo de las ideas preconcebidas del experimentador?). Inclusive puede observarse que la interpenetración e inseparabilidad de los dos aspectos, yin y yang, representados en este último caso por el hecho de que ambas mitades de la figura se hallan delimitadas por una línea sinuosa, lo están también por la disposición en damero de los cuadrados de ambos colores, mientras que otra disposición, por ejemplo la de bandas rectílíneas alternativamente BLANCAs y negras, no daría tan netamente la misma idea, y hasta podría hacer pensar en una pura y simple yuxtaposición (Esta última disposición, empero, ha sido empleada también en ciertos casos; sabido es que se encontraba, particularmente, en el Beaucéant de los Templarios, cuya significación era la misma). SFCS: EL BLANCO Y EL NEGRO

Ahora bien; aparte de la significación a que nos hemos referido hasta ahora, hay además otra de orden más profundo, y esto resulta inmediatamente del doble sentido del color negro, que hemos explicado en otras oportunidades; acabamos de considerar solamente su sentido inferior y cosmológico, pero es menester considerar también su sentido superior y metafísico. Se encuentra un ejemplo particularmente neto en la tradición hindú, donde el iniciando debe sentarse sobre una piel de pelos negros y blancos, que simbolizan respectivamente lo no-manifestado y lo manifestad (Çátapata-Bràhmana, III, 2, I, 5-7. En otro nivel, estos dos colores representan también aquí el Cielo y la Tierra, pero ha de atenderse a que, en razón de la correspondencia de éstos con lo no-manifestado y lo manifestado, respectivamente, entonces el negro se refiere al cielo y el blanco a la tierra, de modo que las relaciones existentes en el caso del yin-yang se encuentran invertidas; ésta no es, por lo demás, sino una aplicación del sentido inverso de la analogía. El iniciado debe tocar el lugar de encuentro de los pelos negros con los blancos, uniendo así los principios complementarios de los que él nacerá como “Hijo del Cielo y de la Tierra” (cf. La Grande Triade, cap. IX)); el hecho de que se trate aquí de un rito esencialmente iniciático justifica suficientemente la conexión con el caso del “piso de mosaico” y la atribución expresa a éste de la misma significación, aun cuando, en el estado de cosas actual, esa significación haya sido por completo olvidada. Se encuentra, pues, un simbolismo equivalente al de Árjuna, el ‘blanco’, y Krshna, el ‘negro’, que constituyen, en el ser, lo mortal y lo inmortal, el “yo” y el “Sí-mismo” (Este simbolismo es también el de los Dioscuros; la relación de éstos con los dos hemisferios o las dos mitades del “Huevo del Mundo” nos trae de nuevo, por otra parte, a la consideración del cielo y de la tierra a que nos hemos referido en la nota anterior (cf. La Grande Triade, cap. V)); y, puesto que estos dos son también los “dos pájaros inseparablemente unidos” de que se habla en las Upánishad, ello evoca además otro símbolo, el del águila bicéfala BLANCA y negra que figura en ciertos altos grados masónicos, nuevo ejemplo que, con tantos otros, muestra una vez más que el lenguaje simbólico tiene carácter verdaderamente univeral. SFCS: EL BLANCO Y EL NEGRO

Para resolver la cuestión del séptimo término que debe realmente agregarse a los seis colores para completar el septenario, es menester que nos refiramos a la representación geométrica de los “siete rayos”, tal como la hemos explicado en otra oportunidad, por las seis direcciones del espacio, que forman la cruz de tres dimensiones, y por el centro mismo de que esas direcciones emanan. Importa señalar ante todo las estrechas similitudes de esta representación con la que acabamos de indicar para los colores: como éstos, las seis direcciones se oponen dos a dos, según tres rectas que, extendiéndose de una a otra parte del centro, corresponden a las tres dimensiones del espacio; y, si se quiere dar una representación plana, evidentemente no se puede sino figurarlas por tres diámetros que forman la rueda de seis rayos (esquema general del “crisma” y de los otros diversos símbolos equivalentes); ahora bien: esos diámetros son los que unen los vértices opuestos de los dos triángulos del “sello de Salomón”, de modo que las dos representaciones en realidad se identifican (Señalemos además que podría considerarse una multitud indefinida de direcciones, haciendo intervenir todas las direcciones intermedias, las cuales corresponden así a los matices intermedios entre los seis colores principales; pero no cabe considerar distintamente sino las seis direcciones “orientadas” que forman el sistema de coordenadas ortogonales al cual todo el espacio está referido y por el cual está en cierto modo “mensurado” íntegramente; a este respecto también, la correspondencia entre las seis direcciones y los seis colores es, pues, perfectamente exacta). Resulta de aquí que el séptimo término deberá desempeñar, con respecto a los seis colores, el mismo papel que el centro con respecto a las seis direcciones; y, en efecto, se situará también en el centro del esquema, es decir, en el punto donde las oposiciones aparentes, que en realidad no son sino complementarismos, se resuelven en la unidad. Esto equivale a decir que ese séptimo término no es un color, así como el centro no es una dirección, pero que, como el centro es el principio de que procede todo el espacio con las seis direcciones, así también dicho término debe ser el principio de que derivan los seis colores y en el cual están sintéticamente contenidos. No puede ser, pues, sino el blanco, que es, efectivamente, “incoloro”, como el punto es “sin dimensiones”; no aparece en el arco iris, así como tampoco el “séptimo rayo” aparece en una representación geométrica; pero todos los colores no son sino el producto de una diferenciación de la luz BLANCA, así como las direcciones del espacio no son sino el desarrollo de las posibilidades contenidas en el punto primordial. SFCS: LOS SIETE RAYOS Y EL ARCO IRIS

El verdadero septenario, pues, está formado aquí por la luz BLANCA y los seis colores en los cuales se diferencia; y va de suyo que el séptimo término es en realidad el primero, puesto que es el principio de todos los demás, los cuales no podrían tener sin él existencia alguna; pero es también el último, en el sentido de que todos retornan finalmente a él: la reunión de todos los colores reconstituye la luz BLANCA que les ha dado nacimiento. Podría decirse que, en un septenario así constituido, uno está en el centro y seis en la circunferencia; en otros términos, tal septenario está formado por la unidad y el senario, correspondiendo la unidad al principio no-manifestado y el senario al conjunto de la manifestación. Podemos establecer una vinculación entre esto y el simbolismo de la “semana” en el Génesis hebreo, pues también aquí el séptimo término es esencialmente diferente de los otros seis: la Creacioón, en efecto, es la “obra de los seis días” y no de los siete; y el séptimo día es el del “reposo”. Este séptimo término, que podría distinguirse como “término sabático”, es verdaderamente también el primero, pues tal “reposo” no es sino el retorno del Principio creador al estado inicial de no-manifestación, estado del cual, por lo demás, no ha salido sino en apariencia, con respecto a la creación y para producirla según el ciclo senario, pero sin salir nunca de él en realidad, considerado en sí mismo. Así como el punto no es afectado por el despliegue del espacio, aunque parezca salir de sí mismo para describir en él las seis direcciones, ni la luz BLANCA lo es por la irradiación del arco iris, aunque parezca dividirse en él para formar los seis colores, del mismo modo el Principio no-manifestado, sin el cual la manifestación no podría ser en modo alguno, aunque parezca actuar y expresarse en la “obra de los seis días” no es empero afectado en absoluto por esa manifestación; y el “séptimo rayo” es la “Vía” por la cual el ser, habiendo recorrido el cielo de la manifestación, retorna a lo no-manifestado y se une efectivamente al Principio, del cual, empero, en la manifestación misma, jamás ha estado separado sino en modo ilusorio. SFCS: LOS SIETE RAYOS Y EL ARCO IRIS