Analogia (RG)

La realización efectiva de los estados múltiples del ser se refiere a la concepción de lo que diferentes doctrinas tradicionales, y concretamente el esoterismo islámico, designan como el “Hombre Universal” [NA: El “Hombre Universal” (en árabe El-Insânul-kâmil) es el Adam Qadmôn de la Qabbalah hebraica; es también el “Rey” (Wang) de la tradición extremo oriental (Tao-te-king, XXV). — Existen, en el esoterismo islámico, un gran número de tratados de diferentes autores sobre El-Insânul-kâmil; aquí solo mencionaremos, como más particularmente importantes desde nuestro punto de vista, los de Mohyiddin ibn Arabi y de Abdul-Karîm El-Jîli.)], concepción que, como lo hemos dicho en otra parte, establece la analogía constitutiva de la manifestación universal y de su modalidad individual humana, o, para emplear el lenguaje del hermetismo occidental del “macrocosmo” y del “microcosmo” [NA: Ya nos hemos explicado en otra parte sobre el empleo que hacemos de estos términos, así como de algunos otros para los cuales estimamos no tener que preocuparnos más del abuso que se ha podido hacer de ellos a veces (El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. II y IV). — Estos términos, de origen griego, tienen también en árabe sus equivalentes exactos (El-Kawnul-kebir y El-Kawnuç-çeghir), términos que se toman en la misma acepción.]. Por lo demás, esta noción puede considerarse a diferentes grados y con extensiones diversas, puesto que la misma analogía permanece válida en todos los casos (Se podría hacer una precisión semejante en lo que concierne a la teoría de los ciclos, que no es en el fondo más que otra expresión de los estados de existencia: todo ciclo secundario reproduce en cierto modo, a una escala menor, fases correspondientes a las del ciclo más extenso al cual está subordinado.): así, ella puede restringirse a la humanidad misma, considerada ya sea en su naturaleza específica, ya sea incluso en su organización social, ya que es sobre esta analogía donde reposa esencialmente, entre otras aplicaciones, la institución de las castas (Cf. el Purusha-Sûkta del Rig-Vêda, X, 90.). A otro grado, ya más extenso, la misma noción puede abarcar el dominio de existencia correspondiente a todo el conjunto de un estado de ser determinado, cualquiera que sea por lo demás ese estado (Sobre este punto, y a propósito del Vaishwânara de la tradición hindú, ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulo XII.); pero esta significación, sobre todo si se trata del estado humano, incluso tomado en el desarrollo integral de todas sus modalidades, o de otro estado individual, no es todavía propiamente más que “cosmológica”, y lo que debemos considerar esencialmente aquí, es una transposición metafísica de la noción del hombre individual, transposición que debe efectuarse en el dominio extraindividual y supraindividual. En este sentido, y si uno se refiere a lo que recordábamos hace un momento, la concepción del “Hombre Universal”, se aplicará primero, y más ordinariamente, al conjunto de los estados de manifestación; pero puede hacérsela todavía más universal, en la plenitud de la verdadera acepción de esta palabra, extendiéndola igualmente a los estados de no manifestación, y por consiguiente a la realización completa y perfecta del ser total, entendiendo éste en el sentido superior que hemos indicado precedentemente, y siempre con la reserva de que el término “ser” mismo ya no puede tomarse entonces más que en una significación puramente analógica. 29 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ II

Es esencial destacar aquí que toda transposición metafísica del género de la que acabamos de hablar debe considerarse como la expresión de una analogía en el sentido propio de esta palabra; y recordaremos, para precisar lo que es menester entender por esto, que toda verdadera analogía debe aplicarse en sentido inverso; es lo que figura el símbolo bien conocido del “sello de Salomón”, formado de la unión de dos triángulos opuestos (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulos I y III.). Así, por ejemplo, del mismo modo que la imagen de un objeto en un espejo está invertida en relación al objeto, lo que es lo primero o lo más grande en el orden principial es, al menos en apariencia, lo último o lo más pequeño en el orden de la manifestación (Hemos mostrado que esto se encuentra expresado muy claramente a la vez en textos sacados, unos de las Upanishads y otros del Evangelio.). Para tomar términos de comparación en el dominio matemático, como lo hemos hecho a este propósito a fin de hacer la cosa más fácilmente comprehensible, es así como el punto geométrico es nulo cuantitativamente y no ocupa ningún espacio, aunque sea (y esto se explicará precisamente más completamente después) el principio por el que es producido el espacio entero, que no es más que el desarrollo o la expansión de sus propias virtualidades. Es así igualmente como la unidad aritmética es el más pequeño de los números si se le considera como situado en su multiplicidad, aunque es el más grande en principio, puesto que los contiene a todos virtualmente y produce toda su serie solo por la repetición indefinida de sí misma. 30 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ II

Hay pues analogía, pero no similitud, entre el hombre individual, ser relativo e incompleto, que se toma aquí como tipo de un cierto modo de existencia, o incluso de toda existencia condicionada, y el ser total, incondicionado y transcendente en relación a todos los modos particulares y determinados de existencia, e incluso en relación a la Existencia pura y simple, ser total que designamos simbólicamente como el “Hombre Universal”. En razón de esta analogía, y para aplicar aquí, siempre a título de ejemplo, lo que acabamos de indicar, se podrá decir que, si el “Hombre Universal” es el principio de toda la manifestación, el hombre individual deberá ser de alguna manera, en su orden, su resultante y como su conclusión; y por eso es por lo que todas las tradiciones concuerdan en considerarle como formado por la síntesis de todos los elementos y de todos los reinos de la naturaleza (Señalamos concretamente, a este respecto, la tradición islámica relativa a la creación de los ángeles y a la del hombre. — No hay que decir que la significación real de estas tradiciones no tiene absolutamente nada de común con ninguna concepción “transformista”, o incluso simplemente “evolucionista”, en el sentido más general de esta palabra, ni con ninguna de las fantasía modernas que se inspiran más o menos directamente en tales concepciones antitradicionales.). Es menester que ello sea así para que la analogía sea exacta, y lo es efectivamente; pero, para justificarla completamente, y con ella la designación misma del “Hombre Universal”, sería menester exponer, sobre el papel cosmogónico que es propio al ser humano, consideraciones que, si quisiéramos darles todo el desarrollo que conllevan, se alejarían mucho del tema que nos proponemos tratar ahora más especialmente, y que quizás encontrarán mejor lugar en alguna otra ocasión. Así pues, por el momento, nos limitaremos a decir que el ser humano tiene, en el dominio de existencia individual que es el suyo, un papel que se puede calificar verdaderamente de “central” en relación a todos los demás seres que se sitúan igualmente en este dominio; este papel hace del hombre la expresión más completa del estado individual considerado, cuyas posibilidades se integran todas, por así decir, en él, al menos bajo una cierta relación, y a condición de tomarle, no en la modalidad corporal solo, sino en el conjunto de todas sus modalidades, con la extensión indefinida de la que son susceptibles (La realización de la individualidad humana integral corresponde al “estado primordial”, del cual ya hemos tenido que hablar frecuentemente, y que es llamado “estado edénico” en la tradición judeocristiana.). Es ahí donde residen las razones más profundas entre todas aquellas sobre las cuales puede basarse la analogía que consideramos; y es esta situación particular la que permite transponer válidamente la noción misma del hombre, más bien que la de todo otro ser manifestado en el mismo estado, para transformarla en la concepción del “Hombre Universal” (Para evitar todo equívoco, recordaremos que siempre tomamos el término “transformación” en un sentido estrictamente etimológico, que es el de “paso más allá de la forma”, y, por consiguiente, más allá de todo lo que pertenece al orden de las existencias individuales.). 31 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ II

Por otra parte, se podría decir también que la integración del estado humano, o de no importa cuál otro estado, representa, en su orden y a su grado, la totalización misma del ser; y esto se traducirá muy claramente en el simbolismo geométrico que vamos a exponer. Si ello es así, es porque se puede encontrar en todas las cosas, concretamente en el hombre individual, e incluso más particularmente todavía en el hombre corporal, la correspondencia y como la figuración del “Hombre Universal”, puesto que cada una de las partes del Universo, ya se trate por lo demás de un mundo o de un ser particular, es por todas partes y siempre, análoga al todo. Así, un filósofo tal como Leibnitz tuvo razón, ciertamente, al admitir que toda “substancia individual” (con las reservas que hemos hecho más atrás sobre el valor de esta expresión) debe contener en sí misma una representación integral del Universo, lo que es una aplicación correcta de la analogía del “macrocosmo” y del “microcosmo” (Ya hemos tenido la ocasión de señalar que Leibnitz, diferente en eso de los demás filósofos modernos, había recibido algunos datos tradicionales, por lo demás bastante elementales e incompletos, y que, a juzgar por el uso que hace de ellos, no parece haber comprendido siempre perfectamente.); pero, al limitarse a la consideración de la “substancia individual” y al querer hacer de ella el ser mismo, un ser completo e incluso cerrado, sin ninguna comunicación real con nada que le rebase, se impidió pasar del sentido de la “amplitud” al de la “exaltación”, y así privó a su teoría de todo alcance metafísico verdadero (Otro defecto capital de la concepción de Leibnitz, defecto que, por lo demás, está quizás ligado más o menos estrechamente a éste, es la introducción del punto de vista moral en consideraciones de orden universal donde no tiene nada que hacer, por el “principio de lo mejor”, principio del que este filósofo ha pretendido hacer la “razón suficiente” de toda existencia. Agregaremos todavía, a este propósito, que la distinción de lo posible y de lo real, tal como Leibnitz quiere establecerla, no podría tener ningún valor metafísico, ya que todo lo que es posible es por eso mismo real según su modo propio.). Nuestra intención no es de ningún modo entrar aquí en el estudio de las concepciones filosóficas, cualesquiera que puedan ser, como tampoco en el de toda otra cosa que dependa igualmente del dominio “profano”; pero esta precisión se nos presentaba naturalmente, como una aplicación casi inmediata de lo que acabamos de decir sobre los dos sentidos según los cuales se efectúa la expansión del ser total. 41 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ III

Volvamos a la doctrina cosmogónica de la Qabbalah, tal como se expone en el Sepher Ietsirah: “Se trata —dice M. Vulliaud— del desarrollo a partir del Pensamiento hasta la modificación del Sonido (La Voz), desde lo impenetrable a lo comprehensible. Se observará que estamos en presencia de una exposición simbólica del misterio que tiene por objeto la génesis universal y que se liga al misterio de la unidad. En otros pasajes, es el del “punto” que se desarrolla por líneas en todos los sentidos (Estas líneas se representan como los “cabellos de Shiva” en la tradición hindú.), y que no deviene comprehensible más que por el “Palacio interior”. Es el del inaprehensible éter (Avir), donde se produce la concentración, de donde emana la luz (Aor)” (La Kabbala judía, tomo I, p. 217.). El punto es efectivamente el símbolo de la unidad; él es el principio de la extensión, que no existe más que por su irradiación (puesto que el “vacío” anterior no es más que pura virtualidad), pero no deviene comprehensible más que situándose en esta extensión, de la que es entonces el centro, así como lo explicaremos más completamente en lo que sigue. La emanación de la luz, que da su realidad a la extensión, “haciendo del vacío algo y de lo que no era lo que es”, es una expansión que sucede a la concentración; son éstas las dos fases de aspiración y de expiración de las que se trata tan frecuentemente en la tradición hindú, y de las que la segunda corresponde a la producción del mundo manifestado; y hay lugar a observar la analogía que existe también, a este respecto, con el movimiento del corazón y la circulación de la sangre en el ser vivo. Pero prosigamos: “La luz (Aor) brotó del misterio del éter (Avir). El punto oculto fue manifestado, es decir, la letra iod” (Ibid., tomo I, p. 217.). Esta letra representa jeroglíficamente el Principio, y se dice que de ella se forman todas las demás letras del alfabeto hebraico, formación que, según el Sepher Ietsirah, simboliza la formación misma del mundo manifestado [NA: La “formación” (Ietsirah) debe entenderse propiamente como la producción de la manifestación en el estado sutil; la manifestación en el estado grosero es llamada Asiah, mientras que, por otra parte, Beriah es la manifestación informal. Ya hemos señalado en otra parte esta exacta correspondencia de los mundos considerados por la Qabbalah con el Tribhuvana de la doctrina hindú (El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulo V).]. Se dice también que el punto primordial incomprehensible, que es el Uno no manifestado, forma tres que representan el Comienzo, el Medio y el Fin [NA: Bajo este aspecto, estos tres puntos pueden asimilarse a los tres elementos del monosílabo Sagrado Aum (Om) en el simbolismo hindú, y también en el antiguo simbolismo Cristiano (ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, capítulo XVI y El Rey del Mundo, capítulo IV).], y que estos tres puntos reunidos constituyen la letra iod, que es así el Uno manifestado (o más exactamente afirmado en tanto que principio de la manifestación universal), o, para hablar el lenguaje teológico, Dios haciéndose “Centro del Mundo” por su Verbo. “Cuando este iod ha sido producido, dice el Sepher Ietsirah, lo que quedó de este misterio o del Avir (el éter) oculto fue Aor (la luz)”; y en efecto, si se quita el iod de la palabra Avir, queda Aor. 53 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ IV

Antes de ir más lejos, a propósito de lo que acaba de decirse, debemos recordar las indicaciones que ya hemos dado sobre la teoría hindú de los tres gunas (Ver Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, pág. 244, ed. francesa, y El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. IV.); nuestra intención no es tratar completamente esta teoría con todas sus aplicaciones, sino presentar únicamente una apercepción de ella en lo que se refiere a nuestro tema. Estos tres gunas son cualidades o atribuciones esenciales, constitutivas y primordiales de los seres considerados en sus diferentes estados de manifestación [NA: Los tres gunas son en efecto inherentes a Prakriti misma, que es la “raíz” (mûla) de la manifestación universal; por lo demás, están en perfecto equilibrio en su indiferenciación primordial, y toda manifestación representa una ruptura de ese equilibrio.]; no son pues estados, sino condiciones generales a las que los seres están sometidos, por las que están ligados de algún modo [NA: En su acepción ordinaria y literal, la palabra guna significa “cuerda”; del mismo modo, los términos bandha y pâsha, que significan propiamente “lazo”, se aplican a todas las condiciones particulares y limitativas de existencia (upâdhis) que definen más especialmente tal o cual estado o modo de la manifestación. Es menester decir, no obstante, que la denominación guna se aplica más particularmente a la cuerda de un arco; así pues, bajo un cierto aspecto al menos, expresaría la idea de “tensión” a grados diversos, de donde, por analogía, la de “cualificación”; pero quizás es menos la idea de “tensión” que la de “tendencia” lo que es menester ver aquí, idea que le está emparentada como las palabras mismas lo indican, y que es la que responde más exactamente a la definición de los tres gunas.], y de las que participan según proporciones indefinidamente variadas, en virtud de las cuales se reparten jerárquicamente en el conjunto de los “tres mundos” (Tribhuvana), es decir, de todos los grados de la Existencia universal. 61 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ V

Debemos considerar ahora, al menos sumariamente, otro aspecto del simbolismo de la cruz, que es quizás el que se conoce más generalmente, aunque, a primera vista al menos, no parece presentar una relación muy directa con todo lo que hemos visto hasta aquí: queremos hablar de la cruz considerada como símbolo de la unión de los complementarios. A este respecto, podemos contentarnos con considerar la cruz, como se hace lo más frecuentemente, bajo su forma de dos dimensiones; por lo demás, para volver de ahí a la forma de tres dimensiones, basta destacar que la recta horizontal única puede tomarse como la proyección del plano horizontal todo entero sobre el plano supuesto vertical en el que se traza la figura. Dicho esto, se considera la línea vertical como representando el principio activo, y la línea horizontal el principio pasivo; estos dos principios se designan también respectivamente, por analogía con el orden humano, como masculino y femenino; si se les toma en su sentido más extenso, es decir, en relación a todo el conjunto de la manifestación universal, son aquellos a los que la doctrina hindú da los nombres de Purusha y de Prakriti (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. IV. 70 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ VI

El centro de la cruz es pues el punto donde se concilian y se resuelven todas las oposiciones; en este punto se establece la síntesis de todos los términos contrarios, que, ciertamente, no son contrarios más que según los puntos de vista exteriores y particulares del conocimiento en modo distintivo. Este punto central corresponde a lo que el esoterismo islámico designa como la “estación divina”, que es “la que reúne los contrastes y las antinomias” (El-maqâmul-ilahî, huwa maqâm ijtimâ ed-diddaîn) [NA: Se alcanza esta “estación”, o este grado de realización efectiva del ser, por El-fanâ, es decir, por la “extinción” del “yo” en el retorno al “estado primordial”; esta “extinción” no carece de analogía, incluso en cuanto al sentido literal del término que la designa, con el Nirvâna de la doctrina hindú. Más allá de El-fanâ, hay todavía Fanâ el-fanâi, es decir, la “extinción de la extinción”, que corresponde del mismo modo al Parinirvâna (ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XIII). En un cierto sentido, el paso de uno de estos grados al otro se refiere a la identificación del centro de un estado del ser con el del Ser total, según lo que se explicará más adelante.]; es lo que la tradición extremo oriental, por su parte, llama el “Invariable Medio” (Tchoung-young), que es el lugar del equilibrio perfecto, representado como el centro de la “rueda cósmica” (Ver El Rey del Mundo, capítulos I y IV, y El esoterismo de Dante, pág. 62, ed. francesa.), y que es también, al mismo tiempo, el punto donde se refleja la “Actividad del Cielo” (El confucionismo desarrolla la aplicación del “Invariable Medio” en el orden social, mientras que su significación puramente metafísica viene dada por el taoísmo. ). Este centro dirige todas las cosas por su “actividad no actuante” (wei wou-wei), que, aunque no manifestada, más bien, porque es no manifestada, es en realidad la plenitud de la actividad, puesto que es la del Principio de donde se derivan todas las actividades particulares; es lo que Lao-tseu expresa en estos términos: “El Principio es siempre no actuante, y sin embargo todo es hecho por él” (Tao-te-king, XXXVII.). 82 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ VII

De las dos representaciones, la que se refiere al Universo puede ser llamada, para simplificar el lenguaje, la representación “macrocósmica”, y la que se refiere a un ser, la representación “microcósmica”. Hemos visto como, en esta última, se traza la cruz de tres dimensiones; será igualmente en la representación “macrocósmica”, si se determinan en ella los elementos correspondientes, es decir, un eje vertical, que será el eje del Universo, y un plano horizontal, que se podrá designar, por analogía, como su ecuador; y debemos hacer observar todavía que cada “macrocosmo” tiene aquí su centro sobre el eje vertical, como lo tenía cada “microcosmo” en la otra representación. 152 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XIII

Por lo que acaba de ser expuesto, se ve la analogía que existe entre el “macrocosmo” y el “microcosmo”, puesto que cada parte del Universo es análoga a las otras partes, y puesto que sus propias partes le son análogas también, ya que todas son análogas al Universo total, así como ya lo hemos dicho precedentemente. Resulta de ello que, si consideramos el “macrocosmo”, cada uno de los dominios definidos que comprende le es análogo; igualmente, si consideramos el “microcosmo”, cada una de sus modalidades le es también análoga. Por eso es por lo que, en particular, la modalidad corporal de la individualidad humana puede tomarse para simbolizar, en sus diversas partes, a esta misma individualidad considerada integralmente (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XII.); pero nos contentaremos con señalar este punto de pasada, ya que pensamos que sería poco útil extendernos aquí sobre las consideraciones de este género, que, desde nuestro punto de vista, no tienen más que una importancia completamente secundaria, y que, por lo demás, bajo la forma en que se presentan más habitualmente, no responden más que a una visión bastante sumaria y más bien superficial de la constitución del ser humano [NA: Se puede decir casi otro tanto de las comparaciones de la sociedad humana con un organismo, comparaciones que, así como lo hemos hecho observar en otra parte a propósito de la institución de las castas, encierran ciertamente una parte de verdad, pero de las que muchos sociólogos hacen un uso inmoderado, y a veces muy poco juicioso (ver Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, pág. 203, ed. francesa).]. En todo caso, cuando se quiere entrar en semejantes consideraciones, y aunque uno se contente con establecer divisiones muy generales en la individualidad, jamás deberá olvidarse que ésta conlleva en realidad una multitud indefinida de modalidades coexistentes, del mismo modo que el organismo corporal mismo se compone de una multitud indefinida de células, de las que cada una tiene también su existencia propia. 153 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XIII

El simbolismo del tejido no se aplica solo a las escrituras tradicionales; se emplea también para representar el mundo, o más exactamente el conjunto de todos los mundos, es decir, de los estados o de los grados, en multitud indefinida, que constituyen la Existencia universal. Así, en las Upanishads, el Supremo Brahma se designa como “Eso sobre lo cual los mundos están tejidos, como urdimbre y trama”, o por otras fórmulas similares [NA: Mundaka Upanishad, 2º Mundaka, Khanda, shruti 5º; Brihad-Aranyaka Upanishad, 3º Adhyâya, 8º Brâhmana, shrutis 7 y 8. — El monje budista Kumârajîva tradujo al chino una obra sánscrita titulada La Red de Brahma (Fan-wang-king), según la cual los mundos están dispuestos como las mayas de una red.]; la urdimbre y la trama tienen, naturalmente, aquí también, las mismas significaciones respectivas que acabamos de definir. Por otra parte, según la doctrina taoísta, todos los seres están sometidos a la alternancia continua de los estados de vida y de muerte (condensación y disipación, vicisitudes del yang y del yin) (Tao-te-king, XVI.); y los comentadores llaman a esta alternancia “el vaivén de la lanzadera sobre el telar del tejer cósmico” (Tchang-houng-yang compara también esta alternancia con la respiración, donde la inspiración activa responde a la vida, y la expiración pasiva responde a la muerte, y donde por lo demás el fin de una es el comienzo de la otra. El mismo comentador se sirve también, como término de comparación, de la revolución lunar, donde la luna llena es la vida, y donde la luna nueva es la muerte, con dos periodos intermediarios de crecimiento y de decrecimiento. En lo que concierne a la respiración, lo que se dice aquí debe relacionarse con las fases de la existencia de un ser comparado con ese mismo que respira; por otra parte, en el orden universal, la expiración corresponde al desarrollo de la manifestación, y la inspiración al retorno a lo no manifestado, así como ya se ha dicho más atrás; según que se consideren las cosas en relación a la manifestación o en relación al Principio, es menester no olvidar hacer la aplicación del “sentido inverso” en la analogía.). 162 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XIV

Para completar nuestra representación, basta considerar ahora simultáneamente, por una parte, este movimiento helicoidal, efectuándose sobre un sistema cilíndrico vertical constituido por una indefinidad de cilindros circulares concéntricos (cuyo radio de base no varía de uno a otro más que una cantidad infinitesimal), y, por otra, el movimiento espiroidal que hemos considerado precedentemente en cada plano horizontal supuesto fijo. A consecuencia de la combinación de estos dos movimientos, la base del sistema vertical no será otra que la espiral horizontal, equivalente al conjunto de una indefinidad de circunferencias concéntricas no cerradas; pero, además, para llevar más lejos la analogía de las consideraciones relativas respectivamente a las extensiones de dos y tres dimensiones, y también para simbolizar mejor la perfecta continuidad de todos los estados de ser entre ellos, será menester considerar la espiral, no en una sola posición, sino en todas las posiciones que puede ocupar alrededor de su centro. Se tendrá así un indefinidad de sistemas verticales tales como el precedente, que tienen el mismo eje, y que se interpenetran todos cuando se les considera como coexistentes, puesto que cada uno de ellos comprende igualmente la totalidad de los puntos de una misma extensión de tres dimensiones, en la cual están todos situados; aquí todavía, no es más que el sistema considerado simultáneamente en todas las posiciones, en multitud indefinida, que puede ocupar al llevar a cabo una rotación completa alrededor del eje vertical. 214 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XIX

Sin embargo, veremos que, en realidad, la analogía así establecida no es todavía completamente suficiente; pero, antes de ir más lejos, haremos destacar que todo lo que acabamos de decir podría aplicarse a la representación “macrocósmica”, tanto como a la representación “microcósmica”. En ese caso, las espiras sucesivas de la espiral indefinida trazada en el plano horizontal, en lugar de representar las diversas modalidades de un estado de ser, representarían los dominios múltiples de un grado de la Existencia universal, mientras que la correspondencia vertical sería la de cada grado de la Existencia, en cada una de las posibilidades determinadas que comprende, con todos los demás grados. Agregamos por lo demás, para no tener que volver sobre ello, que esta concordancia entre las dos representaciones “macrocósmica” y “microcósmica” será igualmente verdadera para todo lo que va a seguir. 215 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XIX

El yin-yang que, en el simbolismo tradicional del extremo oriente, figura “el círculo del destino individual”, es en efecto un círculo, por las razones precedentes. “Es un círculo representativo de una evolución individual o específica (La especie, en efecto, no es un principio transcendente en relación a los individuos que forman parte de ella; en sí misma es del orden de las existencias individuales y no le rebasa; se sitúa pues al mismo nivel en la Existencia universal, y se puede decir que la participación en la especie se efectúa según el sentido horizontal; quizás consagraremos algún día un estudio especial a esta cuestión de las condiciones de la especie.). Y no participa más que por dos dimensiones en el cilindro cíclico universal. No teniendo espesor, no tiene opacidad, y se le representa diáfano y transparente, es decir, que los gráficos de las evoluciones, anteriores y posteriores a su momento (Estas evoluciones son el desarrollo de los demás estados, repartidos así en relación al estado humano; recordamos que, metafísicamente, jamás puede tratarse de “anterioridad” y de “posterioridad” más que en el sentido de un encadenamiento causal y puramente lógico, que no podría excluir la simultaneidad de todas las cosas en el “eterno presente”.), se ven y se imprimen en la mirada a través de él” (Matgioi, La Vía Metafísica, p. 129. — La figura esta dividida en dos partes, una oscura y la otra clara, que corresponden respectivamente a estas evoluciones anteriores y posteriores, puesto que los estados de que se trata, en comparación con el estado humano, pueden considerarse simbólicamente unos como sombríos y los otros como luminosos; al mismo tiempo, la parte oscura es el lado del yin, y la parte clara es el lado del yang, conformemente a la significación original de estos dos términos. Por otra parte, puesto que el yang y el yin son también los dos principios masculino y femenino, se tiene así, desde otro punto de vista, y como lo hemos indicado más atrás, la representación del “Andrógino” primordial cuyas dos mitades están ya diferenciadas sin estar todavía separadas. En fin, en tanto que representativa de las revoluciones cíclicas, cuyas fases están ligadas a la predominancia alternativa del yang y del yin, la misma figura también está en relación con el swastika, así como con el símbolo de la doble espiral al cual hemos hecho alusión precedentemente; pero esto nos llevaría a consideraciones extrañas a nuestro tema.). Pero, bien entendido, “es menester no perder jamás de vista que si, tomado aparte, el yin-yang puede considerarse como un círculo, es, en la sucesión de las modificaciones individuales [NA: Consideradas en tanto que se corresponden (en sucesión lógica) en los diferentes estados del ser, que por lo demás deben considerarse en simultaneidad para que las diferentes espiras de hélice puedan compararse entre ellas.], un elemento de hélice: toda modificación individual es esencialmente un vórtice de tres dimensiones [NA: Es un elemento del vórtice esférico universal que hemos tratado precedentemente; siempre hay analogía y en cierto modo “proporcionalidad” (sin que pueda haber ninguna medida común) entre el todo y cada uno de sus elementos, incluso infinitesimales.]; no hay más que un solo estado humano, y no se vuelve a pasar jamás por el camino ya recorrido” [NA: Matgioi, La Vía Metafísica, pp. 131-132 (nota). — Esto excluye también formalmente la posibilidad de la “reencarnación”. A este respecto, se puede destacar también, que, desde el punto de vista de la representación geométrica, una recta no puede encontrar a un plano más que en un solo punto; esto es así, en particular, en el caso del eje vertical en relación a cada plano horizontal.]. 242 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXII

Antes de ir más lejos, importa observar todavía un punto, a saber: la distancia vertical que separa las extremidades de un ciclo evolutivo cualquiera es constante, lo que, parece, equivaldría a decir que, cualquiera que sea el ciclo que se considere, la “fuerza atractiva de la Divinidad” actúa siempre con la misma intensidad; y ello es efectivamente así al respecto del Infinito: es lo que expresa la ley de la armonía universal, que exige la proporcionalidad en cierto modo matemática de todas las variaciones. Sin embargo, es verdad que podría no ser ya lo mismo en apariencia si uno se colocara en un punto de vista especializado, y si se considerara solamente el recorrido de un cierto ciclo determinado que se quisiera comparar a los demás bajo la relación de que se trata; sería menester entonces poder evaluar, en el caso preciso en el que uno se hubiera colocado (admitiendo que haya lugar efectivamente a colocarse ahí, lo que, en todo caso, está fuera del punto de vista de la metafísica pura), el valor del paso de la hélice; pero, “nosotros no conocemos el valor esencial de este elemento geométrico, porque no tenemos actualmente consciencia de los estados cíclicos por donde pasamos, y porque no podemos medir pues la altura metafísica que nos separa hoy de aquella de la cual salimos” [NA: Matgioi, La Vía Metafísica, pp. 137-138 (nota).]. No tenemos así ningún medio directo para apreciar la medida de la acción de la “Voluntad del Cielo”; “nosotros no la conoceríamos más que por analogía (en virtud de la ley de armonía), si, en nuestro estado actual, teniendo consciencia de nuestro estado precedente, pudiéramos juzgar la cantidad metafísica adquirida (Entiéndase bien que el término de “cantidad”, que justifica aquí el empleo del simbolismo matemático, no debe tomarse más que en un sentido puramente analógico; por lo demás, ocurre lo mismo con la palabra “fuerza” y con todas aquellas que evocan imágenes tomadas del mundo sensible.), y, por consiguiente, medir la fuerza ascensional. No se dice que la cosa sea imposible, ya que es fácilmente comprehensible; pero no lo es para las facultades de la presente humanidad” [NA: Matgioi, La Vía Metafísica, p. 96. — En esta última cita, hemos introducido algunas modificaciones, pero sin alterar su sentido, para aplicar a cada ser lo que se decía del Universo en su conjunto. “El hombre no puede nada sobre su propia vida, porque la ley que rige la vida y la muerte, sus mutaciones, se le escapa; ¿qué puede saber entonces de la ley que rige las grandes mutaciones cósmicas, la evolución universal?” (Tchoang-Tseu, cap. XXV). — En la tradición hindú, los Purânas declaran que no hay medida para los Kalpas anteriores y posteriores, es decir, para los ciclos que se refieren a los otros grados de la Existencia Universal.]. 255 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXIII

Si retomamos ahora el símbolo de la serpiente enrollada alrededor del árbol, del que hemos dicho algunas palabras más atrás, constataremos que esta figura es exactamente la de la hélice trazada alrededor del cilindro vertical de la representación geométrica que hemos estudiado. Puesto que el árbol simboliza el “Eje del Mundo” como lo hemos dicho, la serpiente figurará pues el conjunto de los ciclos de la manifestación universal (Entre esta figura y la del ouroboros, es decir, la serpiente que se muerde la cola, hay la misma relación que entre la hélice completa y la figuración circular del yin-yang, en la que, tomada aparte una de sus espiras, se considera como plana; el ouroboros representa la indefinidad de un ciclo considerado aisladamente, indefinidad que, para el estado humano y en razón de la presencia de la condición temporal, reviste el aspecto de la “perpetuidad”.); y, en efecto, el recorrido de los diferentes estados se representa, en algunas tradiciones, como una migración del ser en el cuerpo de esta serpiente (Este simbolismo se encuentra concretamente en la Pistis Sophia gnóstica, donde el cuerpo de la serpiente está partido según el Zodiaco y sus subdivisiones, lo que nos lleva por lo demás a la figura del ouroboros, ya que, en estas condiciones no puede tratarse más que del recorrido de un solo ciclo, a través de las diversas modalidades de un mismo estado; en este caso, la migración considerada se limita pues, para el ser, a los prolongamientos del estado individual humano.). Como este recorrido puede considerarse según dos sentidos contrarios, ya sea en el sentido ascendente, hacia los estados superiores, ya sea en el sentido descendente, hacia los estados inferiores, los dos aspectos opuestos del simbolismo de la serpiente, benéfico uno y maléfico el otro, se explican así por sí mismos [NA: A veces, el símbolo se desdobla para corresponder a estos dos aspectos, y se tienen entonces dos serpientes enrolladas en sentidos contrarios alrededor de un mismo eje, como en la figura del caduceo. Un equivalente de éste se encuentra en algunas formas del bastón brâhmanico (Brahma-danda), por un doble enrollamiento de líneas puestas respectivamente en relación con los dos sentidos de rotación del swastika. Este simbolismo tiene por lo demás aplicaciones múltiples, que no podemos pensar en desarrollar aquí; una de las más importantes es la que concierne a las corrientes sutiles en el ser humano (ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XX); la analogía del “microcosmo” y del “macrocosmo” es válida también bajo este punto de vista particular.]. 272 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXV

La serpiente se encuentra enrollada, no solo alrededor del árbol, sino también alrededor de diversos otros símbolos del “Eje del Mundo” [NA: Se encuentra concretamente alrededor del omphalos, así como de algunas figuraciones del “Huevo del Mundo” (ver El Rey del Mundo, cap. IX); hemos señalado a este propósito la conexión que existe generalmente entre los símbolos del árbol, de la piedra, del huevo y de la serpiente; esto daría lugar a consideraciones interesantes, pero que nos llevarían demasiado lejos.], y particularmente alrededor de la montaña, como se ve, en la tradición hindú, o en el simbolismo del “batimiento de la mar” (Este relato simbólico se encuentra en el Râmâyana.). Aquí, la serpiente Shêsha o Ananta, que representa la indefinidad de la Existencia universal, está enrollada alrededor del Mêru, que es la “montaña polar” (Ver El Rey del Mundo, cap. IX.), y es tirada en sentidos contrarios por los Dêvas y los Asuras, que corresponden respectivamente a los estados superiores e inferiores en relación al estado humano; se tendrán entonces los dos aspectos benéfico y maléfico, según que se considere la serpiente del lado de los Dêvas o del lado de los Asuras [NA: Se pueden referir también estos dos aspectos a las dos significaciones opuestas que presenta el término Asura mismo según la manera en la que se le descomponga: asu-ra, “que da la vida”; a-sura, “no-luminoso”. Es solo en este último sentido como los Asuras se oponen a los Dêvas, cuyo nombre expresa la luminosidad de las esferas celestes; en el otro sentido, por el contrario, se identifican en realidad a ellos (de donde viene la aplicación que se hace de esta denominación de Asuras, en algunos textos Vêdicos, a Mitra y a Varuna); es menester prestar mucha atención a esta doble significación para resolver las apariencias de contradicciones a las que puede dar nacimiento. — Si se aplica al encadenamiento de los ciclos el simbolismo de la sucesión temporal, se comprende sin esfuerzo por qué se dice que los asuras son anteriores a los Devas. Es al menos curioso destacar que en el simbolismo del Génesis hebraico, la creación de los vegetales antes de la de los astros o “luminarias” puede ser vinculada a esta anterioridad; en efecto, según la tradición hindú, el vegetal procede de la naturaleza de los Asuras, es decir, de los estados inferiores en relación al estado humano, mientras que los cuerpos celestes representan naturalmente los Devas, es decir, los estados superiores. Agregamos también, a este respecto, que el desarrollo de la “esencia vegetativa” en el Edem, es el desarrollo de los gérmenes provenientes del ciclo antecedente, lo que corresponde todavía al mismo simbolismo.]; por otra parte, si se interpreta la significación de éstos en términos de “bien” y de “mal”, se tiene una correspondencia evidente con los dos lados opuestos del “Árbol de la Ciencia” y de los demás símbolos de los que hemos hablado precedentemente (En el simbolismo temporal, se tiene también una analogía con las dos caras de Janus, en tanto que una de éstas se considera como vuelta hacia el porvenir y la otra hacia el pasado. Quizás podremos algún día, en otro estudio, mostrar, de una manera más explícita de lo que hasta aquí hemos podido hacerlo, el lazo profundo que existe entre todos estos símbolos de las diferentes formas tradicionales.). 273 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXV

Hay lugar, en todo esto, a tener en cuenta una ley general y elemental que ya hemos recordado en diversas ocasiones y que jamás se debería perder de vista, aunque algunos parezcan ignorarla casi sistemáticamente: es que, entre el hecho o el objeto sensible (lo que es en el fondo la misma cosa) que se toma como símbolo y la idea o más bien el principio metafísico que se quiere simbolizar en la medida en que puede serlo, la analogía es siempre inversa, lo que es por lo demás el caso de la verdadera analogía (A este propósito, uno podrá remitirse a lo que hemos dicho al comienzo sobre la analogía del hombre individual y del “Hombre Universal”.). Así, en el espacio considerado en su realidad actual, y no ya como símbolo del ser total, ningún punto es ni puede ser centro; todos los puntos pertenecen igualmente al dominio de la manifestación, por el hecho mismo de que pertenecen al espacio, que es una de las posibilidades cuya realización está comprendida en este dominio, que, en su conjunto, no constituye nada más que la circunferencia de la “rueda de las cosas”, o lo que podemos llamar la exterioridad de la Existencia universal. Hablar aquí de “interior” y de “exterior” es todavía, lo mismo que hablar de centro y de circunferencia, un lenguaje simbólico, e incluso de un simbolismo espacial; pero la imposibilidad de prescindir de tales símbolos no prueba otra cosa que esta inevitable imperfección de nuestros medios de expresión que hemos ya señalado más atrás. Si podemos, hasta un cierto punto, comunicar nuestras concepciones a otro, en el mundo manifestado y formal (puesto que se trata de un estado individual restringido, fuera del cual ya no podría tratarse de “otro” hablando propiamente, al menos en el sentido “separativo” que implica esta palabra en el mundo humano), no es evidentemente más que a través de las figuraciones que manifiestan estas concepciones en algunas formas, es decir, por correspondencias y analogías; ese es el principio y la razón de ser de todo simbolismo, y toda expresión, cualquiera que sea su modo, no es en realidad otra cosa que un símbolo (Ver Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, 2ª Parte, cap. VII.). Solamente, “guardémonos bien de confundir la cosa (o la idea) con la forma deteriorada bajo la cual podemos solamente figurarla, y quizás incluso comprenderla (en tanto que individuos humanos); ya que los peores errores metafísicos (o más bien antimetafísicos) han salido de la insuficiente comprehensión y de la mala interpretación de los símbolos. Y recordamos siempre al dios Jano, que es representado con dos caras, y que sin embargo no tiene más que una, que no es ni una ni otra de las que podemos tocar o ver” (Matgioi, La Vía Metafísica, pp. 21-22.). Esta imagen de Jano podría aplicarse muy exactamente a la distinción de lo “interior” y de lo “exterior”, así como a la consideración del pasado y del porvenir; y la cara única, que ningún ser relativo y contingente puede contemplar sin haber salido de su condición limitada, no podría compararse mejor que al tercer ojo de Shiva, que ve todas las cosas en el “eterno presente” (Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XX, y también El Rey del Mundo, capítulo V.). 314 EL SIMBOLISMO DE LA CRUZ XXIX