Entre las figuras que incluyen un número mayor de radios debemos mencionar especialmente las ruedas o “ruedecillas”, que tienen habitualmente seis u ocho (figs. 3 y 4). La “ruedecilla céltica”, que se ha perpetuado a través de casi todo el Medioevo, se presenta en una de esas dos formas; estas mismas figuras, sobre todo la segunda, se encuentran también muy a menudo en los países orientales, particularmente en Caldea y en Asiria, en la India (donde la rueda se llama chakra) y en el Tíbet. Por otra parte, existe estrecho parentesco entre la rueda de seis rayos y el crisma ( (Aquí el autor hacía referencia a su artículo de Reg., noviembre de 1925, sobre “Le Chrisme et le Coeur dans les anciennes marques corporatives” (‘El Crisma y el Corazón en las antiguas marcas corporativas’), texto no incluido en la presente recopilación, pero retomado por el autor en dos artículos de É. T. que forman aquí los caps. L (“Los símbolos de la analogía”) y LXVII (“El ‘cuatro de cifra’”).)), el cual, en suma, no difiere de aquélla sino en el hecho de que la circunferencia a que pertenecen las extremidades de los rayos no está trazada de ordinario; ahora bien: la rueda, en lugar de ser simplemente un signo “solar”, como se enseña comúnmente en nuestra época, es ante todo un símbolo del Mundo, lo que podrá comprenderse sin dificultad. En el lenguaje simbólico de la India, se habla constantemente de la “rueda de las cosas” o de la “rueda de la vida”, lo cual corresponde netamente a esa significación; y también se encuentra la “rueda de la Ley”, expresión que el budismo ha tomado, como tantas otras, de las doctrinas anteriores, y que por lo menos originariamente se refiere sobre todo a las teorías cíclicas. Debe agregarse aún que el ZODÍACO también está representado en forma de una rueda, de doce rayos, naturalmente, y que, por otra parte, el nombre que se le da en sánscrito significa literalmente “rueda de los signos”; se podría también traducirlo por “rueda de los números”, según el sentido primero de la palabra râçi, con que se designan los signos zodiacales (Notemos igualmente que la “rueda de la Fortuna”, en el simbolismo. de la antigüedad occidental, tiene relaciones muy estrechas con la “rueda de la Ley” y también, aunque ello quizá no aparezca tan claro a primera vista, con la rueda zodiacal). 125 SFCS LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS
Desde el punto de vista del simbolismo numérico, ha de notarse aún que el conjunto de los tres cuadrados forma el duodenario. Dispuestos de otro modo (fig. 9), los tres cuadrados, a los cuales se agregan además cuatro líneas en cruz, constituyen la figura en la cual los antiguos astrólogos inscribían el ZODÍACO (Las cuatro rectas en cruz están entonces situadas diagonalmente con respecto a los dos cuadrados extremos, y el espacio comprendido entre éstos, se encuentra dividido en doce triángulos rectángulos iguales); esta figura era considerada, por otra parte, como la de la Jerusalén celeste, con sus doce puertas, tres en cada costado; y existe una relación evidente con la significación que acabamos de indicar para la forma. cuadrada. Sin duda, cabría encarar aún muchas otras relaciones, pero creemos que estas pocas notas, por incompletas que sean, contribuirán ya a aportar alguna luz sobre la misteriosa cuestión del triple recinto druídico ( (Como complemento a este artículo, agregamos aquí la siguiente reseña, publicada por R. Guénon, en V. I., julio de 1929: 158 SFCS EL TRIPLE RECINTO DRUÍDICO
En su conjunto, la figura circular de que se trata es un inmenso ZODÍACO, en el cual el autor quiere ver el prototipo de la “Tabla redonda”; y, en efecto, ésta, en torno de la cual se sientan doce personajes principales, está real y verdaderamente vinculada con una representación del ciclo zodiacal; pero esto no significa en modo alguno que esos personajes no sean sino las constelaciones, interpretación demasiado “naturalista”, pues lo cierto es que las constelaciones mismas no son más que símbolos, y conviene también recordar que esa constitución “zodiacal” se encuentra de modo muy general en los centros espirituales correspondientes a formas tradicionales diversas (Ver Le Roi du Monde, cap. V). Así, nos parece harto dudoso que todas las historias concernientes a los “Caballeros de la Tabla redonda” y la “búsqueda del Graal” puedan no ser nada más que una descripción “dramatizada”, si así puede decirse, de las efigies estelares de Glastonbury y de la topografía de la comarca; pero el que presenten una correspondencia con éstas es algo tanto menos inverosímil cuanto que, en el fondo, está en entera conformidad con las leyes generales del simbolismo; y ni aun habría razón de asombrarse si tal correspondencia fuera lo bastante precisa para verificarse hasta en los detalles secundarios de la leyenda, asunto que, por lo demás, no nos proponemos examinar aquí. 184 SFCS LA TIERRA DEL SOL
Dicho esto, importa destacar que el Zodiaco de Glastonbury presenta ciertas peculiaridades que, desde nuestro punto de vista, podrían considerarse como marcas de su “autenticidad”; en primer lugar, parece por cierto que está ausente el símbolo de Libra o la Balanza. Ahora bien; como lo hemos explicado en otro lugar (Ibid., cap. X), la Balanza celeste no fue siempre zodiacal, sino primeramente polar, pues ese nombre se aplicó primitivamente sea a la Osa Mayor, sea al conjunto de las Osas Mayor y Menor, constelaciones a cuyo simbolismo, por notable coincidencia, está directamente referido el nombre de Arturo. Cabría admitir que dicha figura, en cuyo centro, por lo demás, el Polo está señalado por una cabeza de serpiente manifiestamente referida al “Dragón celeste” (Cf. el Séfer Yetsiráh: “El Dragón está en medio del cielo como un rey en su trono”. La “sabiduría de la serpiente” a que el autor alude a este respecto, podría en cierto sentido identificarse aquí con la de los siete Rshi polares. Es también curioso que el dragón, entre los celtas, sea el símbolo del jefe, y que Arturo sea hijo de Úther Péndragon. (Rshi; cada uno de los antiguos sabios a quienes la tradición hindú atribuye la composición de los himnos védicos, por revelación directa. (N. del T))), deba ser retrotraída a un período anterior a la transferencia de la Balanza al ZODÍACO; y, por otra parte, cosa que importa considerar especialmente, el símbolo de la Balanza polar está en relación con el nombre de Tula originariamente dado al centro hiperbóreo de la tradición primordial, centro del cual el “templo estelar” de que se trata fue sin duda una de las imágenes constituidas, en el curso de los tiempos, como sedes de poderes espirituales emanados o derivados más o menos directamente de esa misma tradición (Esto permite también comprender ciertas relaciones destacadas por el autor entre dicho simbolismo del Polo y el del “Paraíso terrestre”, sobre todo en cuanto a la presencia del árbol y la serpiente; en todo ello, en efecto, se trata siempre de la figuración del centro primordial, y los “tres vértices del triángulo” están también en relación con este simbolismo). 185 SFCS LA TIERRA DEL SOL
Estas consideraciones nos llevan a otras verificaciones quizá más extrañas todavía: una idea aparentemente inexplicable a primera vista es la de referir a los fenicios el origen del ZODÍACO de Glastonbury; verdad es que se acostumbra a atribuir a ese pueblo muchas cosas más o menos hipotéticas, pero la afirmación misma de su existencia en una época tan remota nos parece aún más cuestionable. Solo que debe notarse que los fenicios habitaban la Siria “histórica”; ¿habría sido el nombre del pueblo objeto de la misma transferencia que el del país mismo? Lo que daría lugar a suponerlo por lo menos es su conexión con el simbolismo del Fénix; en efecto, según Josefo, la capital de la Siria primitiva era Heliópolis, la “Ciudad del Sol”, nombre que fue dado más tarde a la ciudad egipcia de On; y a la primera Heliópolis, y no a la de Egipto, debería adjudicarse en realidad el simbolismo cíclico del Fénix y sus renacimientos. Ahora bien, según Diodoro Sículo uno de los hijos de Helios, o del Sol, llamado Actis, fundó la ciudad de Heliópolis; y ocurre que el término Actis existe como nombre de lugar en las cercanías de Glastonbury, y en condiciones que lo ponen precisamente en relación con el Fénix, en el cual se habría transformado, según otras referencias, ese “príncipe de Heliápolis” mismo. Naturalmente, el autor, engañado por las aplicaciones múltiples y sucesivas de los mismos nombres, cree que se trata aquí de la Heliópolis egipcia, como también cree poder hablar literalmente de los fenicios “históricos”, lo cual es en suma tanto más excusable cuanto que los antiguos, en la época “clásica”, incurrían ya harto a menudo en semejantes confusiones; el conocimiento del verdadero origen hiperbóreo de las tradiciones, que dicho autor no parece sospechar, es lo único que puede permitir el restablecimiento del sentido real de todas esas designaciones. 187 SFCS LA TIERRA DEL SOL
En el ZODÍACO de Glastonbury, el signo de Acuario está representado, de modo bastante imprevisto, por un ave en la cual el autor cree, con razón, reconocer al Fénix, portadora de un objeto que no es sino la “copa de inmortalidad”, es decir, el Graal mismo; y la vinculación que a este respecto se ha establecido con el Gáruda hindú es ciertamente exacta (Ver nuestro estudio sobre El lenguaje de los pájaros (cap. VII de esta compilación). El signo de Acuario está representado habitualmente por Ganimedes, del cual es notoria la relación con la “ambrosía” por una parte y por la otra con el águila de Zeus, idéntica a Gáruda). Por otra parte, según la tradición árabe, el Ruj o Fénix no se posa jamás en tierra en otro lugar que la montaña de Qâf, o sea la “montaña polar”; y de esta misma “montaña polar”, designada con otros nombres, proviene en las tradiciones hindú y persa el soma, que se identifica con el ámrta, o “ambrosía”, bebida o alimento de inmortalidad (Ver Le Roi du Monde, cap. V y VI). 188 SFCS LA TIERRA DEL SOL
Otro ejemplo es el de los hebreos, citado por el propio Hocart, aunque la importancia del duodenario parece escapársele: “Los hebreos —dice— (Les Castes, pág. 127)conocían la división social en cuatro sectores; sus doce tribus territoriales estaban repartidas en cuatro grupos de tres tribus, una de ellas principal: Judá acampaba al este, Rubén al sur, Efraím al oeste y Dan al norte. Los Levitas formaban un círculo interior en torno del Tabernáculo, y estaban también divididos en cuatro grupos situados en los cuatro puntos cardinales, con la rama principal al este” (Números, II y III). A decir verdad, aquí no se trata de la organización de una ciudad sino originariamente de un campamento y más tarde de la repartición territorial de todo un país; pero, evidentemente, ello es indiferente para el punto de vista en que aquí nos situamos. La dificultad para establecer una comparación exacta con lo que existe en otra parte proviene de que no parecen haberse asignado nunca funciones sociales definidas a cada tribu, lo que no permite asimilarlas a castas propiamente dichas; empero, al menos en un punto, puede notarse una similitud muy neta con la disposición adoptada en la India, pues la tribu real, la de Judá, se encontraba igualmente situada al este. Por otra parte, hay también una diferencia notable: la tribu sacerdotal, la de Leví, que no se contaba en el número de las doce, no tenía lugar en los lados del cuadrilátero y, consecuentemente, no debía serle asignado luego ningún territorio propio; su situación en el interior del campamento puede explicarse por el hecho de que estaba expresamente destinada al servicio de un santuario único, el Tabernáculo primitivamente, cuya posición normal era el centro. Como quiera que fuere, lo que aquí importa es la comprobación de que las doce tribus estaban repartidas de a tres en los cuatro lados de un cuadrilátero, lados situados respectivamente hacia los cuatro puntos cardinales; y es bastante sabido que había, en efecto, una correspondencia simbólica entre las doce tribus de Israel y los doce signos del ZODÍACO, lo que no deja dudas sobre el carácter y el significado de tal repartición; agregaremos solo que la tribu principal, en cada lado, corresponde manifiestamente a uno de los cuatro signos “cardinales” y las otras dos a los dos signos adyacentes. 199 SFCS EL ZODIACO Y LOS PUNTOS CARDINALES
Si ahora nos remitimos a la descripción apocalíptica de la “Jerusalén celeste”, es fácil ver que su plano reproduce exactamente el del campamento de los hebreos, del que acabamos de hablar; y, a la vez, ese plano es también idéntico a la figura horoscópica cuadrada que mencionábamos antes. La ciudad, que en efecto está construida en cuadrado, tiene doce puertas, sobre las cuales están escritos los nombres de las doce tribus de Israel; y esas puertas se reparten de la misma manera en los cuatro lados: “tres puertas a oriente, tres a septentrión, tres a mediodía y tres a occidente”. Es evidente que las doce puertas corresponden igualmente a los doce signos del Zodiaco, y las cuatro puertas principales, o sea las situadas en el medio de los lados, a los signos solsticiales y equinocciales; y los doce aspectos del Sol referidos a cada uno de los signos, es decir, los doce Aditya de la tradición hindú, aparecen en la forma de los doce frutos del “Árbol de Vida”, que, situado en el centro de la ciudad, “da su fruto cada mes”, o sea precisamente según las posiciones sucesivas del Sol en el Zodiaco en el curso del ciclo anual. Por último, esta ciudad, que “desciende del cielo a la tierra”, representa a las claras, en una de sus significaciones por lo menos, la proyección del “arquetipo” celeste en la constitución de la ciudad terrestre; y creemos que cuanto acabamos de exponer muestra suficientemente que dicho “arquetipo” está simbolizado esencialmente por el ZODÍACO. 200 SFCS EL ZODIACO Y LOS PUNTOS CARDINALES
Además, en virtud de cierto simbolismo astronómico que parece haber sido común a todos los pueblos antiguos, hay también vínculos muy estrechos entre los dos sentidos según los cuales las llaves de Jano eran, sea las de las dos puertas solsticiales, sea las de los “grandes” y los “pequeños misterios” (Debemos recordar, de paso, aunque lo hayamos señalado ya en diversas oportunidades, que Jano tenía además otra función: era el dios de las corporaciones de artesanos o Collegia fabrorum, las cuales celebraban en su honor las dos fiestas solsticiales de invierno y de verano. Ulteriormente, esta costumbre se mantuvo en las corporaciones de constructores; pero, con el cristianismo, esas fiestas solsticiales se identificaron con las de los dos San Juan, el de invierno y el de verano (de donde la expresión “Logia de San Juan”, conservada hasta en la masonería moderna); es éste un ejemplo de la adaptación de los símbolos precristianos, harto a menudo desconocida o mal interpretada por los modernos). El simbolismo al cual aludimos es el del ciclo zodiacal, y no sin razón este ciclo, con sus dos mitades ascendente y descendente, que tienen sus respectivos puntos de partida en los solsticios de invierno y de verano, se encuentra figurado en el portal de tantas iglesias medievales (Esto se vincula manifiestamente con lo que indicábamos en la nota anterior acerca de las tradiciones conservadas por las corporaciones de constructores). Se ve aparecer aquí otra significación de las caras de Jano: él es el “Señor de las dos vías” a las cuales dan acceso las dos puertas solsticiales; esas dos vías, la de izquierda y la de derecha (pues se encuentra aquí ese otro simbolismo que señalábamos antes), representadas por los pitagóricos con la letra Y (Este antiguo símbolo se ha mantenido hasta época bastante reciente: lo hemos encontrado, en particular, en el pie de imprenta de Nicolas du Chemin, diseñado por Jean Cousin, en Le Champ fleuri de Geoffroy Tory (París, 1529), donde se lo designa con, el nombre de “letra pitagórica”; y también en el museo del Louvre, en diversos muebles del Renacimiento), y figuradas también, en forma exotérica, por el mito de Hércules entre la virtud y el vicio. Son las dos mismas vías que la tradición hindú, por su parte, designa como la “vía de los dioses” (deva-yâna) y la “vía de los antepasados” (pitr-yâna); y Ganeça, cuyo simbolismo tiene numerosos puntos de contacto con el de Jano, es igualmente el “Señor de las dos vías”, por consecuencia inmediata de su carácter de “Señor del Conocimiento”, lo que nos remite de nuevo a la idea de la iniciación en los misterios. Por último, esas dos vías son también, en cierto sentido, al igual que las puertas por las cuales se llega a ellas, la de los cielos y la de los infiernos (En los símbolos renacentistas que acabamos de mencionar, las dos vías se designan, en esta relación, como via arcta y via lata: ‘vía estrecha’ y ‘vía ancha’); y se notará que los dos lados a los cuales corresponden, la derecha y la izquierda, son igualmente aquellos en que se distribuyen respectivamente los elegidos y los condenados en las representaciones del Juicio final, lo cual también, por una coincidencia harto significativa, se encuentra con tanta frecuencia en el portal de las iglesias, y no en cualquier otra parte del edificio (A veces parece que lo que está referido a la derecha en ciertos casos lo esté a la izquierda en otros, e inversamente; ocurre, por otra parte, que esta contradicción no sea sino aparente, pues es preciso siempre buscar con respecto a qué se toma la derecha y la izquierda; cuando la contradicción es real, se explica por ciertas concepciones “cíclicas” bastante complejas, que influyen sobre las correspondencias de que se trata. Señalamos esto únicamente con el fin de no disimular una dificultad que debe tenerse en cuenta para interpretar correctamente un número considerable de símbolos (cf. La Grande Triade, cap. VII)). Tales representaciones, así como las del ZODÍACO, expresan, según creemos, algo de absolutamente fundamental en la concepción de los constructores de catedrales, que se proponían dar a sus obras un carácter “pantacular” en el verdadero sentido del término (Debe escribirse “pantáculo” (pantaculum, literalmente ‘pequeño Todo’) y no “pentáculo”, como se hace harto a menudo; este error ortográfico ha hecho creer a algunos que la palabra tenía relación con el número 5 y debía considerarse sinónima de “pentagrama”), es decir, hacer de ellas como una especie de compendio sintético del Universo (Esta concepción, por lo demás, está implicada en cierto modo en el plano mismo de la catedral; pero, por el momento al menos, no podernos emprender la justificación de este aserto, la cual nos llevaría mucho más lejos). 252 SFCS ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DE JANO
Hemos explicado anteriormente que el eje solsticial del ZODÍACO, relativamente vertical con respecto al eje de los equinoccios, debe considerarse como la proyección, en el ciclo solar anual, del eje polar norte-sur; según la correspondencia del simbolismo temporal con el simbolismo espacial de los puntos cardinales, el solsticio de invierno es en cierto modo el polo norte del año y el solsticio de verano su polo sur, mientras que los dos equinoccios, el de primavera y el de otoño, corresponden respectivamente, y de modo análogo, al este y al oeste (En el día, la mitad ascendente es de medianoche a mediodía, la mitad descendente de mediodía a medianoche: medianoche corresponde al invierno y al norte, mediodía al verano y al sur; la mañana corresponde a la primavera y al este (lado de la salida del sol), la tarde al otoño y al oeste (lado de la puesta del sol). Así, las fases del día, como las del mes, pero en escala aún más reducida, representan analógicamente las del año; ocurre lo mismo, de modo más general, para un cielo cualquiera, que, cualquiera fuere su extensión, se divide siempre naturalmente según la misma ley cuaternaria. De acuerdo con el simbolismo cristiano, el nacimiento del Avatâra ocurre no solamente en el solsticio de invierno, sino también a medianoche; está así, pues, en doble correspondencia con la “puerta de los dioses”. Por otra parte, según el simbolismo masónico, el trabajo iniciático se cumple “de mediodía a medianoche”, lo que no es menos exacto si se considera el trabajo como una marcha efectuada de la “puerta de los hombres” a la “puerta de los dioses”; la objeción que se podría estar tentado de hacer, en razón del carácter “descendente” de este período, se resuelve por una aplicación del “sentido inverso” de la analogía, como se verá más adelante). Empero, en el simbolismo védico, la puerta del deva-loka (‘mundo de los dioses’) está situada al noreste, y la del pitr-loka al sudoeste; pero esto debe considerarse solo como una indicación más explícita del sentido en que se efectúa la marcha del ciclo anual. En efecto, conforme a la correspondencia recién mencionada, el período “ascendente” se desarrolla de norte a este y luego de este a sur; análogamente, el período “descendente” se desarrolla de sur a oeste y luego de oeste a norte (Esto está en relación directa con la cuestión del sentido de las “circumambulaciones” rituales en las diferentes formas tradicionales: según la modalidad “solar” del simbolismo, ese sentido es el que indicamos aquí, y la “circumambulación” se cumple teniendo constantemente a la derecha el centro en torno del cual se gira; según la modalidad “polar”, se cumple en sentido opuesto al anterior, o sea teniendo el centro siempre a la izquierda. El primer caso es el de la pradákshinâ, tal como está en uso en las tradiciones hindú y tibetana; el segundo se encuentra particularmente en la tradición islámica; quizá no carezca de interés señalar que el sentido de esas “circumambulaciones”, respectivamente de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, corresponde igualmente a la dirección de la escritura en las lenguas sagradas de dichas formas tradicionales. En la masonería, en su forma actual, el sentido de las “circumambulaciones” es solar; pero parece, al contrario, haber sido “polar” en el antiguo ritual “operativo”, según el cual el “trono de Salomón” estaba además situado a occidente y no a oriente); podría decirse, pues, con mayor precisión aún, que la “puerta de los dioses” está situada al norte y vuelta hacia el este, que se considera siempre como el lado de la luz y de la vida, y que la “puerta de los hombres” está situada al sur y vuelta hacia el oeste, que, análogamente, se considera como el lado de la sombra y la muerte; y así quedan exactamente determinadas las dos vías permanentes, la una clara, la otra oscura, del mundo manifestado; por la una, no hay retorno (de lo no-manifestado a lo manifestado); por la otra, se vuelve atrás (a la manifestación) (Bhágavad-Gitâ, VIII, 26. Puede observarse que la “claridad” y la “oscuridad”, que caracterizan respectivamente a estas dos vías, corresponden exactamente a los dos principios complementarios, yang y yin, de la tradición extremo-oriental). 425 SFCS LAS PUERTAS SOLSTICIALES
Citaremos, acompañándolo de las explicaciones y rectificaciones necesarias, el resumen que da Jérôme Carcopino de las concepciones pitagóricas (La Basilique pythagoricienne de la Porte Majeure. Como no disponemos del volumen, citamos por el artículo publicado anteriormente con el mismo título en la Revue des Deux Mondes número del 15 de noviembre de 1926): “Los pitagóricos —dice— habían construido con toda una teoría sobre las relaciones del ZODÍACO con la migración de las almas. ¿A qué época se remonta? Imposible saberlo. En todo caso, durante el siglo II de nuestra era esa teoría se desarrollaba en los escritos del pitagórico Numenio, que nos son accesibles por un resumen seco y tardío de Proclo en su comentario a la República de Platón y por un análisis, a la vez más amplio y más antiguo, de Porfirio, en los capítulos XXI y XXII del De Antro Nyinpharum”. Hay en esto, señalémoslo al punto, un excelente ejemplo de “historicismo”: la verdad es que no se trata en modo alguno de una teoría “construida” más o menos artificialmente en tal o cual fecha, por los pitagóricos o por otros, al modo de una simple concepción filosófica o individual; se trata de un conocimiento tradicional referente a una realidad de orden iniciático, el cual, en razón de su carácter tradicional mismo, no tiene ni pudo tener origen ninguno cronológicamente asignable. Por supuesto, son éstas consideraciones que pueden escapar a un erudito”; pero, al menos, inclusive un “erudito” puede comprender esto: si la teoría de que se trata hubiera sido “construida por los pitagóricos”, ¿cómo explicar que se la encuentre por doquiera, fuera de todo influjo griego, y especialmente en los textos védicos, que sin duda alguna son muy anteriores al pitagorismo? Inclusive esto, desgraciadamente, puede ser ignorado por el señor Carcopino en cuanto “especialista” de la Antigüedad grecolatina; pero, según lo que él mismo refiere luego, esa concepción se encuentra ya en Homero; por lo tanto, incluso entre los griegos, era ya conocida, no digamos solo antes de Numenio, cosa demasiado evidente, sino inclusive antes de Pitágoras; es una enseñanza tradicional que se ha transmitido de modo continuo a través de los siglos, y poco importa la fecha quizá “tardía” en que ciertos autores, los cuales nada han inventado ni han tenido pretensión de inventar, la hayan formulado por escrito de manera más o menos precisa. 432 SFCS EL SIMBOLISMO DEL ZODIACO ENTRE LOS PITAGORICOS
Volviendo a Kâla, la figuración heterogénea conocida en Java con el nombre de Kâla-mákara, en la cual los rasgos del Mákara se combinan con los del león, tiene también una significación esencialmente solar, y a la vez, por su aspecto de Mákara, se refiere más precisamente al simbolismo de Váruna. En cuanto éste se identifica con Mrtyu o con Yama (Ver “Le ‘trou de l’aiguille’” (aquí, cap. LV: “El ‘ojo de la aguja’”)), el Mákara es el cocodrilo (çiçumâra o çimçumârî) de fauces abiertas que se sostiene “contra la corriente” y representa la vía única por la cual todo ser ha de pasar necesariamente, presentándose así como el “guardián de la Puerta” que aquél debe franquear para liberarse de las condiciones limitativas (simbolizadas también por el pâça de Váruna) que le retienen en el dominio de la existencia contingente y manifestada (Ver “Le passage des eaux” (aquí, cap. LVI: “El paso de las aguas”). Este cocodrilo es el Ammit de los antiguos egipcios, monstruo que aguarda el resultado de la “psicostasis” o “pesada de las almas” para devorar a quienes no hayan pasado satisfactoriamente esta prueba. Es también el mismo cocodrilo que, abiertas las fauces, acecha al “loco” del vigésimo primer arcano del Tarot; el “loco” se interpreta generalmente como la imagen del profano que no sabe de dónde viene ni adónde va, y marcha ciegamente sin conciencia del abismo al cual está a punto de precipitarse). Por otra parte, el Mákara es, en el ZODÍACO hindú, el signo de Capricornio, es decir, la “puerta de los Dioses” (Ver “Quelques aspects du symbolisme du poisson” (aqui, cap. XXII: “Algunos aspectos del simbolismo del pez”). En lugar del aspecto de cocodrilo “devorador”, el Mákara reviste entonces el aspecto del delfín “salvador”); tiene, pues, dos aspectos aparentemente opuestos, “benéfico” y “maléfico”, si se quiere, que corresponden también a la dualidad de Mitra y Váruna (reunidos en pareja indisoluble bajo la forma dual Mitrâvárunau), o a la del “Sol diurno” y el “Sol nocturno”, lo cual equivale a decir que, según el estado al cual ha llegado el ser que se presenta ante él, su boca es para éste la “puerta de la Liberación” o las “fauces de la Muerte” (A la dualidad Mitrâvárunau corresponde, en ciertas tradiciones, la asociación de los símbolos del Amor y la Muerte, que hemos tenido ocasiosn de señalar con respecto a los “Fieles de Amor”. Esa misma dualidad es también, en cierto sentido, la de los “dos hemisferios” a que se refiere en particular el simbolismo de los Dioscuros (ver “La double spirale” (cap. V de La Grande Triade))). 628 SFCS “KÁLA-MUKHA”
Para comprender de qué se trata, es preciso ante todo recordar que, desde el punto de vista tradicional, todo edificio, cualquiera que fuere, se construía siempre según un modelo cósmico; por otra parte, se especifica expresamente que la Logia es una imagen del cosmos, y sin duda es éste el último recuerdo que de aquello ha subsistido hasta hoy en el mundo occidental. Siendo así, el emplazamiento de un edificio debía ser determinado y “encuadrado” por algo que correspondiera de algún modo a lo que podría llamarse el “marco” mismo del cosmos; veremos en seguida lo que éste es, y podemos decir ya que el trazado “materializado” por el cordel representaba, propiamente hablando, su proyección terrestre. Hemos visto ya en otro lugar algo análogo en lo que respecta al plano de las ciudades establecidas según las reglas tradicionales (Ver “Le Zodiaque et les points cardinaux” (aquí, cap. XIII: “El ZODÍACO y los puntos cardinales”)); de hecho, este caso y el de los edificios tomados aisladamente no difieren esencialmente en tal sentido, pues siempre se trata de la imitación de un mismo modelo cósmico. 676 SFCS LA CADENA DE UNION
Lo que hace particularmente neto el sentido del símbolo es esto: mientras que el cordel, en cuanto instrumento, es, naturalmente, una simple línea, la “cadena de unión”, al contrario, tiene nudos de trecho en trecho (Estos nudos se llaman lacs d’amour (‘lazos de amor’); este nombre, así como la forma particular de tales nudos, lleva quizá en cierto sentido la impronta del siglo VXIII, pero puede también que haya en ello un vestigio de algo que se remonta mucho más lejos y que hasta podría vincularse de modo; bastante directo con el simbolismo de los “Fieles de amor”); esos nudos son, o deben ser normalmente, en número de doce (El “Cuadro de la Logia” (Tableau de la Loge), por otra parte de hecho inusitado, que figura encabezando la Maçonnrie occulte de Ragon es manifiestamente incorrecto, tanto por el número de nudos de la “cadena de unión” como por la posición harto extraña y aun inexplicable que se atribuye a los signos zodiacales), y corresponden así, evidentemente, a los signos del ZODÍACO (Algunos piensan que esos doce nudos implican, al menos “idealmente”, la existencia de igual número de columnas, o sea diez además de las dos columnas de Occidente a las que corresponden las extremidades de la “cadena de unión”. Es de notar a este respecto que tal disposición, aunque en forma circular, se encuentra en ciertos monumentos megalíticos cuya relación con el ZODÍACO es no menos evidente). En efecto, el ZODÍACO, en el interior del cual se mueven los planetas, constituye verdaderamente la envoltura del cosmos, es decir, ese “marco” de que hablábamos antes (Remitiremos una vez más, con respecto a la división zodiacal de las ciudades, al estudio al que nos hemos referido (cap. XIII); conviene advertir, en relación con lo que nos queda por decir aquí, que esta división misma asigna sus respectivos lugares a los diferentes elementos cuya reunión constituye la ciudad. Se encuentra también otro ejemplo de “envoltura” zodiacal en el simbolismo extremo-oriental del Ming-tang, con sus doce aberturas, que hemos explicado en otro lugar (La Grande Triade, cap. XVI)), y es evidente que se trata en realidad, según decíamos, de un “marco celeste”. 678 SFCS LA CADENA DE UNION
Ahora bien; hay aún otra cosa no menos importante: entre las funciones de un “marco”, quizá la principal es mantener en su sitio los diversos elementos que contiene o encierra en su interior, de modo de formar con ellos un todo ordenado, lo cual; como se sabe, es la significación etimológica misma de la palabra “cosmos” (Puede decirse que nuestro mundo está “ordenado”, por el conjunto de las determinaciones temporales y espaciales vinculadas con el ZODÍACO, por una parte en virtud de la relación directa de éste con el ciclo anual, y por otra, por su correspondencia con las direcciones del espacio (va de suyo que este último punto de vista está también en estrecha relación con el asunto de la orientación tradicional de los edificios)). Ese marco debe, pues, en cierta manera, “ligar” o “unir” esos elementos entre sí, lo que está formalmente expresado por el nombre de “cadena de unión”, e inclusive de esto resulta, en lo que a ella concierne, su significación más profunda, pues, como todos los símbolos que se presentan en forma de cadena, cuerda o hilo, se refiere en definitiva al sûtrâtmâ. Nos limitaremos a llamar la atención sobre este punto, sin entrar por esta vez en más amplias explicaciones; pronto tendremos ocasión de volver sobre ello, pues ese carácter aparece más claro todavía en el caso de algunos otros “encuadres” simbólicos que examinaremos en seguida. 679 SFCS LA CADENA DE UNION
Al referirnos, con motivo de “la luz y la lluvia” ( (Ver cap. LX)), a las representaciones del sol con rayos alternativamente rectilíneos y ondulados, señalábamos que estas dos clases de rayos se encuentran también, de modo por completo semejante, en ciertas figuraciones simbólicas del corazón; uno de los ejemplos más interesantes que pueden darse es el del corazón figurado en un pequeño bajo relieve de mármol negro, que data al parecer del siglo XVI, proviene de la Cartuja de Saint-Denis d’Orques, y ha sido estudiado por L. Charbonneau-Lassay ( “Le Marbre astronomique de Saint-Denis d’Orques”, en Reg., febrero de 1924 (retomado en Le Bestiaire du Christ, cap. X)). Este corazón irradiante se sitúa en el centro de dos círculos en los que se encuentran, respectivamente, los planetas y los signos del ZODÍACO, lo que lo caracteriza expresamente como “Centro del Mundo”, según la doble relación del simbolismo espacial y del temporal (Hay también, en la misma figuración, otros detalles de gran interés desde el punto de vista simbólico; así, en particular, el corazón lleva una herida o por lo menos lo que presenta la apariencia externa de tal, con la forma de un yod hebreo, lo que se refiere a la vez al “Ojo del corazón” y al “germen” avatárico que reside en el “centro”, ya se entienda a éste en sentido macroscómico (como es manifiestamente el caso aquí), ya en sentido microcósmico (ver Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVIII)); dicha figuración es evidentemente “solar”, pero, por otra parte, el hecho de que el sol, entendido en el sentido “físico”, se encuentre situado en el círculo planetario, como debe estarlo normalmente en el simbolismo astrológico, muestra a las claras que se trata propiamente en ese caso del “Sol espiritual”. 704 SFCS EL CORAZON IRRADIANTE Y EL CORAZÓN EN LLAMAS