lenguaje

Por otra parte, para la gran mayoría, la religión no es sino asunto del sentimiento, sin ningún alcance intelectual; se confunde la religión con una vaga religiosidad, se la reduce a una moral; se disminuye lo más posible el lugar de la doctrina, que es empero lo absolutamente esencial, aquello de lo cual todo el resto no debe lógicamente ser sino consecuencia. En este respecto, el protestantismo, que termina siendo un puro y simple “moralismo”, es muy representativo de las tendencias del espíritu moderno; pero sería gran error creer que el propio catolicismo no esté afectado por las mismas tendencias, no en su principio, ciertamente, pero sí en la manera en que se presenta de ordinario: so pretexto de hacerlo aceptable a la mentalidad actual, se entra en las concesiones más fastidiosas, y se alienta así lo que debería, al contrario, combatirse enérgicamente. No insistiremos sobre la ceguera de quienes, so pretexto de “tolerancia”, se tornan cómplices inconscientes de verdaderas falsificaciones de la religión, cuya intención oculta están lejos de suponer. Señalemos solamente de paso, a este propósito, el abuso deplorable que harto frecuentemente se hace de la palabra “religión” misma: ¿no se emplean a cada momento expresiones como “religión de la patria”, “religión de la ciencia”, “religión del deber”? No son simples negligencias de LENGUAJE: son síntomas de la confusión que reina por doquier en el mundo moderno, pues el LENGUAJE no hace, en suma, sino representar fielmente el estado de las mentes; y tales expresiones son incompatibles con el verdadero sentido religioso. SFCS: LA REFORMA DE LA MENTALIDAD MODERNA

Ante todo, el simbolismo se nos aparece como especialísimamente adaptado a las exigencias de la naturaleza humana, que no es una naturaleza puramente intelectual, sino que ha menester de una base sensible para elevarse hacia las esferas superiores. Es preciso tomar el compuesto humano tal cual es, uno y múltiple a la vez en su complejidad real; esto es lo que hay tendencia a olvidar a menudo, desde que Descartes ha pretendido establecer entre el alma y el cuerpo una separación radical y absoluta. Para una pura inteligencia, sin duda, ninguna forma exterior, ninguna expresión se necesita para comprender la verdad, ni siquiera para comunicar a otras inteligencias puras lo que ha comprendido, en la medida en que ello sea comunicable; pero no ocurre así en el hombre. En el fondo, toda expresión, toda formulación, cualquiera fuere, es un símbolo del pensamiento, al cual traduce exteriormente; en este sentido, el propio LENGUAJE no es otra cosa que un simbolismo. No debe, pues, haber oposición entre el empleo de las palabras y el de los símbolos figurativos; estos dos modos de expresión serían más bien mutuamente complementarios (y de hecho, por lo demás, pueden combinarse, ya que la escritura es primitivamente ideográfica y a veces, inclusive, como en la China, ha conservado siempre ese carácter). De modo general, la forma del LENGUAJE es analítica, “discursiva”, como la razón humana de la cual constituye el instrumento propio y cuyo decurso el LENGUAJE sigue o reproduce lo más exactamente posible; al contrario, el simbolismo propiamente dicho es esencialmente sintético, y por eso mismo “intuitivo” en cierta manera, lo que lo hace más apto que el LENGUAJE para servir de punto de apoyo a la “intuición intelectual”, que está por encima de la razón, y que ha de cuidarse no confundir con esa intuición inferior a la cual apelan diversos filósofos contemporáneos. Por consiguiente, de no contentarse con la comprobación de la diferencia, y de querer hablarse de superioridad, ésta estará, por mucho que algunos pretendan lo contrario, del lado del simbolismo sintético, que abre posibilidades de concepción verdaderamente ilimitadas, mientras que el LENGUAJE, de significaciones más definidas y fijadas, pone siempre al entendimiento límites más o menos estrechos. SFCS: EL VERBO Y EL SIMBOLO

No sin razón han podido recordarse ( (Cf. R. P. Anizan, al comienzo del artículo de Reg., noviembre de 1925)) a propósito del simbolismo las primeras palabras del Evangelio de San Juan: “En el principio era el Verbo”. El Verbo, el Logos, es a la vez Pensamiento y Palabra: en sí, es el Intelecto divino, que es el “lugar de los posibles”; con relación a nosotros, se manifiesta y se expresa por la Creación, en la cual se realizan en existencia actual algunos de esos mismos posibles que, en cuanto esencias, están contenidos en Él de toda eternidad. La Creación es obra del Verbo; es también, por eso mismo, su manifestación, su afirmación exterior; y por eso el mundo es como un LENGUAJE divino para aquellos que saben comprenderlo: Caeli enarrant gloriam Dei (Ps. XIX, 2). El filósofo Berkeley no se equivocaba, pues, cuando decía que el mundo es “el LENGUAJE que el Espíritu infinito habla a los espíritus finitos”; pero erraba al creer que ese LENGUAJE no es sino un conjunto de signos arbitrarios, cuando en realidad nada hay de arbitrario ni aun en el LENGUAJE humano, pues toda significación debe tener en el origen su fundamento en alguna conveniencia o armonía natural entre el signo y la cosa significada. Porque Adán había recibido de Dios el conocimiento de la naturaleza de todos los seres vivientes, pudo darles sus nombres (Génesis, II, 19-20); y todas las tradiciones antiguas concuerdan en enseñar que el verdadero nombre de un ser es uno con su naturaleza o esencia misma. SFCS: EL VERBO Y EL SIMBOLO

El Verbo divino se expresa en la Creación, decíamos, y ello es comparable, analógicamente y salvadas todas las proporciones, al pensamiento que se expresa en formas (no cabe ya aquí distinguir entre el LENGUAJE y los símbolos propiamente dichos) que lo velan y lo manifiestan a la vez. La Revelación primordial, obra del Verbo como la Creación, se incorpora también, por así decirlo, en símbolos que se han transmitido de edad en edad desde los orígenes de la humanidad; y este proceso es además análogo, en su orden al de la Creación misma. Por otra parte, ¿no puede verse, en esta incorporación simbólica de la tradición “no humana”, una suerte de imagen anticipada, de “prefiguración”, de la Encarnación del Verbo? ¿Y ello no permite también percibir, en cierta medida, la misteriosa relación existente entre la Creación y la Encarnación que la corona? SFCS: EL VERBO Y EL SIMBOLO

Agreguemos también que la leyenda asocia al Graal otros objetos, especialmente una lanza, la cual, en la adaptación cristiana, no es sino la lanza del centurión Longino; pero lo más curioso es la preexistencia de esa lanza o de alguno de sus equivalentes como símbolo en cierto modo complementario de la copa en las tradiciones antiguas. Por otra parte, entre los griegos, se consideraba que la lanza de Aquiles curaba las heridas por ella causadas; la leyenda medieval atribuye precisamente la misma virtud a la lanza de la Pasión. Y esto nos recuerda otra similitud del mismo género: en el mito de Adonis (cuyo nombre, por lo demás, significa ‘el Señor’), cuando el héroe es mortalmente herido por el colmillo de un jabalí (colmillo que sustituye aquí a la lanza), su sangre, vertiéndose en tierra, da nacimiento a una flor; pues bien: L. Charbonneau ha señalado en Regnabit (Ver Reg., enero de 1925) “un hierro para hostias, del siglo XII, donde se ve la sangre de las llagas del Crucificado caer en gotitas que se transforman en rosas, y el vitral del. siglo XIII de la catedral de Angers, donde la sangre divina, fluyendo en arroyuelos, se expande también en forma de rosas”. Volveremos en seguida sobre el simbolismo floral, encarado en un aspecto algo diferente; pero, cualquiera sea la multiplicidad de sentidos que todos los símbolos presentan, todo ello se completa y armoniza perfectamente, y tal multiplicidad, lejos de ser un inconveniente o un defecto, es al contrario, para quien sabe comprenderla, una de, las ventajas principales de un LENGUAJE mucho menos estrechamente limitado que el LENGUAJE ordinario. SFCS: EL SAGRADO CORAZON Y LA LEYENDA DEL SANTO GRAAL

El señor Waite parece admitir una suerte de “espiritualización” por la cual un sentido superior hubiese podido venir a injertarse en algo que no lo contenía originariamente; de hecho, lo que ocurre por lo general es más bien lo inverso; y aquello recuerda un poco demasiado las concepciones profanas de los “historiadores de las religiones”. Encontramos, acerca de la alquimia, un ejemplo muy llamativo de esta especie de trastrueque: el señor Waite piensa que la alquimia material ha precedido a la espiritual, y que ésta no ha aparecido sino con Kuhnrath y Jacob Boehme; si conociera ciertos tratados árabes muy anteriores a éstos, se vería obligado, aun ateniéndose a los documentos escritos, a modificar tal opinión; y además, puesto que reconoce que el LENGUAJE empleado es el mismo en ambos casos, podríamos preguntarle cómo puede estar seguro de que en tal o cual texto no se trata sino de operaciones materiales. La verdad es que no siempre los autores han experimentado la necesidad de declarar expresamente que se trataba de otra cosa, la cual, al contrario, debía inclusive ser velada por el simbolismo utilizado; y, si ha ocurrido posteriormente que algunos lo hayan declarado, fue sobre todo frente a degeneraciones debidas a que había ya gentes quienes, ignorantes del valor de los símbolos, tomaban todo a la letra y en un sentido exclusivamente material: eran los “sopladores”, precursores de la química moderna. Pensar que puede darse un sentido nuevo a un símbolo que ya no lo poseyera de por sí es casi negar el simbolismo, pues equivale a hacer de él algo artificial, si no enteramente arbitrario, y, en todo caso, puramente humano; y, en este orden de ideas, el señor Waite llega a decir que cada uno encuentra en un símbolo lo que él mismo pone, de modo que su significación cambiaría con la mentalidad de cada época; reconocemos aquí las teorías “psicológicas” caras a buen número de nuestros contemporáneos; ¿y no teníamos razón al hablar de “evolucionismo”? SFCS: EL SANTO GRAAL

Podemos decir esto: así como todo centro espiritual secundario es como una imagen del Centro supremo y primordial, según lo hemos explicado en nuestro estudio sobre Le Roi du Monde, toda lengua sagrada, o “hierática” si se, quiere, puede considerarse como una imagen o reflejo de la lengua original, que es la lengua sagrada por excelencia; ésta es la “Palabra perdida”, o más bien escondida a los hombres de la “edad oscura”, así como el Centro supremo se ha vuelto para ellos invisible e inaccesible. Pero no se trata de “residuos y deformaciones”; se trata, al contrario, de adaptaciones regulares exigidas por las circunstancias de tiempos y lugares, es decir, en suma, por el hecho de que, según lo que enseña Seyîdî Mohyddìn ibn Arabia al comienzo de la segunda parte de El-Futûhâtu-l-Mekkiyah (‘Las revelaciones de la Meca’), cada profeta o revelador debía forzosamente emplear un LENGUAJE capaz de ser comprendido por aquellos a quienes se dirigía, y por lo tanto más especialmente apropiado a la mentalidad de tal pueblo o de tal época. Tal es la razón de la diversidad misma de las formas tradicionales, y esta diversidad trae aparejada, cómo consecuencia inmediata, la de las lenguas que deben servirles como medios de expresión respectivos; así, pues, todas las lenguas sagradas deben considerarse como verdaderamente obra de “inspirados”, sin lo cual no serían aptas para la función a que están esencialmente destinadas. En lo que respecta a la lengua primitiva, su origen debía ser “no humano”, como el de la tradición primordial misma; y toda lengua sagrada participa aún de ese carácter en cuanto es, por su estructura (el-mabâni) y su significación (el-ma’âni), un reflejo de aquella lengua primitiva. Esto puede, por lo demás, traducirse en diferentes formas, que no todos los casos tienen la misma importancia, pues la cuestión de adaptación interviene también aquí: tal es, por ejemplo, la forma simbólica de los signos empleados por la escritura (Esta forma puede, por lo demás, haber sufrido modificaciones correspondientes a readaptaciones tradicionales ulteriores, como ocurrió con el hebreo después de la cautividad de Babilonia; decimos que se trata de una readaptación, pues es inverosímil que la antigua escritura se haya perdido realmente en un corto periodo de setenta años, y es inclusive asombroso que esto pase generalmente inadvertido. Hechos del mismo género, en épocas más o menos alejadas, han debido producirse igualmente para otras escrituras, en particular para el alfabeto sánscrito y, en cierta medida, para los ideogramas chinos); tal es también, y más en particular para el hebreo y el árabe, la correspondencia de los números con las letras, y por consiguiente con las palabras compuestas por ellas. SFCS: LA CIENCIA DE LAS LETRAS (‘ILMU-L-HURÛF)

Para exponer el principio metafísico de la “ciencia de las letras” (en árabe ‘ilmu-l-hurûf), Seyîdî Mohyiddîn, en El-Futûhâtu-l-Mekkiyah, considera el universo como simbolizado por un libro: es el símbolo, bien conocido, del Liber Mundi de los Rosacruces, así como del Liber Vitae apocalíptico (Hemos tenido ya oportunidad de señalar la relación existente entre este simbolismo del “Libro de Vida” y el del “Árbol de Vida”: las hojas del árbol y los caracteres del libro representan igualmente todos los seres del universo (los “diez mil seres” de la tradición extremo-oriental)). Los caracteres de ese libro son, en principio, escritos todos simultánea e indivisiblemente por la “pluma divina” (el-Qâlamu-l-ilâhi); estas “letras trascendentes”, son las esencias eternas o ideas divinas; y, siendo toda letra a la vez un número, se advertirá el acuerdo de esta enseñanza con la doctrina pitagórica. Esas mismas “letras trascendentes”, que son todas las criaturas, después de haber sido condensadas principialmente en la omnisciencia divina, han descendido, por el soplo divino, a las líneas inferiores, para componer y formar el Universo manifestado. Se impone aquí la comparación con el papel que desempeñan igualmente las letras en la doctrina cosmogónica del Séfer Yetsiráh; la “ciencia de las letras” tiene, por lo demás, una importancia aproximadamente igual en la Cábala hebrea que en el esoterismo islámico (Es preciso además observar que el “Libro del Mundo” es a la vez el “Mensaje divino” (er-Risàlatu-l-ilâhîyah), arquetipo de todos los libros sagrados; las escrituras tradicionales no son sino traducciones de él en LENGUAJE humano. Esto está afirmado expresamente del Veda y del Corán; la idea del “Evangelio eterno” muestra también que esa misma concepción no es enteramente extraña al cristianismo, o que por lo menos no lo ha sido siempre). SFCS: LA CIENCIA DE LAS LETRAS (‘ILMU-L-HURÛF)

A menudo, en diversas tradiciones, se trata acerca de un LENGUAJE misterioso llamado “el LENGUAJE de los pájaros”; designación evidentemente simbólica, pues la importancia misma que se atribuye al conocimiento de ese LENGUAJE, como prerrogativa de una alta iniciación, no permite tomarla literalmente. Así, se lee en el Corán: “Y Salmón fue el heredero de David; y dijo: ¡Oh, hombres!, hemos sido instruidos en el LENGUAJE de los pájaros (‘ullimna mántiqa-t-tayri) y colmados de todo bien…” (XXVII, 15). Por otra parte, se ve a héroes vencedores del dragón, como Sigfrido en la leyenda nórdica, comprender al punto el LENGUAJE de los pájaros; y esto permite interpretar fácilmente el simbolismo de que se trata. En efecto, la victoria sobre el dragón tiene por consecuencia inmediata la conquista de la inmortalidad, figurada por algún objeto al cual aquél impide aproximarse, y esta conquista de la inmortalidad implica esencialmente la reintegración al centro del ser humano, es decir, al punto en que se establece la comunicación con los estados superiores del ser. Esta comunicación es lo representado por la comprensión del LENGUAJE de los pájaros; pues, en efecto, los pájaros se toman con frecuencia como símbolo de los ángeles, es decir, precisamente, de los estados superiores Hemos tenido oportunidad de citar en otro lugar (L’Homme et son devenir selon te Vêdânta, cap. III) la parábola evangélica donde se habla, en este sentido, de “las aves del cielo” que vienen a posarse en las ramas del árbol, ese mismo árbol que representa el eje que pasa por el centro de cada estado del ser y vincula todos los estados entre sí (En el símbolo medieval del Peridexion (corrupción de Paradision) se ve a los pájaros sobre las ramas del árbol y al dragón al pie de él (cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. IX). En un estudio sobre el simbolismo del “ave del paraíso” (Le Rayonnement intellectuel, mayo-junio de 1930), L. Charbonneau-Lassay ha reproducido una escultura en la cual esa ave está figurada con solo una cabeza y alas, forma en la cual se encuentran a menudo representados los ángeles. (Cf. Le Bestiaire du Christ, cap. LVI, pág. 425)). SFCS: EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS

En el texto coránico que hemos reproducido como lema, se considera que el término es-saffât designa literalmente a los pájaros, pero a la vez se aplica simbólicamente a los ángeles (el-malá’-ikah); y así, el primer versículo significa la constitución de las jerarquías celestes o espirituales (La palabra saff, ‘orden, fila’, es de aquellas, por lo demás numerosas, en las cuales algunos han querido encontrar el origen de los términos sûfi y tasáwwuf; aunque esta derivación no parezca aceptable desde el punto de vista lingüístico, no por eso es menos verdadero que, al igual que muchas otras del mismo género, representa una de las ideas realmente contenidas en dichos términos, pues las “jerarquías espirituales” se identifican esencialmente con los grados de iniciación). El segundo versículo expresa la lucha de los ángeles con los demonios, de las potencias celestes contra las potencias infernales, es decir, la oposición entre estados superiores y estados inferiores (Esta oposición se traduce en todo ser por la de las dos tendencias, ascendente y descendente, llamadas sattva y tamas por la doctrina hindú. Es también lo que el mazdeísmo simboliza por el antagonismo de la luz y las tinieblas, personificadas respectivamente en Ormuzd y Ahrimán); es, en la tradición hindú, la lucha de los Deva contra los Asura, y también, según un simbolismo enteramente semejante al que estamos tratando aquí, la lucha del Gáruda contra el Nâga, en el cual encontramos, por lo demás, la serpiente o el dragón de que se ha hablado líneas antes; el Gáruda es el águila, y en otros casos está reemplazado por otras aves, como el ibis, la cigüeña, la garza, todos enemigos y destructores de los reptiles (Véanse, a este respecto, los notables trabajos de L. Charbonneau-Lassay sobre los símbolos animales de Cristo (cf. Le Bestiaire du Christ). Importa notar que la oposición simbólica del ave y la serpiente no se aplica sino cuando esta última está encarada según su aspecto maléfico; al contrario; según su aspecto benéfico, se une a veces al ave, como en la figura del Quetzalcóhuatl de las antiguas tradiciones americanas; por lo demás, también se encuentra en México el combate del águila contra la serpiente. Se puede recordar, para el caso de la asociación de la serpiente y el ave, el texto evangélico: “Sed, pues, prudentes como serpientes y sencillos como palomas” (San Mateo, X, 16)). Por último, en el tercer versículo se ve a los ángeles recitar el dhikr, lo cual, en la interpretación más habitual, se considera que indica la recitación del Corán, no, ciertamente, del Corán expresado en LENGUAJE humano, sino de su prototipo eterno inscripto en la “tabla guardada” (el-lawhu-1-mahfûz), que se extiende de los cielos a la tierra como la escala de Jacob, o sea a través de todos los grados de la Existencia universal (Sobre el simbolismo del Libro, al cual esto se refiere directamente, ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XIV). Análogamente, en la tradición hindú se dice que los Deva, en su lucha contra los Ásura, se protegieron (achhan dayan) por medio de la recitación de himnos del Veda y que por tal razón estos himnos recibieron el nombre de chhanda, palabra que designa propiamente el ‘ritmo’. La misma idea está, por lo demás, contenida en la palabra dhikr, que, en el esoterismo islámico, se aplica a fórmulas ritmadas correspondientes de modo exacto a los mantra hindúes, fórmulas cuya repetición tiene por objeto producir una armonización de los diversos elementos del ser y determinar vibraciones capaces, por su repercusión a través de la serie de estados, en jerarquía indefinida, de abrir una comunicación con los estados superiores, lo cual constituye por otra parte, de modo general, la razón de ser esencial y primordial de todos los ritos. SFCS: EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS

Nos vemos, pues, reconducidos, como se observará, a lo que decíamos al comienzo sobre el “LENGUAJE de los pájaros”, que podemos llamar también “lengua angélica”, y cuya imagen en el mundo humano es el LENGUAJE ritmado, pues sobre la “ciencia del ritmo” que comporta por lo demás múltiples aplicaciones, se basan en definitiva todos los medios que pueden utilizarse para entrar en comunicación con los estados superiores. Por eso una tradición islámica dice que Adán, en el Paraíso terrestre, hablaba en verso, en decir, en LENGUAJE ritmado; se trata de esa “lengua siríaca” (logah sûryâniyah) sobre la cual hemos hablado en nuestro precedente estudio sobre la “ciencia de las letras” ( (Véase supra, cap. VI)), y que debe considerarse como traducción directa de la “iluminación solar” y “angélica” tal como se manifiesta en el centro del estado humano. Por eso también los libros sagrados están escritos en LENGUAJE ritmado, lo cual, como se ve, hace de ellos otra cosa que los simples “poemas” en el sentido puramente profano del término que quiere ver el prejuicio antitradicional de los “críticos” modernos; y, por lo demás, la poesía no era originariamente esa vana “literatura” en que se ha convertido por una degradación cuya explicación ha de buscarse en la marcha descendente del ciclo humano, y tenía un verdadero carácter sagrado (Puede decirse, por otra parte, de manera general, que las artes y las ciencias no se han hecho profanas sino en virtud. de tal degradación, la cual las ha despojado de su carácter tradicional y, por consiguiente, de toda significación de orden superior; nos hemos explicado sobre este asunto en L’Ésotérisme de Dante, cap. II, y en La Crise du monde moderne, cap. IV. (Cf. también La Régne de la quantité et les signes des temps, cap. VIII)). Pueden encontrarse rastros de ello hasta en la antigüedad occidental clásica, en la cual la poesía era llamada aún “lengua de los Dioses”, expresión equivalente a las que hemos indicado, pues los “Dioses”, es decir los Deva (El sánscrito Deva y el latín Deus son una sola y misma palabra) son, como los ángeles, la representación de los estados superiores. En latín, los versos se llamaban carmina, designación referente a su uso en el cumplimiento de los ritos, pues la palabra carmen es idéntica al sánscrito karma, que debe tomarse aquí en su sentido particular de “acción ritual” (La palabra “poesía” deriva también del verbo griego poieîn, el cual tiene la misma significación que la raíz sánscrita kr. de donde proviene Karma, y que se encuentra también en el verbo latino creare entendido en su acepción primitiva; en el origen se trataba, pues, de algo muy distinto que de la simple producción de una obra artística o literaria, en el sentido profano, único que Aristóteles parece haber tenido presente al hablar de lo que él ha llamado “ciencias poéticas”); y el poeta mismo, intérprete de la “lengua sagrada” a través de la cual se transparentaba el Verbo divino, era el vates, palabra que lo caracterizaba como dotado de una inspiración en cierto modo profética. Más tarde, por otra degradación, el vates no fue sino un vulgar “adivino” (La palabra “adivino” misma no está menos desviada de su sentido, pues etimológicamente tiene relación directa con divinus, y significa entonces “intérprete de los dioses”. Los “arúspices” (de aves spicere, ‘observar las aves’) extraían presagios del vuelo y el canto de las aves, lo cual es de relacionar más especialmente con el “LENGUAJE de los pájaros”, entendido aquí en el sentido más material, pero identificado aun así con la “lengua de los dioses”, pues se consideraba que éstos manifestaban su voluntad por medio de tales presagios, y las aves desempeñaban entonces un papel de “mensajeros” análogo al que se atribuye generalmente a los ángeles (de donde su nombre mismo, pues es precisamente el sentido propio de la palabra griega ángelos), bien que tomado en un aspecto muy inferior); y el carmen (de donde la voz francesa charme, ‘encanto’), un “encantamiento”, es decir, una operación de baja magia; es éste otro ejemplo de que la magia, e incluso la hechicería, constituye lo que subsiste como último vestigio de las tradiciones desaparecidas” ( (Sobre este asunto de los orígenes de la magia y de la hechicería. véase infra, cap. XX, “Shet”, último párrafo)). SFCS: EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS

Estas pocas indicaciones bastarán, creemos, para mostrar cuánto se equivocan quienes se burlan de los relatos en que se habla del “LENGUAJE de los pájaros”; es en verdad demasiado fácil y harto simple tratar desdeñosamente de “superstición” todo aquello que no se comprende; pero los antiguos, por su parte, sabían muy bien lo que decían cuando empleaban el LENGUAJE simbólico. La verdadera “superstición”, en el sentido estrictamente etimológico (quod superstat), es lo que se sobrevive a sí mismo, o sea, en una palabra, la “letra muerta”; pero inclusive esta conservación, por poco digna de interés que pueda parecer, no es empero cosa tan desdeñable, pues el espíritu, que “sopla donde quiere” y cuando quiere, puede siempre venir a revivificar los símbolos y los ritos y a restituirles, con el sentido que habían perdido antes, la plenitud de su virtud originaria. SFCS: EL LENGUAJE DE LOS PÁJAROS

Entre las figuras que incluyen un número mayor de radios debemos mencionar especialmente las ruedas o “ruedecillas”, que tienen habitualmente seis u ocho (figs. 3 y 4). La “ruedecilla céltica”, que se ha perpetuado a través de casi todo el Medioevo, se presenta en una de esas dos formas; estas mismas figuras, sobre todo la segunda, se encuentran también muy a menudo en los países orientales, particularmente en Caldea y en Asiria, en la India (donde la rueda se llama chakra) y en el Tíbet. Por otra parte, existe estrecho parentesco entre la rueda de seis rayos y el crisma ( (Aquí el autor hacía referencia a su artículo de Reg., noviembre de 1925, sobre “Le Chrisme et le Coeur dans les anciennes marques corporatives” (‘El Crisma y el Corazón en las antiguas marcas corporativas’), texto no incluido en la presente recopilación, pero retomado por el autor en dos artículos de É. T. que forman aquí los caps. L (“Los símbolos de la analogía”) y LXVII (“El ‘cuatro de cifra’”).)), el cual, en suma, no difiere de aquélla sino en el hecho de que la circunferencia a que pertenecen las extremidades de los rayos no está trazada de ordinario; ahora bien: la rueda, en lugar de ser simplemente un signo “solar”, como se enseña comúnmente en nuestra época, es ante todo un símbolo del Mundo, lo que podrá comprenderse sin dificultad. En el LENGUAJE simbólico de la India, se habla constantemente de la “rueda de las cosas” o de la “rueda de la vida”, lo cual corresponde netamente a esa significación; y también se encuentra la “rueda de la Ley”, expresión que el budismo ha tomado, como tantas otras, de las doctrinas anteriores, y que por lo menos originariamente se refiere sobre todo a las teorías cíclicas. Debe agregarse aún que el Zodíaco también está representado en forma de una rueda, de doce rayos, naturalmente, y que, por otra parte, el nombre que se le da en sánscrito significa literalmente “rueda de los signos”; se podría también traducirlo por “rueda de los números”, según el sentido primero de la palabra râçi, con que se designan los signos zodiacales (Notemos igualmente que la “rueda de la Fortuna”, en el simbolismo. de la antigüedad occidental, tiene relaciones muy estrechas con la “rueda de la Ley” y también, aunque ello quizá no aparezca tan claro a primera vista, con la rueda zodiacal). SFCS: LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS

Cuando la flor se considera como representación del desarrollo de la manifestación, hay también equivalencia entre ella y otros símbolos, entre los cuales ha de destacarse muy especialmente el de la rueda, que se encuentra prácticamente en todas partes, con número de rayos variables según las figuraciones, pero siempre con un valor simbólico particular de por sí. Los tipos más habituales son las ruedas de seis y de ocho rayos; la “ruedecilla” céltica, que se ha perpetuado, a través de casi todo el Medioevo occidental, se presenta en una u otra de estas formas; las mismas figuras, y sobre todo la segunda, se encuentran con gran frecuencia en los países orientales, particularmente en Caldea y Asiria, en la India y en Tíbet. Ahora bien; la rueda es siempre, ante todo, un símbolo del Mundo; en el LENGUAJE simbólico de la tradición hindú, se habla constantemente de la “rueda de las cosas” o de la “rueda de la vida”, lo que corresponde netamente a dicha significación; y las alusiones a la “rueda cósmica” no son menos frecuentes en la tradición extremo-oriental. Esto basta para establecer el estrecho parentesco de tales figuras con las flores simbólicas, cuyo abrirse es igualmente, además, una irradiación en torno del centro, ya que ellas son también figuras “centradas”; y sabido es que en la tradición hindú el Mundo se representa a veces en forma de un loto en cuyo centro se eleva el Meru, la “montaña polar”. Hay, por otra parte, correspondencias manifiestas, que refuerzan aún esa equivalencia, entre el número de pétalos de algunas de esas flores y el de los rayos de la rueda: así, el lirio tiene seis pétalos y el loto, en las representaciones de tipo más común, ocho, de modo que corresponden respectivamente a las ruedas de seis y de ocho rayos a que acabamos de referirnos (Hemos registrado, como ejemplo muy neto de tal equivalencia en el Medioevo, la rueda de ocho rayos y una flor de ocho pétalos figuradas una frente a otra en una misma piedra esculpida, encastrada en la fachada de la antigua iglesia de Saint-Mexme de Chinon, que data muy probablemente de la época carolingia. La rueda, además, se encuentra muy a menudo figurada en las iglesias románicas, y la misma roseta gótica, cuyo nombre la asimila a los símbolos florales, parece derivada de aquélla, de suerte que se vincularía así, por una filiación ininterrumpida, con la antigua “ruedecilla” céltica). En cuanto a la rosa, se la figura con número de pétalos variable; haremos notar solamente a este respecto que, de modo general, los números cinco y seis se refieren respectivamente al “microcosmo” y al “macrocosmo”; además, en el simbolismo alquímico, la rosa de cinco pétalos, situada en el centro de la cruz que representa el cuaternio de los elementos, es también, como lo hemos señalado en otro estudio, el símbolo de la “quintaesencia”, la cual, por lo demás, desempeña con respecto a la manifestación corporal un papel análogo al de Prákrti ( “La Théorie hindoue des cinq éléments” (É. T., agosto-septiembre de 1935)). Por último, mencionaremos aún el parentesco de las flores de seis pétalos y de la rueda de seis rayos con algunos otros símbolos no menos difundidos, tales como el del “crisma”, sobre el cual nos proponernos volver en otra oportunidad (L. Charbonneau-Lassay ha señalado la asociación entre la rosa y el crisma (Reg., número de marzo de 1926) en una figura de ese tipo que ha reproducido según un ladrillo merovingio; la rosa central tiene seis pétalos, orientados según las ramas del crisma; además, éste se halla encerrado en un círculo, lo cual muestra del modo más neto posible su identidad con la rueda de seis rayos. (Sobre este punto de simbólica, véase también cap. VIII: “La idea del Centro en las tradiciones antiguas”, L: “Los símbolos de la analogía”, y LXVII: “El ‘cuatro de cifra’”)). Por esta vez, nos bastará haber mostrado las dos similitudes más importantes de los símbolos florales: con la copa en cuanto se refieren a Prákrti, y con la rueda en cuanto se refieren a la manifestación cósmica; por otra parte, la relación entre estas dos significaciones es en suma una relación de principio a consecuencia, ya que Prákrti es la raíz misma de toda manifestación. SFCS: LAS FLORES SIMBOLICAS

Es evidente que el papel de defensor es, para hablar el LENGUAJE de la tradición hindú, una función de kshátriya; y, precisamente, toda iniciación “caballeresca” está esencialmente adaptada a la naturaleza propia de los hombres que pertenecen a la casta guerrera, o sea la de los kshátriya. De ahí provienen los caracteres especiales de esta iniciación, el simbolismo particular de que hace uso, y especialmente la intervención de un elemento afectivo, designado muy explícitamente por el término “Amor”; nos hemos explicado suficientemente sobre este asunto para que sea innecesario detenernos más en él (Ver “Le Langage secret de Dante et des ‘Fidéles d’Amour’”, en V. I., febrero de 1929). Pero, en el caso de los Templarios, hay algo más que tomar en cuenta: aunque su iniciación haya sido esencialmente “caballeresca”, como convenía a su naturaleza y función, tenían un doble carácter, a la vez militar y religioso; y así debía ser si pertenecían, como tenemos buenas razones para creerlo, a los “guardianes” del Centro supremo, donde la autoridad espiritual y el poder temporal se reúnen en su principio común, y que comunica la marca de esta reunión a todo cuanto le está directamente vinculado. En el mundo occidental, donde lo espiritual toma la forma específicamente religiosa, los verdaderos “Guardianes de la Tierra Santa”, en tanto que tuvieron una existencia en cierto modo “oficial”, debían ser caballeros, pero caballeros que fuesen monjes a la vez; y, en efecto, eso precisamente fueron los Templarios. SFCS: LOS GUARDIANES DE TIERRA SANTA

En el Zodíaco de Glastonbury, el signo de Acuario está representado, de modo bastante imprevisto, por un ave en la cual el autor cree, con razón, reconocer al Fénix, portadora de un objeto que no es sino la “copa de inmortalidad”, es decir, el Graal mismo; y la vinculación que a este respecto se ha establecido con el Gáruda hindú es ciertamente exacta (Ver nuestro estudio sobre El LENGUAJE de los pájaros (cap. VII de esta compilación). El signo de Acuario está representado habitualmente por Ganimedes, del cual es notoria la relación con la “ambrosía” por una parte y por la otra con el águila de Zeus, idéntica a Gáruda). Por otra parte, según la tradición árabe, el Ruj o Fénix no se posa jamás en tierra en otro lugar que la montaña de Qâf, o sea la “montaña polar”; y de esta misma “montaña polar”, designada con otros nombres, proviene en las tradiciones hindú y persa el soma, que se identifica con el ámrta, o “ambrosía”, bebida o alimento de inmortalidad (Ver Le Roi du Monde, cap. V y VI). SFCS: LA TIERRA DEL SOL

Como quiera que fuere, en tanto que Jano era considerado dios de la iniciación, sus dos llaves, una de oro y otra de plata, eran las de los “grandes misterios” y los “pequeños misterios” respectivamente; para utilizar otro LENGUAJE, equivalente, la llave de plata es la del “Paraíso terrestre”, y la de oro, la del “Paraíso celeste”. Esas mismas llaves eran uno de los atributos del pontificado supremo, al cual estaba esencialmente vinculada la función de “hierofante”; como la barca, que era también un símbolo de Jano (Esta barca de Jano podía navegar en los dos sentidos, hacia adelante o, hacia atrás, en correspondencia con los dos rostros de Jano mismo), han permanecido entre los principales emblemas del Papado; y las palabras evangélicas relativas al “poder de las llaves” están en perfecto acuerdo con las tradiciones antiguas, emanadas todas de la gran tradición primordial. Por otra parte, existe una relación bastante directa entre el sentido que acabamos de indicar y aquel según el cual la llave de oro representa el poder espiritual y la de plata el poder temporal (estando entonces esta última reemplazada a veces por el cetro, según habíamos visto) (El cetro y la llave están, por otra parte, en relaciones simbólicas con el “Eje del Mundo”): Dante, en efecto, asigna por funciones al Emperador y al Papa conducir la humanidad hacia el “Paraíso terrestre” y el “Paraíso celeste”, respectivamente (De Monarchia, III, 16. Damos la explicación de este pasaje de Dante en Autorité spirituelle et Pouvoir temporel). SFCS: ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DE JANO

Para completar estas observaciones, agregaremos aún que la figura del Ea babilonio, el “Señor del Abismo” representado como un ser mitad cabra y mitad pez (Además, Ea tiene ante sí, como el escarabajo egipcio, una bola que representa el “Huevo del Mundo”), es idéntica a la del Capricornio zodiacal, de la cual quizá ha sido incluso el prototipo; y es importante recordar, a este respecto, que el signo de Capricornio corresponde en el ciclo anual al solsticio de invierno. El Mâkara, que en el zodíaco hindú tiene el lugar de Capricornio, no deja de presentar cierta similitud con el delfín; la oposición simbólica existente entre éste y el pulpo debe, pues, reducirse a la de los dos signos solsticiales de Capricornio y Cáncer (este último, en la India, está representado por el cangrejo), o a la de la Ianua Caeli y la Ianua Inferni (El papel del delfín como conductor de las almas bienaventuradas hacia las “Islas Afortunadas” se refiere también, evidentemente, a la Ianua Caeli); y esto explica también que los dos animales hayan sido asociados en ciertos casos, por ejemplo bajo el trípode de Delfos y bajo los pies de los corceles del carro solar, como indicando los dos puntos extremos tocados por el Sol en su curso anual. Importa no cometer aquí una confusión con otro signo zodiacal, el de los Peces, cuyo simbolismo es diferente y debe ser referido exclusivamente al del pez común, encarado en particular en su relación con la idea de “principio de vida” y de “fecundidad” (entendida sobre todo en el sentido espiritual, como la “posteridad” en el LENGUAJE tradicional de Extremo Oriente); son éstos otros aspectos, que pueden por lo demás ser igualmente referidos al Verbo, pero que no por eso deben ser menos netamente distinguidos de aquellos que lo hacen aparecer, según hemos visto, bajo sus dos atributos de “Revelador” y “Salvador”. SFCS: ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DEL PEZ

Para volver al rayo, se lo considera, según lo hemos indicado ya (Ver “Les pierres de foudre” (aquí cap. XXV; “Las ‘piedras del rayo’”)), como representante de un doble poder, de producción y destrucción; puede decirse, si se quiere, poder de vida y muerte, pero, si se lo entendiera solo en el sentido literal, no sería sino una aplicación particular de aquello de que en realidad se trata (En conexión con la observación antes formulada acerca de las armas respectivas de Apolo e Indra, haremos notar que, como el rayo, el rayo solar también se considera vivificador o aniquilador, según los casos. Recordaremos además que la lanza de la leyenda del Graal, como la lanza de Aquiles, con la cual la hemos relacionado ya a este respecto, tenía el doble poder de infligir heridas y de curarlas). De hecho, es la fuerza que produce todas las “condensaciones” y “disipaciones”, que son referidas por la tradición extremo-oriental a la acción alterna de los dos principios complementarios, yin y yang, y que corresponden igualmente a las dos fases de “expir” y “aspir” universales ( (Ver también La Grande Triade, cap. VI)); es lo que la doctrina hermética, por su parte, llama “coagulación” y “solución” respectivamente (Es también lo que el LENGUAJE. de los antiguos filósofos griegos designaba con los términos de “generación” y “corrupción” (ibid)) y la doble acción de esa fuerza está simbolizada por los dos extremos opuestos del vajra en cuanto arma “fulgurante”, mientras que el diamante representa a las claras su esencia única e indivisible. SFCS: LAS ARMAS SIMBÓLICAS

Hemos de ver ahora algo mucho más extraordinario todavía: el señor Carcopino continúa, diciendo que “es difícil, en ausencia del original, extraer de esas alusiones divergentes” – pero que, debemos agregar por nuestra parte, no son divergentes sino en el pensamiento de este autor – “la verdadera doctrina de Numenio”, la cual, como hemos visto, no es en absoluto su doctrina propia, sino solamente la enseñanza repetida por él, y esto es, por otra parte, más importante y digno de interés; “pero del contexto de Porfirio resulta que, incluso expuesta en su forma más elástica” – como si pudiese haber “elasticidad” en una cuestión perteneciente a un conocimiento exacto -, “estaría en contradicción con las de algunos de sus predecesores, y en especial con el sistema que los pitagóricos más antiguos habían fundamentado en su interpretación de los versos de la Odisea donde Homero describe la gruta de Ítaca”, es decir, ese “antro de las Ninfas”, que no es sino una de las figuraciones de la “caverna cósmica” a que nos hemos referido con anterioridad. “Homero, señala Porfirio, no se ha limitado a decir que esa gruta tenía dos puertas. Ha especificado que una estaba vuelta hacia el lado del norte y la otra, más divina, hacia el lado del mediodía, y que se descendía por la puerta del norte. Pero no ha indicado si por la puerta de mediodía se podía descender. Dice solamente: es la entrada de los dioses. Jamás el hombre toma el camino de los inmortales”. Suponemos que éste ha de ser el texto mismo de Porfirio, y no vemos en él la contradicción anunciada; pero he aquí ahora el comentario del señor Carcopino: “En términos de esta exégesis, se perciben, en ese compendio del universo que es el antro de las Ninfas, las dos puertas que se yerguen hacia los cielos y por las cuales pasan las almas, y, a la inversa del LENGUAJE que Proclo atribuye a Numenio, la del norte, Capricornio, fue reservada originariamente a la salida de las almas, y la del mediodía, Cáncer, por consiguiente, es la que se asignó al retorno de las almas a Dios.” SFCS: EL SIMBOLISMO DEL ZODIACO ENTRE LOS PITAGORICOS

En un artículo que ya hemos señalado ( “Eckstein”, en la revista Speculum, número de enero de 1939 (reseña de R. Guénon en É. T., mayo de 1939)), Ananda Coomaraswamy destaca que la intención del texto de San Pablo es evidentemente representar a Cristo como el único principio del cual depende todo el edificio de la Iglesia, y agrega que “el principio de una cosa no es ni una de sus partes entre las otras ni la totalidad de sus partes, sino aquello en que todas las partes se reducen a una unidad sin composición”. La “piedra fundamental” (foundation-stone) puede ser llamada adecuadamente, en cierto sentido, una “piedra de ángulo” (corner-stone), según se lo hace habitualmente, puesto que está situada en un ángulo o en una esquina (corner) del edificio (En este estudio nos veremos obligados a referirnos a menudo a los términos “técnicos” ingleses, porque, pertenecientes primitivamente al LENGUAJE de la antigua masonería operativa, han sido conservados en su mayoría en los rituales de la Royal Arch Masonry y de los grados accesorios vinculados con ella, rituales de los que no existe equivalente en nuestra lengua; y se verá que algunos de esos términos son de traducción muy difícil); pero no es única como tal, pues el edificio tiene necesariamente cuatro ángulos; y, aun si se quiere hablar más particularmente de la “primera piedra”, ésta no difiere en nada de las piedras de base de los demás ángulos, salvo por su situación (Según el ritual operativo, esta “primera piedra” es, según lo hemos dicho, la del ángulo nordeste; las piedras de los demás ángulos se colocan posterior y sucesivamente según el sentido del curso aparente del sol, es decir, en el sudeste, sudoeste, noroeste), y no se distingue ni por su función ni por su forma, puesto que no es, en suma, sino uno de cuatro soportes iguales entre sí; podría decirse que una cualquiera de las cuatro corner-stones “refleja” en cierto modo el principio dominante del edificio, pero no podría de ninguna manera ser considerada este principio mismo (Esta “reflexión” está evidentemente relacionada de modo directo con la sustitución mencionada antes). Por otra parte, si realmente de esto se tratara, ni siquiera podría hablarse lógicamente de “la piedra angular”, pues, de hecho, habría cuatro; aquélla, pues, debe ser algo esencialmente diferente de la corner-stone entendida en el sentido corriente de “piedra fundamental”, y ambas tienen en común solamente el carácter de pertenecer al mismo simbolismo “¿constructivo”. SFCS: LA “PIEDRA ANGULAR”

Encontramos otras indicaciones interesantes en las significaciones de la palabra árabe rukn, ‘ángulo’, ‘esquina’; esa palabra, como designa las extremidades de una cosa, es decir, sus partes más retiradas y, por consiguiente, más escondidas (recondita et abscondita, podría decirse en latín), toma a veces un sentido de ‘secreto’ o ‘misterio’; y, a este respecto, su plural arkàn es de vincular con el latín arcanum, que tiene igualmente el mismo sentido, y con el cual presenta una similitud notable; por lo demás, en el LENGUAJE de los hermetistas por lo menos, el empleo del término “arcano” ha sido influido ciertamente de modo directo por esa palabra árabe (Podría resultar de interés investigar si puede existir un parentesco etimológico real entre la palabra árabe y la latina, incluso en el uso antiguo de esta última (por ejemplo, en la disciplina arcani de los cristianos de los primeros tiempos), o si se trata solo de una “convergencia” producida solo ulteriormente, entre los hermetistas medievales). Además, rukn significa también ‘base’ o ‘fundamento’, lo que nos reconduce a la corner-stone entendida como la “piedra fundamental”; en la terminología alquímica, el-arkàn, cuando esta designación se emplea sin precisar más, son los cuatro elementos, es decir, las “bases” sustanciales de nuestro mundo, asimilados así a las piedras de base de los cuatro ángulos de un edificio, pues sobre ellos se construye en cierto modo todo el mundo corpóreo (representado también por la forma cuadrada) (Esta asimilación de los elementos a los cuatro ángulos de un cuadrado está también en relación, naturalmente, con la correspondencia que existe entre esos elementos y los puntos cardinales); y por aquí llegamos también directamente al simbolismo que ahora nos ocupa. En efecto, no hay solamente esos cuatro arkàn o elementos “básicos”, sino además un quinto rukn, el quinto elemento o “quintaesencia” (es decir el éter, el-athîr); éste no está en el mismo “plano” que los otros, pues no es simplemente una base, como ellos, sino el principio mismo de este mundo (Estaría en el mismo plano (en su punto central) si este plano se tomara como representación de un estado de existencia íntegro; pero no siempre es el caso aquí, pues el edificio total es una imagen del mundo. Observemos, a este respecto, que la proyección horizontal de la pirámide a que nos referíamos más arriba está constituida por el cuadrado de la base con sus diagonales, y las aristas laterales se proyectan según las diagonales y el vértice en el punto de encuentro de estos elementos, o sea en el centro mismo del cuadrado); será representado, pues, por el quinto “ángulo” del edificio, que es su sumidad; y a este “quinto”, que es en realidad el “primero”, conviene, propiamente la designación de ángulo supremo, de ángulo por excelencia o “ángulo de los ángulos” (rukn el-arkàn), puesto que en él la multiplicidael de los demás ángulos se reduce a la unidad (En el sentido de “misterio”, que hemos indicado, rukn el-arkàn equivale a sirr el-asrâr (‘misterio de los misterios’, ‘misterio supremo’), representado, según lo hemos explicado en otra oportunidad, por el extremo superior de la letra álif; como el álif mismo figura el “Eje del Mundo”, esto, según se verá en seguida, corresponde con toda exactitud a la posición de la keystone). Puede observarse aún que la figura geométrica obtenida reuniendo esos cinco ángulos es la de una pirámide de base cuadrangular: las aristas laterales de la pirámide emanan de su vértice como otros tantos rayos, así como los cuatro elementos ordinarios, que están representados por los extremos inferiores de esas aristas, proceden del quinto y son producidos por él; y también en el sentido de las aristas, que intencionalmente hemos asimilado a rayos por esta razón (y también en virtud del carácter “solar” del punto de que parten, según lo que hemos dicho respecto del “ojo” del domo), la “piedra angular” de la sumidad se “refleja” en cada una de las “piedras fundamentales” de los cuatro ángulos de la base. Por último, en lo que acabamos de decir está la indicación bien neta de una correlación entre el simbolismo alquímico y el simbolismo arquitectónico, lo que se explica por su común carácter “cosmológico”, es también éste un punto importante, sobre el cual hemos de volver con motivo de otras relaciones del mismo orden. SFCS: LA “PIEDRA ANGULAR”

Hay más aún: el diamante se considera como la “piedra preciosa” por excelencia; y esta “piedra preciosa” es también, como tal, un símbolo de Cristo, que se encuentra aquí identificado a su otro símbolo, la “piedra angular”; o, si se prefiere, ambos símbolos están así reunidos en uno. Podría decirse entonces que esa piedra, en cuanto representa un “acabamiento” o un “cumplimiento” (Desde el punto de vista “constructivo”, es la “perfección” de la realización del plan del arquitecto; desde el punto de vista alquímico, es la “perfección” o fin último de la “Gran Obra”; hay exacta correspondencia entre uno y otro), es, en el LENGUAJE de la tradición hindú, un chintàmani, lo que equivale a la expresión alquímica de Occidente “piedra filosofal” (El diamante entre las piedras y el oro entre los metales son lo más precioso, y tienen además un carácter “luminoso” y “solar”; pero el diamante, al igual que la “piedra filosofal”, a la cual se asimila aquí, se considera como más precioso aún que el oro); y es muy significativo a este respecto que los hermetistas cristianos hablen a menudo de Cristo como la verdadera “piedra filosofal”, no menos que como la “piedra angular” (El simbolismo de la “piedra angular” se encuentra expresamente mencionado, por ejemplo, en diversos pasajes de las obras herméticas de Robert Fludd, citados por A. E. Waite, The Secret Tradition in Freemasonry, pp. 27-28; por otra parte, debe señalarse que tales pasajes contienen esa confusión con la “piedra fundamental” de que hablábamos al principio, lo que el autor que los cita dice por su cuenta acerca de la “piedra angular” en varios lugares del mismo libro tampoco es muy adecuado para esclarecer el punto, y no puede sino contribuir más bien a mantener la confusión indicada). Nos vemos reconducidos así a lo que decíamos anteriormente, con motivo de los dos sentidos en que puede entenderse la expresión árabe rukn el-arkàn, sobre la correspondencia existente entre el simbolismo arquitectónico y el alquímico; y, para terminar con una observación de alcance muy general este estudio ya largo, pero sin duda aún incompleto, pues el tema es de aquellos que son casi inagotables, podemos agregar que dicha correspondencia no es, en el fondo, sino un caso particular de la que existe análogamente, aunque de un modo quizá no siempre tan manifiesto, entre todas las ciencias y todas las artes tradicionales, pues en realidad todas ellas son otras tantas expresiones y aplicaciones diversas de las mismas verdades de orden principial y universal. SFCS: LA “PIEDRA ANGULAR”

Hemos dicho ya, en diversas ocasiones, que todo sacrificio ritual debe considerarse como una imagen de ese primer sacrificio cosmogónico; y, también, en todo sacrificio, según ha señalado A. K. Coomaraswamy, “la víctima, como lo muestran con evidencia los Bràhmana, es una representación del sacrificador, o, como lo expresan los textos, es el sacrificador mismo; de acuerdo con la ley universal según la cual la iniciación (dîkshâ) es una muerte y un renacimiento, es manifiesto que “el iniciado es la oblación” (Tattirîya-Sámhitâ, VI, 1, 4, 5), “la víctima es sustancialmente el sacrificador mismo” (Aitareya-Bràhmana, II, 11)” (Atmâyajña: Self-sacrifice”, en el Harvard Journal of Asiatic Studies, número de febrero de 1942). Esto nos reconduce directamente al simbolismo masónico del grado de Maestro, en el cual el iniciado se identifica, en efecto, con la víctima; por otra parte, se ha insistido a menudo sobre las relaciones de la leyenda de Hiram con el mito de Osiris, de modo que, cuando se trata de “reunir lo disperso”, puede pensarse inmediatamente en Isis cuando reunía los miembros dispersos de Osiris; pero, precisamente, en el fondo, la dispersión de los miembros de Osiris es lo mismo que la de los miembros de Púrusha o de Prajàpati: no son, podría decirse, sino dos versiones de la descripción del mismo proceso cosmogónico en dos formas tradicionales diferentes. Cierto que, en el caso de Osiris y en el de Hiram, no se trata ya de un sacrificio, al menos explícitamente, sino de un asesinato; pero esto mismo no introduce ningún cambio esencial, pues es realmente una misma cosa encarada así en dos aspectos complementarios: como un sacrificio, en su aspecto “dévico”, y como un asesinato, en su aspecto “asúrico” (Cf. también, en los misterios griegos, la muerte y desmembramiento de Zagréus por los Titanes; sabido es que éstos constituyen el equivalente de los Ásura en la tradición hindú. Quizá no sea inútil señalar que, por otra parte, inclusive el LENGUAJE corriente aplica el término “víctima” tanto en los casos de sacrificio como en los de homicidio); nos limitamos a señalar este punto incidentalmente, pues no podríamos insistir en él sin entrar en largos desarrollos, ajenos a nuestro tema actual. SFCS: “REUNIR LO DISPERSO”

Ahora bien; aparte de la significación a que nos hemos referido hasta ahora, hay además otra de orden más profundo, y esto resulta inmediatamente del doble sentido del color negro, que hemos explicado en otras oportunidades; acabamos de considerar solamente su sentido inferior y cosmológico, pero es menester considerar también su sentido superior y metafísico. Se encuentra un ejemplo particularmente neto en la tradición hindú, donde el iniciando debe sentarse sobre una piel de pelos negros y blancos, que simbolizan respectivamente lo no-manifestado y lo manifestad (Çátapata-Bràhmana, III, 2, I, 5-7. En otro nivel, estos dos colores representan también aquí el Cielo y la Tierra, pero ha de atenderse a que, en razón de la correspondencia de éstos con lo no-manifestado y lo manifestado, respectivamente, entonces el negro se refiere al cielo y el blanco a la tierra, de modo que las relaciones existentes en el caso del yin-yang se encuentran invertidas; ésta no es, por lo demás, sino una aplicación del sentido inverso de la analogía. El iniciado debe tocar el lugar de encuentro de los pelos negros con los blancos, uniendo así los principios complementarios de los que él nacerá como “Hijo del Cielo y de la Tierra” (cf. La Grande Triade, cap. IX)); el hecho de que se trate aquí de un rito esencialmente iniciático justifica suficientemente la conexión con el caso del “piso de mosaico” y la atribución expresa a éste de la misma significación, aun cuando, en el estado de cosas actual, esa significación haya sido por completo olvidada. Se encuentra, pues, un simbolismo equivalente al de Árjuna, el ‘blanco’, y Krshna, el ‘negro’, que constituyen, en el ser, lo mortal y lo inmortal, el “yo” y el “Sí-mismo” (Este simbolismo es también el de los Dioscuros; la relación de éstos con los dos hemisferios o las dos mitades del “Huevo del Mundo” nos trae de nuevo, por otra parte, a la consideración del cielo y de la tierra a que nos hemos referido en la nota anterior (cf. La Grande Triade, cap. V)); y, puesto que estos dos son también los “dos pájaros inseparablemente unidos” de que se habla en las Upánishad, ello evoca además otro símbolo, el del águila bicéfala blanca y negra que figura en ciertos altos grados masónicos, nuevo ejemplo que, con tantos otros, muestra una vez más que el LENGUAJE simbólico tiene carácter verdaderamente univeral. SFCS: EL BLANCO Y EL NEGRO

El sol ha sido representado a menudo, en tiempos y lugares muy diversos y hasta en el Medioevo occidental, con rayos de dos tipos, alternativamente rectilíneos y ondulados; un ejemplo notable se encuentra en una tableta asiría del Museo Británico que data del siglo I a. C. (Esta tableta está reproducida en The Babylonian Legends of the Creation and the Fight between Bel and the Dragon as told by Assyrian Tablets from Nineveh, publicación del British Museum); en ella el sol aparece como una especie de estrella de ocho rayos (El número 8 puede tener aquí cierta relación con el simbolismo cristiano del Sol Iustitiae o ‘Sol de Justicia’ (cf. el simbolismo del 8 arcano del Tarot); el Dios solar ante el cual está colocada esa figuración tiene, por lo demás, en una mano “un disco y una barra, que son representaciones convencionales de la regla y de la vara de justicia”; con respecto al primero de estos dos emblemas, recordaremos la relación existente entre el simbolismo de la “medida” y el de los “rayos solares” (ver Le Régne de la quantité et les signes des ternps, cap. III)): cada uno de los cuatro rayos verticales y horizontales está constituido por dos rectas que forman un ángulo muy agudo, y cada uno de los cuatro rayos intermedios lo está por un conjunto de tres líneas onduladas paralelas. En otras figuraciones equivalentes, los rayos ondulados están constituidos, como los rectos, por dos líneas que se unen por sus extremos y que reproducen así el conocido aspecto de la “espada flamígera” (Señalaremos incidentalmente que esta forma ondulada es a veces también una representación del relámpago, el cual, por otra parte, está igualmente en relación con la lluvia, en cuanto ésta aparece como una consecuencia de la acción del rayo sobre las nubes, que libera a las aguas contenidas en ellas); en todos los casos, va de suyo que los elementos esenciales son respectivamente la línea recta y la ondulada, a las cuales los dos tipos de rayos pueden reducirse, en definitiva, en las representaciones más simplificadas; pero ¿cuál es exactamente la significación de esas dos líneas? En primer lugar, según el sentido que puede parecer más natural cuando se trata de una figuración del sol, la línea recta representa la luz y la ondulada el calor; esto corresponde, por lo demás, al simbolismo de las letras hebreas rêsh y shîn en cuanto elementos respectivos de las raíces ar (‘r) y ash (‘sh), que expresan precisamente esas dos modalidades complementarias del fuego (Ver Fabre d’Olivet, La Langue hébraïque restituée). Solo que, por otra parte – y esto parece complicar las cosas -, la línea ondulada es también, muy generalmente, un símbolo del agua; en la misma tableta asiría que mencionábamos, las aguas se figuran por una serie de líneas onduladas enteramente semejantes a las que se ven en los rayos del sol. La verdad es que, teniendo en cuenta lo que ya hemos explicado, no hay en ello contradicción ninguna: la lluvia, a la cual conviene naturalmente el símbolo general del agua, puede considerarse realmente como procedente del sol; y además, como es efecto del calor solar, su representación puede confundirse legítimamente con la del calor mismo (Según el LENGUAJE de la tradición extremo-oriental, siendo la luz yang, el calor, considerado como oscuro, es yin con respecto a aquella, lo mismo que, por otra parte, el agua es yin con respecto al fuego; la línea recta es, pues, aquí yang, y la línea ondulada yin, también desde estos dos puntos de vista). Así, la doble radiación que consideramos es por cierto luz y calor en cierto respecto; pero a la vez, en otro respecto, es también luz y lluvia, por las cuales el sol ejerce su acción vivificante sobre todas las cosas. SFCS: LA LUZ Y LA LLUVIA

Podemos agregar aún otra observación: el eje de que se trata es asimilable, según otro simbolismo del cual hemos hablado ya, al “séptimo rayo” del sol; si se representa un mundo por una esfera, dicho eje no debería ser en realidad ninguno de los diámetros de esta esfera, pues, si se consideran los tres diámetros ortogonales que forman los ejes de un sistema de coordenadas tridimensionales, las seis direcciones opuestas dos a dos que ellos determinan no son sino los otros seis rayos del sol; el “séptimo rayo” debería ser igualmente perpendicular a todos ellos, pues solo él, en cuanto eje de la manifestación universal, es lo que podría llamarse la vertical absoluta, con respecto a la cual los ejes de coordenadas del mundo considerado son todos relativamente horizontales. Es evidente que esto no es geométricarnente representable (Algunos podrían sentirse tentados de hacer intervenir aquí la “cuarta dimensión”, pero ésta no es representable en sí misma, pues no constituye en realidad sino una construcción algebraica expresada en LENGUAJE geométrico) lo que muestra que toda representación es forzosamente inadecuada; por lo menos, el “séptimo rayo” no puede representarse sino por un solo punto, que coincide con el centro mismo de la esfera; y esto indica también que, para todo ser encerrado en los límites de determinado mundo, es decir, en las condiciones especiales de determinado estado de existencia, el eje mismo es verdaderamente “invisible” y solo puede percibirse de él el punto que es su “vestigio” en ese mundo. Por lo demás, va de suyo que esta última observación, necesaria para que el simbolismo del eje y de sus relaciones con los mundos por él unidos pueda concebirse del modo más completo posible, no impide en modo alguno que, de hecho, la “cadena de los mundos” se represente lo más a menudo, según lo hemos dicho al comienzo, por una serie de esferas (En ciertos casos, estas esferas se reemplazan por rodajas perforadas en el centro, que corresponden a los discos, considerados como horizontales con relación al eje, de que acabamos de hablar) ensartadas al modo de las perlas de un collar (Por lo demás, cabe suponer legítimamente que tal collar ha debido ser originariamente un símbolo de la “cadena de los mundos”, pues, como a menudo hemos señalado, el hecho de atribuir a un objeto un carácter simplemente “decorativo” u “ornamental” es siempre el resultado de cierta degradación que entraña una incomprensión del punto de vista tradicional); y, a decir verdad, no sería posible sin duda, dar otra figuración sensible. SFCS: LA CADENA DE LOS MUNDOS

El número de cuentas del rosario varía según las tradiciones, e incluso puede variar según ciertas aplicaciones especiales; pero, en las formas orientales por lo menos, es siempre un número cíclico: así, particularmente, en la India y el Tibet ese número es por lo común 108. En realidad, los estados que constituyen la manifestación universal son en multitud indefinida, pero es evidente que esta multitud no podría representarse adecuadamente en un símbolo de orden sensible como aquel de que aquí se trata, y es forzoso que las cuentas sean en número definido (De modo similar, en el LENGUAJE mismo, la indefinitud se expresa a menudo, simbólicamente, por números como diez mil, según lo hemos explicado en otro lugar (cf. Les Principes du calcul infinitésimal, cap. IX)). Siendo así, un número cíclico conviene, naturalmente, para una figura circular como la aquí considerada, la cual representa por sí misma un ciclo o más bien, según decíamos anteriormente, un “ciclo de ciclos”. SFCS: LA CADENA DE LOS MUNDOS

El número 100, como 10, del cual es el cuadrado, no puede referirse normalmente sino a una medida rectilínea y no a una circular (Cf. La Grande Triade, cap. VIII), de modo que no puede contárselo sobre la circunferencia misma de la “cadena de los mundos”; pero la unidad faltante corresponde precisamente a lo que hemos llamado el punto de unión de los extremos de esa cadena, punto que, recordémoslo una vez más, no pertenece a la serie de los estados manifestados. En el simbolismo geométrico, ese punto, en lugar de estar sobre la circunferencia que representa el conjunto de la manifestación, estará en el centro mismo de ella, pues el retorno al Principio se figura siempre como un retorno al centro (Este “retorno” está expresado en el Corán (II 156) por las palabras: innâ li-Llâhi wa ínnâ râdji’ún (‘En verdad somos de (o para) Dios, y a Él volveremos’1). El Principio, en efecto, no puede aparecer en cierto modo en la manifestación sino por sus atributos, es decir, según el LENGUAJE de la tradición hindú, por sus aspectos “no-supremos”, que son, podría decirse también, las formas revestidas por el sûtrâtmâ con respecto a los diferentes mundos que atraviesa (aunque, en realidad, el sûtrâtrnâ no sea en modo alguno afectado por esas formas, que no son en definitiva sino apariencias debidas a la manifestación misma); pero el Principio en sí, es decir, el “Supremo” (Paramâtmâ no ya sûtrâtmâ), o sea la “Esencia” encarada como absolutamente independiente de toda atribución o determinación, no podría considerarse como entrando en relación con lo manifestado, así fuera en modo ilusorio, aunque la manifestación procede y depende de él enteramente en todo lo que ella es, sin lo cual no tendría grado alguno de realidad (La trascendencia absoluta del Principio en sí entraña necesariamente la “irreciprocidad de relación”, lo que, como hemos explicado en otro lugar excluye formalmente toda concepción “panteísta” o “inmanentista”): la circunferencia no existe sino por el centro; pero el centro no depende de la circunferencia de ninguna manera ni en ningún respecto. El retorno al centro, por lo demás, puede encararse en dos niveles diferentes, y el simbolismo del “Paraíso”, del cual hablábamos hace poco, es igualmente aplicable en uno y otro caso: si en primer término se consideran solamente las modalidades múltiples de determinado estado de existencia, como el humano, la integración de estas modalidades culminará en el centro de ese estado, el cual es efectivamente el Paraíso (el-Djannah) entendido en su acepción más inmediata y literal; pero no es éste aún sino un sentido relativo, y, si se trata de la totalidad de la manifestación, es menester, para estar liberado de ella sin resíduo alguno de existencia condicionada, efectuar una transposición del centro de un estado al centro del ser total, que es propiamente lo que se designa por analogía como el “Paraíso de la Esencia” (Djánnatu-dh-Dhât). Agreguemos que, en este último caso, la “centésima cuenta” del rosario es, a decir verdad, la única que subsiste, pues todas las demás han sido finalmente reabsorbidas en ella: en la realidad absoluta, en efecto, no hay ya lugar para ninguno de los nombres que expresan “distintivamente” la multiplicidad de atributos en la unidad de la Esencia; no hay nada sino Allàh, exaltado ‘ammâ yasifùn, es decir, allende todos los atributos, los cuales son solamente, de la Verdad divina, los aspectos refractados que los seres contingentes, como tales son capaces de concebir y expresar. SFCS: LA CADENA DE LOS MUNDOS

Otro ejemplo notable, desde el punto de vista del simbolismo de los “encuadres”, está dado por ciertos caracteres chinos que se referían primitivamente a ritos de fijación o estabilización (Estos ritos corresponden evidentemente a un caso particular de lo que en el LENGUAJE hermético se designa como “coagulación” (ver La Grande Triade, cap. VI)) consistentes en trazar círculos concéntricos o una espiral en torno de los objetos; el carácter heng, que designa tal rito, estaba formado en la escritura antigua por una espiral o dos círculos concéntricos entre dos rectas. En todo el mundo antiguo, las nuevas fundaciones, ya se tratara de campamentos, de ciudades o de aldeas, eran “estabilizadas” trazando espirales o círculos en torno de ellas (A. Waley, “The Book of Changes” en Bulletin of the Museum of Far Eastern Antiquities, n 5, Estocolmo, 1934), y agregaremos que en ello puede verse también la identidad real de los “encuadres” con los laberintos. Con respecto al carácter chie (Escrito chieh4 en el sistema Wade; en otros sistemas, kie, o, raramente, kiái; jiè en la romanización actualmente en uso en China continental. El ideograma se compone de dos trazos verticales coronados por un ángulo en forma de alero. (N. del T)), que los comentaristas recientes traducen simplemente por ‘grande’, el citado autor dice que denota la magia que asegura la integridad de los espacios “encuadrándolos” de signos protectores; tal es la finalidad de los dibujos de bordados en las antiguas obras de arte. Un chie-fu es una bendición que ha sido directa o simbólicamente “encuadrada” o “enmarcada” de ese modo; también una plaga puede ser “encuadrada” para impedir que se difunda. Tampoco aquí se trata explícitamente sino de “magia”, o de lo que se supone tal; pero la idea de “fijación” o “estabilización” muestra con harta claridad lo que hay en el fondo: se trata de la función, que tiene esencialmente el “marco” o “encuadre”, según lo hemos dicho antes, de reunir y mantener en su sitio los diversos elementos rodeados por él. Por otra parte, en Lao-tsë hay pasajes donde figuran esos caracteres y que son muy significativos a este respecto: “Cuando se hace de modo de encuadrar (o circunscribir, ying, carácter que evoca una idea similar a la de heng) los siete espíritus animales y de abarcar la Unidad, se puede ser cerrado, concluso e incorruptible” (Tao-te Kíng, cap. X, traducción inédita de Jacques Lionnet. (Texto levemente diferente en la edición publicada en 1962). (Para éste como para el pasaje siguiente de Lao-tsë, se tendrá en cuenta que, por razones en parte filológicas, las traducciones existentes del Tao-te King divergen, de un modo a menudo muy extremo. (N. del T))); y en otro lugar: “Gracias a un conocimiento convenientemente encuadrado (chie), marchamos a pie llano por la gran Vía” (Ibid., cap, LIII, misma traducción (y misma nota acerca de la edición de 1962)). En el primero de estos dos pasajes, se trata evidentemente de establecer o mantener el orden normal de los diversos elementos constitutivos del ser para unificarlo; en el segundo, un “conocimiento bien encuadrado” es propiamente un conocimiento en que cada cosa está puesta exactamente en el lugar que le conviene. Por lo demás, la significación cósmica del “marco” o “encuadre” no ha desaparecido en modo alguno en tal caso: en efecto, el ser humano, según todas las concepciones tradicionales, ¿no es el “microcosmo”, y el conocimiento no debe también comprender en cierto modo el cosmos en su totalidad? SFCS: ENCUADRES Y LABERINTOS

En un artículo reciente ( “Le ‘Dieu lieur’ et le symbolisme des noeuds”, en Revue de l’Histoire des Religions, número de julio-diciembre de 1948 (ver nuestra reseña en É. T., de julio-agosto de 1949)), Mircea Eliade ha hablado de la “ambivalencia” del simbolismo de las ligaduras y los nudos, y es éste un punto que merece examinarse con alguna atención; naturalmente, puede verse en ello un caso particular del doble sentido generalmente inherente a los símbolos, pero además hay que darse cuenta de aquello que justifica la existencia de ese doble sentido en lo que concierne más precisamente a los símbolos de que aquí tratamos (Señalaremos, accesoriarnente, que en las aplicaciones rituales y más especialmente “mágicas” a este doble sentido corresponde un uso “benéfico” o “maléfico”, según los casos, de las ligaduras y los nudos; pero lo que aquí nos interesa es el principio de esta ambivalencia, aparte de toda aplicación particular, que nunca es sino una simple derivación. M. Eliade, por lo demás, ha insistido con razón en la insuficiencia de las interpretaciones “mágicas”, a las cuales algunos quieren limitarse por un completo desconocimiento del sentido profundo de los símbolos, lo cual, como también en el caso de las interpretaciones “sociológicas”, entraña una especie de inversión de las relaciones entre el principio y sus aplicaciones contingentes). En primer lugar, cabe advertir a este respecto que una ligadura puede considerarse como lo que encadena o como lo que une, e inclusive en el LENGUAJE ordinario la palabra tiene generalmente ambos significados; en el simbolismo de las ligaduras, corresponde a ello dos puntos de vista que podrían decirse mutuamente inversos, y, si el más inmediatamente aparente de los dos es el que hace de la ligadura una traba, ello se debe a que ese punto de vista es en suma el del ser manifestado como tal, en cuanto se ve a sí mismo como “atado” a ciertas condiciones especiales de existencia y como encerrado por ellas en los límites de su estado contingente. Desde este mismo punto de vista, el sentido del nudo es como un refuerzo del de la ligadura en general, pues, según antes decíamos, el nudo representa con más propiedad lo que fija al ser en tal o cual estado; y la porción de ligadura por la cual el nudo está formado es, podría decirse, lo único de ella que puede ver el ser mientras sea incapaz de salir de los límites de ese estado, escapándosele entonces necesariamente la conexión que esa ligadura establece con los estados restantes. El otro punto de vista puede calificarse de verdaderamente universal, pues abarca la totalidad de los estados, y para comprenderlo basta remitirse a la. noción del sûtrâtmâ: la ligadura, considerada. entonces en su extensión total (Debe quedar claro que esta extensión ha de considerarse como indefinida, aunque de hecho no pueda serlo nunca en ninguna figuración), es lo que los une, no solo entre sí, sino también, – repitámoslo – con su Principio mismo, de manera que, muy lejos de seguir siendo una traba, se convierte, al contrario, en el. medio por el cual el ser puede alcanzar efectivamente su Principio, y en la vía misma que lo conduce a esa meta. En tal caso, el hilo o la cuerda tiene un valor propiamente “axial”, y el ascenso por una cuerda tendida verticalmente, al igual que el de un árbol o un. mástil, puede representar el proceso de retorno al Principio (Tal es, en la India, el verdadero significado de lo que los viajeros han llamado “la prueba de la cuerda” (cf. cap. LXIII, n. 6), como quiera se opine acerca de ésta en cuanto fenómeno más o menos auténticamente “mágico”, lo cual no tiene, evidentemente, ninguna importancia en lo que se refiere a su carácter simbólico, único que nos interesa). Por otra parte, la conexión con el Principio a través del sûtrâmâ está ilustrada de modo particularmente notable por el juego de títeres (Cf. A. K. Coomaraswamy, “‘Spiritual Paternity’ and the ‘Puppet-complex’”, en Psychiatry, número de agosto de 1945 (véase nuestra reseña en É. T., octubre-noviembre de 1947)): un títere representa aquí un ser individual, y el operadorque lo hace mover por medio de un hilo es el “Sí-mismo”; sin ese hilo, el títere permanecería inerte, así como, sin el sûtrâtmâ, toda existencia no sería sino pura nada, y, según una fórmula, extremo-oriental, “todos los seres serían vacíos”. SFCS: LIGADURAS Y NUDOS

Ya en el primero de los dos puntos de vista a que acabamos de referirnos hay también una ambigüedad, aunque de otro orden, referida a la diferencia de los modos en que un ser, según su grado espiritual, puede apreciar el estado en que se encuentra, ambigüedad que el LENGUAJE traduce bastante bien por las significaciones que da a la palabra “apego” o “atadura” (attachement). En efecto, si se experimenta apego por alguien o por algo, si se le está “atado”, se considera, naturalmente, como un mal estar separado de ese objeto, inclusive cuando la separación deba en realidad traer aparejada la liberación con respecto a ciertas limitaciones, en las cuales uno se encuentra así mantenido por ese apego mismo. De modo más general, el apego de un ser a su estado, a la vez que le impide liberarse de las trabas inherentes a él, le hace considerar como una desdicha abandonarlo, o, en otros términos, le hace atribuir un carácter “maléfico” a la muerte a ese estado, la cual resulta de la ruptura del “nudo vital” y de la disolución del agregado que constituye la individualidad (Es de notar que comúnmente se dice que la muerte es el “des-enlace” de la existencia individual; esta expresión, que por otra parte está también en relación con el simbolismo del teatro, es literalmente exacta, aunque sin duda quienes la emplean no se dan cuenta. (Sobre el simbolismo del teatro considerado de modo general, ver Aperçus sur l’Initiation, cap. XXVIII)). Solo el ser a quien cierto desarrollo espiritual permite aspirar, por el contrario, a superar las condiciones de su estado, puede reconocer (réaliser) a éstas como las trabas que en efecto son, y el “desapego” que experimenta entonces respecto de ellas es ya, por lo menos virtualmente, una ruptura de esas trabas, o, si se prefiere otro modo de hablar quizá más exacto, pues nunca hay ruptura en el sentido propio del término, una transmutación de “lo que encadena” a “lo que une”, lo cual en el fondo no es sino el reconocimiento o la toma de conciencia de la verdadera naturaleza del sûtrâtmâ. SFCS: LIGADURAS Y NUDOS

Ahora bien; si, aparte de la desviación moderna de que acabamos de hablar, se quiere establecer dentro de límites legítimos cierta relación entre el corazón y la afectividad, se deberá considerar esa relación como resultado directo del papel del corazón en cuanto “centro vital” y sede del “calor vivificante”, pues vida y afectividad son dos cosas muy próximas entre sí, e inclusive muy conexas, mientras que la relación con la inteligencia es, evidentemente, de otro orden. Por lo demás, esa relación estrecha entre vida y afectividad está netamente expresada en el propio simbolismo, ya que ambas se representan igualmente bajo el aspecto de “calor” (Naturalmente, se trata aquí de la vida orgánica en su acepción más literal, y no del sentido superior en el cual la “vida” está, al contrario, puesta en relación con la luz, como se ve particularmente al comienzo del Evangelio de San Juan (cf. Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVII)); y en virtud de esta misma asimilación, pero realizada entonces de modo muy poco consciente, en el LENGUAJE ordinario se habla corrientemente de la “calidez” de la afección o del sensimiento (Entre los modernos, el corazón en llamas suele tomarse, por lo demás, como representación del amor, no solamente en sentido religioso sino también en sentido puramente humano; esta representación era de lo más corriente sobre todo en el siglo XVIII). A este respecto, debe observarse también que cuando el fuego se polariza en esos dos aspectos complementarios que son el calor y la luz, éstos, en su manifestación, se hallan, por así decirlo, en razón mutuamente inversa; y sabido es que, inclusive desde el simple punto de vista de la física, una llama es, en efecto, tanto más cálida cuanto menos ilumina. De igual modo, el sentimiento no es verdaderamente sino un calor sin luz (Por eso los antiguos representaban ciego al amor), y también puede encontrarse en el hombre una llama sin calor, la de la razón, que no es sino una luz refleja, fría como la luz lunar que la simboliza. En el orden de los principios, al contrario, los dos aspectos, como todos los complementarios, convergen y se unen:indisolublemente, pues son constitutivos de una misma naturaleza esencial; así ocurre, pues, en lo que respecta a la inteligencia pura, que pertenece propiamente a ese orden principial, y esto es una nueva confirmación de que, según indicábamos poco antes, la irradiación simbólica en su doble forma puede serle integralmente referida. El fuego que reside en el centro del ser es a la vez luz y calor; pero, si se quiere traducir estos dos términos por inteligencia y amor, respectivamente, aunque no sean en el fondo sino dos aspectos inseparables de una cosa única, será menester, para que tal traducción sea aceptable y legítima, agregar que el amor de que se trata entonces difiere tanto del sentimiento al cual se da el mismo nombre como la inteligencia pura difiere de la razón. SFCS: EL CORAZON IRRADIANTE Y EL CORAZÓN EN LLAMAS

Es fácil comprender, en efecto, que ciertos términos tomados del orden de la afectividad sean susceptibles, lo mismo que otros, de transponerse analógicamente a un orden superior, pues todas las cosas tienen efectivamente, además de su sentido inmediato y literal, un valor de símbolos con respecto a realidades más profundas; y es manifiestamente así, en particular, cada vez que se habla de amor en las doctrinas tradicionales. Inclusive entre los místicos, pese a ciertas confusiones inevitables, el LENGUAJE afectivo aparece sobre todo como un modo de expresión simbólica, pues, cualquiera fuere en ellos la incontestable parte de sentimiento en el sentido ordinario de esta palabra, es empero inadmisible, por mucho que digan los psicólogos modernos, que no haya allí sino emociones y afecciones puramente humanas referidas tal cual a un objeto sobrehumano. Con todo, la transposición se hace aún mucho más evidente cuando se verifica que las aplicaciones tradicionales de la idea de amor no se limitan al dominio exotérico, y.sobre todo religioso, sino que se extienden igualmente al dominio esotérico e iniciático; así ocurre, particularmente, en las numerosas ramas o escuelas del esoterismo islámico, lo mismo que en ciertas doctrinas del Medioevo occidental, especialmente las tradiciones propias de las Ordenes de caballería (Sabido es que la base principal de estas tradiciones era el Evangelio de San Juan: “Dios es Amor” dice San Juan, lo que sin duda no puede comprenderse sino por la transposición de que aquí hablamos; y el grito de guerra de los Templarios era: “Vive Dios Santo Amor”), y también la doctrina iniciática, por lo demás conexa, que ha encontrado su expresión en Dante y los “Fieles de Amor”. Agregaremos que la distinción entre inteligencia y amor, así entendida, tiene su correspondencia en la tradición hindú en la distinción entre el Jñânamârga (‘vía del conocimiento’) y el Bhakti-mârga (‘vía de la devoción’); la alusión que acabamos de hacer a las órdenes de caballería indica, por otra parte, que la vía del amor es más particularmente apta para los kshátriya, mientras que la vía de la inteligencia o del conocimiento es, naturalmente, la que conviene sobre todo a los brahmanes; pero, en definitiva, no se trata sino de una diferencia que se refiere solo al modo de encarar el Principio, en conformidad con la diferencia de las naturalezas individuales, y que no afecta en modo alguno a la indivisible unidad del Principio mismo. SFCS: EL CORAZON IRRADIANTE Y EL CORAZÓN EN LLAMAS

A primera vista, parece difícil descubrir en esto nada neto ni aun inteligible: se encuentran, por cierto, algunas expresiones tomadas del LENGUAJE masónico, como los “cinco puntos de compañerazgo” y la “palabra perdida del Templo”; se encuentra también un símbolo muy conocido y de uso muy general, el de la estrella de seis puntas o “sello de Salomón”, sobre la cual hemos tenido oportunidad de hablar aquí ( “Le Chrisme et le Coeur dans les anciennes marques corporatives”. (cf. cap. L: “Los símbolos de la analogía”)); se reconoce además la intención de dar a la organización un carácter propiamente norteamericano; pero, ¿qué puede significar todo el resto? Sobre todo, ¿qué significa la última frase?; ¿y debe verse en ella el indicio de alguna contrahechura del Sagrado Corazón, como aquellas sobre las cuales L. Charbonneau-Lassay ha informado anteriormente a los lectores de Regnabit? ( “Les Représentations blasphématoires du Coeur de Jésus”, agosto-septiembre de 1924) SFCS: EL EMBLEMA DEL SAGRADO CORAZON

Más aún: a la vez que figura el “ojo del corazón”, como acabamos de decir, el yod, según otra de sus significaciones jeroglíficas, representa también un “germen” contenido en el corazón asimilado simbólicamente a un fruto; y esto, por lo demás, puede entenderse tanto en sentido “macrocósmico” como “microcósmico” (Ver Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVIII. Desde el punto de vista macrocósmico, la asimilación de que se trata es equivalente a la del corazón y el “Huevo del Mundo”; en la tradición hindú, el “germen” contenido en éste es el Hiranyagarbha). En su aplicación al ser humano, esta última observación debe ser vinculada con las relaciones entre el “tercer ojo” y el lûz (Le Roi du Monde, cap. VII), del cual el “ojo frontal” y el “ojo del corazón” representan, en suma, dos localizaciones diversas, y que es además el “núcleo” o “germen de inmortalidad” (Acerca de los símbolos relacionados con el lûz, haremos notar que la forma de la mandorla (‘almendra’, ‘pepita’, que es también el significado de la palabra lûz) o vesica piscis (‘vejiga del pez’) de la Edad Media (cf. La Grande Triade, cap. II) evoca también la forma del “tercer ojo”; la figura de Cristo glorioso, en su interior, aparece así como identificable al “Púrusha en el ojo” de la tradición hindú; la expresión insânu-l-‘ayn (‘el hombre del ojo’) con que en árabe se designa la “niña de los ojos”, se refiere igualmente a ese simbolismo). Es también muy significativo a este respecto que la expresión árabe ‘aynu-l-juld presente el doble sentido de ‘ojo de inmortalidad’ y ‘fuente de inmortalidad’; y esto nos reconduce a la idea de “herida”, que señalábamos antes, pues, en el simbolismo cristiano, está también referido a la “fuente de inmortalidad” el doble chorro de sangre y agua que mana de la abertura del corazón de Cristo (La sangre y el agua son aquí dos complementarios; podría decirse, empleando el LENGUAJE de la tradición extremo-oriental, que la sangre es yang y el agua yin, en su mutua relación (sobre la naturaleza ígnea de la sangre, cf. L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XIII)). Es éste el “licor de inmortalidad” que, según la leyenda, fue recogido en el Graal por José de Arimatea; y recordaremos a este respecto, por último, que la copa misma es un equivalente simbólico del corazón (Además, la leyenda de la esmeralda caída de la frente de Lucifer pone también al Graal en relación directa con el “tercer ojo” (cf. Le Roi du Monde, cap. V). Sobre la “piedra caída de los cielos”, ver también “Lapsit exillis”, (aquí, cap. XLIV)), y que, como éste, constituye también uno de los símbolos tradicionalmente esquematizados con la forma de un triángulo invertido. SFCS: “EL OJO QUE LO VE TODO”

El Principio divino que reside en el centro del ser está representado por la doctrina hindú como un grano o semilla (dhâtu), como un germen (bhija) (Se advertirá a este respecto el parentesco de las palabras latinas gramen, ‘grano’, y germen, ‘germen’. En sánscrito, la palabra drâtu sirve también para designar la ‘raíz’ verbal, como ‘simiente’ cuyo desarrollo da nacimiento al LENGUAJE íntegro (cf. L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XI)), porque, en cierto modo, solo esta virtualmente en ese ser, hasta tanto la “Unión” se haya realizado de modo efectivo (Decimos “virtualmente” más bien que “potencialmente”, porque no puede haber nada de potencial en el orden divino; solo desde el punto de vista del ser individual y con respecto a él podría hablarse aquí de potencialidad. La pero potencialidad es la indiferenciación absoluta de la “materia prima” en el sentido aristotélico, idéntica a la indistinción del caos primordial). Por otra parte, ese mismo ser, y la manifestación íntegra a la cual pertenece, no son sino por el principio, no tienen realidad positiva sino por participación en su esencia, y en la medida misma de esta participación. El Espíritu divino (Âtmâ), siendo el Principio único de todas las cosas, sobrepasa o trasciende inmensamente toda existencia (Tomamos la palabra “existencia” en su acepción etimológica rigurosa: “existere” es ex-stare, tener su ser de otro que de sí mismo, ser dependiente de un principio superior; la existencia así entendida es, pues, propiamente el ser contingente, relativo, condicionado, el modo de ser de lo que no tiene en sí mismo su razón suficiente); por eso se lo califica de mayor que cada uno de los “tres mundos”, terrestre, intermedio y celeste (los tres términos del Tribhúvana), que son los diferentes modos de la manifestación universal, y también de mayor que estos “tres mundos” en conjunto, puesto que está más allá de toda manifestación, siendo el Principio inmutable, eterno, absoluto e incondicionado (Los “tres mundos” no se mencionan en la parábola del grano de mostaza, pero están representados por las tres medidas de harina en la parábola de la levadura, que la sigue inmediatamente (San Mateo, XIII, 33; San Lucas, XIII. 20-21)). SFCS: EL GRANO DE MOSTAZA

Lo mismo que la designación del Éter, los términos como “loto” o cavidad” que hemos encontrado deben también tomarse, por supuesto, en sentido simbólico; desde que se trasciende el orden sensible, por lo demás, ya no puede tratarse en modo alguno de localización en el sentido propio de la palabra, pues aquello de que se trata no está ya sometido a la condición espacial. Las expresiones referidas al espacio o al tiempo toman entonces valor de puros símbolos; y este género de simbolismo es, por lo demás, natural e inevitable desde que necesariamente debe hacerse uso de un modo de expresión adaptado al estado humano individual y terrestre, de un LENGUAJE que es el de seres vivos actualmente en el espacio y en el tiempo. Así esas dos formas, espacial y temporal, que en cierto modo son mutuamente complementarias en ciertos respectos, son de empleo muy general y casi constante, ya por concurrencia en una misma representación, ya para dar dos representaciones diferentes de una misma realidad (Por ejernplo, la representación geométrica de los estados múltiples del ser y su representación en forma de una serie de “ciclos” sucesivos), la cual, en sí misma, está más allá del tiempo y el espacio. Por ejemplo, cuando se dice que la inteligencia reside en el corazón, va de suyo que no se trata en modo alguno de localizar la inteligencia, de asignarle “dimensiones” y una posición determinada en el espacio; estaba reservado a la filosofía moderna y puramente profana, con Descartes, plantear la cuestión, contradictoria en sus términos mismos, de una “sede del alma”, y pretender situarla literalmente en determinada zona del cerebro; las antiguas doctrinas tradicionales, por cierto, jamás han dado lugar a semejantes confusiones, y sus intérpretes autorizados han sabido siempre perfectamente a qué atenerse acerca de lo que debía ser entendido simbólicamente, haciendo corresponderse entre sí los diversos órdenes de realidades sin mezclarlos y observando estrictamente su repartición jerárquica según los grados de la Existencia universal. Todas estas consideraciones, por lo demás, nos parecen tan evidentes, que estaríamos tentados de pedir excusas por insistir tanto en ellas; si lo hacemos, se debe a que sabemos demasiado bien lo que los orientalistas, en su ignorancia de los datos más elementales del simbolismo, han llegado a hacer de las doctrinas que estudian desde afuera, sin procurar jamás adquirir de ellas un conocimiento directo, y cómo, tomándolo todo en el sentido más burdamente material, deforman tales doctrinas hasta presentar a veces de ellas una verdadera caricatura; y a que sabemos también que la actitud de esos orientalistas no es cosa excepcional, sino que procede, al contrario, de una mentalidad propia, por lo menos en Occidente, de la gran mayoría de nuestros contemporáneos, mentalidad que en el fondo no es sino la específicamente moderna. SFCS: EL ÉTER EN EL CORAZÓN

Por otra parte, el latín civitas deriva de una raíz kei- que, en las lenguas occidentales, equivale a la raíz sánscrita çî- (de donde çaya); su sentido preciso es el de ‘reposo’ (griego kéisthai, ‘estar tendido’, ‘yacer’), del cual el de ‘residencia’ o de morada estable, como lo son las de una ciudad, no es en suma sino una consecuencia directa. Púrusha que reposa en la “Ciudad divina” puede decirse el único “ciudadano” (civis) de ella (La expresión griega equivalente, mónos polítês, ha sido aplicada a Dios por Filón), puesto que la multitud de habitantes que la “pueblan” no existe verdaderamente sino para él, siendo producida íntegramente por su propia luz y animada por su propio hálito (prâna), donde, por lo demás, rayos luminosos y hálito vital no son, de hecho, sino dos aspectos del sûtrâtmâ. Si se considera la “Ciudad divina” (o “el Reino de Dios” que “está en nosotros” según las palabras evangélicas) en su acepción más estricta, como únicamente el centro mismo del ser, va de suyo que solo Púrusha reside allí en realidad; pero la extensión de dicho término al ser total, con todas sus facultades y todos sus elementos constitutivos, es igualmente legítima por las razones que acabamos de explicar, y no introduce cambio alguno a este respecto, ya que todo eso depende enteramente de Púrusha y recibe de él hasta la existencia misma. Las funciones vitales y las facultades del ser se comparan a menudo, en su relación con Púrusha, con los súbditos o los servidores de un rey, y hay entre ellas una jerarquía similar a la de las diversas castas en la sociedad humana (Este punto de vista ha sido particularmente desarrollado por Platón en La República); el palacio donde reside el rey y desde donde dirige todo es el centro o el corazón de la ciudad (En el origen, este palacio era al mismo tiempo un templo; tal doble carácter se encuentra también a veces en las épocas “históricas”, y recordaremos en particular aquí el ejemplo del Ming-Tang en China (ver La Grande Triade, cap. XVI)); su parte esencial, de la cual todo el resto no constituye sino como prolongaciones o “extensiones” (sentido que está contenido también en la raíz kei-); pero, por supuesto, los súbditos no están nunca con respecto al rey en un estado de dependencia absoluta como aquel de que tratamos, porque, si bien la función real es única en la ciudad y la situación del “gobernante” es esencialmente distinta de la de los “gobernados” (En su mutua relación, el “gobernante” es “en acto” y los “gobernados” son “en potencia” según el LENGUAJE aristotélico y escolástico; por eso, en la concepción tradicional, el rey y su reino están entre sí en la relación de principio activo y principio pasivo respectivamente; pero, en cambio, el rey, en cuanto ejerce el poder temporal, se hace a la vez principio pasivo con respecto a la autoridad espiritual (cf. A. K. Coomaraswamy, Spiritual Authority and Temporal Power in the Theory ol Indian Government)), el rey mismo es con todo un ser humano al igual que sus súbditos, y no un principio de otro orden. Otra imagen, más exacta, está dada por el juego de títeres, ya que éstos no están animados sino por la voluntad de un hombre que los hace mover a su arbitrio (y el hilo por medio del cual los mueve es, naturalmente, otro símbolo del sûtrâtmâ); y a este respecto se encuentra un “mito” particularmente notable en el Kathâ-Sárit-Sàgara (Cf. A. K. Coomaraswamy, “‘Spiritual Paternity’ and the ‘Puppet Complex’”, en Psychiatry, número de agosto de 1945). Se trata allí de una ciudad enteramente poblada de autómatas de madera, que se comportan en todo como seres vivos, salvo que les falta la palabra; en el centro hay un palacio donde reside un hombre que es la “única consciencia” (ékakam chétanam) de la ciudad y la causa de todos los movimientos de esos autómatas, fabricados por él mismo; y cabe notar que ese hombre es carpintero, lo que lo asimila a Viçvakarma, es decir, al Principio divino en cuanto constructor y ordenador del Universo (Ver “Maçons et Charpentiers”, en É. T., diciembre de 1946). SFCS: LA CIUDAD DIVINA


  1. la referencia al texto coránico parece equivocada (N. del T